Tiempo

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(Familiar/Agnes Obel)


¿Alguna vez sintieron que morir sería mejor que cualquier cosa? ¿Que tu dolor es tan grande que si la única opción para dejar de sentir fuese la muerte, la elegirían sin pensarlo? Pues eso sentía yo en aquel momento mientras sus manos soltaban el botón de sus pantalones, un profundo y sincero deseo de morir, donde solo dominaba la histeria, el pánico y el llanto descontrolado.

Me sentía tan manoseada, denigrada; lo peor en todos los aspectos posibles solo de pensar lo que estaba por pasar. La impotencia de no poder hacer nada solo aumentaba el enorme peso que cargaba en la espalda. ¿Qué eran los golpes comparado con eso? 

<<Nada, menos que nada.>>

Las emociones eran demasiadas como para intentar si quiera explicarlas, el terror era tan grande que no entiendo cómo seguía moviéndome, cómo no estaba paralizada aún, mi cuerpo no se rendía, seguía sacudiéndose intentando dar patadas contra él, pero lamentablemente solo conseguía que presionara su cuerpo con más fuerza. 

Mis muñecas tiraban de las esposas una y otra vez causándome aún más sufrimiento, pero de una extraña manera el dolor no me pertenecía, era como si el cuerpo fuese de alguien más, lo único que me pertenecía era la fuerza inmensa en el corazón para luchar por mi dignidad como mujer.

No quería ser pesimista, pero estaba segura que nadie iría a ayudarme, un sollozo más fuerte salió de mi pecho al tener ese pensamiento, nadie intentaría salvarme, era lógico, era inevitable, porque todos esos enfermos estaban llenos de maldad; yo no importaba, yo era nada, ni mi cuerpo agitándose, ni mi llanto descontrolado me salvarían. 

Entonces lo comprendí, mi lucha era inútil, y como si algo dentro se desactivase, mi llanto cesó, las convulsiones de mi cuerpo y el instinto desaparecieron.

Desabrochó mis pantalones y los comenzó a bajar torpemente hasta dejarlos un poco más arriba de medio muslo intentando no despegarse demasiado. Yo ya no peleaba, no lloraba, casi no sentía. No sentir era lo mejor para mí en ese momento. Solo rogaba porque fuese rápido.

Intenté pensar en Paul, intenté imaginar sus manos tocándome, sus labios besándome, pero no servía de nada, sabía que no era él. Aquello solo me servía para recordar la enorme distancia que había entre los recuerdos y aquel preciso instante en el infierno.

<<¿Esto es lo que me he buscado?>>

De pronto oí la puerta abrirse, el llanto que había logrado controlar nuevamente apareció, otro invitado llegaba a la fiesta. Sus manos torpes y ansiosas se detuvieron unos segundos y sentí que su boca se despegaba de mi cuerpo. 

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó molesto a la persona que había entrado, lo que significaba que no le resultaba grata la interrupción.

—Es mi turno. —Esa voz, Harry era el chico que había entrado a la habitación. ¿Su turno de qué? Me pregunté mentalmente—. Lárgate a hacer lo que sea para que se vaya.

Me quedé sin aliento, sabía que él no venía a rescatarme, me era más factible el hecho de que también quisiese divertirse a que quisiera salvarme, así que solo rogué porque aquel chico se fuera.

—Tengo tiempo de sobra para hacer todo —dijo el hombre que me sostenía sin siquiera dudarlo—. No vendrán por ella hasta al menos el próximo Miércoles. —Mi mente estaba revuelta, <<¿Mis padres no me sacarán de aquí hasta al menos una semana?>>, pensaba sin creerlo, sin dejar de llorar, sin dejar de sentirme miserable; me entró la duda de cuanto llevaba ahí, lógicamente ya no era día lunes, pero ¿cuánto habría pasado?—. La cuidaré yo, tu LÁRGATE a hacer lo que te plazca —dijo enfatizando el lárgate y volviendo su boca contra mi piel.

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora