Besos Mortales

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Lo único que deseaba era ir a casa

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Lo único que deseaba era ir a casa. Me di cuenta que a mi llegada solo iba a recibir un regaño. Y no estaba de humor para ello.

Era suficiente aturdimiento con lo que acababa de ver en el cementerio. Pero quería estar sola. Necesitaba estar sola.

Aún dudaba de mi cordura y podía sentir mi corazón acelerado y un leve temblor intermitente en mis manos sobre el volante del auto. Respiré profundamente. Y evite tratar de voltear hacia el cementerio. No quería ver más muertos por ahora.

Encendí el auto y manejé sin rumbo. No sabía hacia donde estaba manejando, hasta que vi la iglesia que siempre había sido mi refugio. Ahora más que nada necesitaba tantas respuestas a preguntas que ni siquiera me había formulado.

Bajé del auto, luego de estacionar lo al lado este de la entrada.

La iglesia siempre estaba abierta desde que yo recordaba. Era una iglesia que estaba en constante oración. Al estar bajo el manejo de las hermanas del perpetuo rosario.
Claro estas estaban en la parte posterior de la gran iglesia.

Entré en silencio. Y fui directamente hacia la parte frontal, cerca del altar.

Este tenía una gran peculiaridad. El crucifijo era custodiado por el Cristo de la resurrección. Aquel que venció a la muerte.

Al llegar a la banca principal me dejé caer. Y empecé a llorar, las lágrimas brotaban de mi interior sin que pudiera hacer nada, eran de rabia, de enojo, miedo. Y soledad.

Me sentía sola, y además haberme enfrentado con el fantasma, no tan fantasma de mi ¿ex? novio.

No era llanto escandaloso. Más bien lloraba en silencio. y la causa era yo misma.

Mi vida no se suponía lo que debía de ser. Yo siempre había querido ser como las demás chicas. Ir de compras, preocuparme por las salidas y los novios. Por ser invitada a pijamadas o fiestas. Me conformaba con salir al cine o al café. ¡Yo que sé!

Pero en cambio mi preocupación se reducía a no saber de qué forma la muerte influía en mi vida.

Amaba estar viva. Reir, sentir. La lluvia incluso el olor del café recién hecho.

Adoraba que mi gata tricolor corriera a acostarse a calentar mis pies por las noches.

El olor del césped recién cortado. El vaivén de las flores y hojas con el viento.

Incluso ese primer beso en el cementerio lo adoraba. Pero no creía soportar la carga de esto, yo sola.

Es decir mi vida no podía reducirse a convivir con los muertos. 

En ese momento recordé aquella pintura.

Sequé las lágrimas que estaban en mi rostro. Con serenidad me levanté y fui hacia el corredor que nos llevó aquella vez al salón donde se encontraba aquella vez el cuadro.

Cuando la muerte se enamoreWhere stories live. Discover now