Capítulo uno

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Miro a mi alrededor en busca de alguien conocido. Nadie me resulta familiar. Gente pobre y humilde, me imagino, por sus ropas desgastadas y rotas. Niños pequeños me miran con tristeza. Yo solo me quedo parada en mi sitio. ¿Qué hago aquí?

De repente, la gente deja de hablar. Ahora todo es silencio. Al fondo, puedo divisar a una mujer viniendo hacia aquí. Cabello castaño, ojos color azul.

No puede ser.
"Es ella", repite constantemente mi conciencia.
Intento levantarme y correr hacia ella, pero me es imposible. Es como si algo me agarrara de las manos y no me dejara moverme. Ella camina hacia un pequeño cubículo que hay en medio de esta sala. Cuando sus pies tocan el cubículo, alza la mirada y sus ojos azules conectan con los míos, también del mismo color.

"Os parecéis tanto, sois dos gotas de agua", decía mi padre cuando nos veía juntas.

Ella sonríe mostrando sus blancos dientes. Intento gritar su nombre, pero las palabras se ahogan en mi garganta. No puedo hablar. Ella comienza a hablar, todos los oyentes la escuchan atentos y asienten con cada palabra que dice. Intento escuchar parte de la conversación, pero tampoco puedo. Solo algo pasa por mi mente en estos momentos.

"Es ella. Dios, es ella. Mamá..."

Me levanto acalorada y sobresaltada. El aire sale de mi boca a cada segundo. Inspira, expira, inspira, expira.
"Mamá".
Suelo tener estos sueños varias veces. Lo gracioso es que, no entiendo que hace toda esa gente ahí. Siempre. Son las mismas personas. En todos los sueños.

Me incorporo un poco y cojo la cajita de música que me regaló mi madre cuando era pequeña. Es el único recuerdo que me queda de ella. Leo las letras grabadas en la superficie de la caja: Nunca te dejaré sola. Pero por mucho que lo intentaste, me dejaste sola. La abro. Una madre, agarrada de la mano de su hija, se mueven al compás de la música. Cierro la caja con fuerza y la abrazo contra mi pecho.

Bueno.
Mi vida fue como un sorteo. Quedaba una vida de mierda y me tocó a mí. Dicen que a todos les corresponde un milagro. Pero ya he perdido toda la esperanza. Los milagros no están echos para mí. Me llamo Hillary Stone. Vivo en California, sí, pero prácticamente estoy sola en el mundo, si no llega a ser por mi hermano. Mi madre murió hace dos años y mi padre, harto de tener que soportar estar en la misma casa, a lo que todo le recordara a ella, se marchó.
Así de buenas. Dejándonos solos a mí y a mi hermano de cinco años, que ahora tiene siete. Solos. En una casa.

No queríamos que ninguna familia nos acogiera. Así que, como ya era mayor de edad, decidieron dejarme cuidar a mi hermano. Y pues, así hemos estado estos años, solos los dos. Tuve que dejar los estudios para poder cuidar de mi hermano, ya que no tenía el dinero suficiente para contratar a una niñera.

Y tengo problemas de ansiedad desde que murió mi madre. En plan, me dan ataques y muchas veces he estado en el hospital por eso. Yo nunca he sido muy sociable ni extrovertida y mi madre era...mi única amiga.
No sé en qué momento, lágrimas han empezado a descender por mis mejillas.

Oigo pasos venir hacia aquí y rápidamente, me limpio la cara.
Un pequeño niño rubio de ojos marrones, viene hacia mí.

-Hermanita, ¿estás bien? ¿Por qué lloras?- dice con una voz angelical.

No puedo evitar llorar otra vez. Lo abrazo contra mí y él me da un beso en la mejilla.
Y hoy es otro de esos días en los que te preguntas. ¿Y si me muero? ¿Qué hago yo con esta personita tan buena? Nunca he conocido a más familia que mis padres. Siempre he querido decirle que lo siento tanto, siento no haber podido hacer nada para que mamá no se muriera, ni para que mi padre se fuera, ni para que yo me pueda morir en cualquier momento. Y lo siento tanto, porque todo es culpa mía. Debería haber muerto yo, no ella.

-¿Por qué llorabas? ¿Por mamá?- dice preocupado.

-Te quiero, pase lo que pase- le digo entre sollozos dándole un beso en la cabeza.

-Yo también te quiero mucho, hermanita. Gracias por cuidarme y nunca dejarme solo- dice apretando más el abrazo.

|Frágil|® [TO #1]Where stories live. Discover now