Fin del camino

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(Dusk Till Down/ ZAYN FT. SIA)

Han pasado más de dos semanas desde que ingresé a la clínica, dos días desde que volví a mi encierro una vez más. Pero a diferencia de antes, ya no estoy en el sucio y viejo galpón donde me retenían, me han puesto en una habitación pequeña, que tiene un baño propio y una cama blanca como la nieve, paredes impecables y una pequeña ventana donde a penas puedo asomar una mano entre los barrotes.

Una cámara yace en uno de los rincones altos del lugar, vigilándome día y noche, en un intento de recordarme que no puedo dar ni un solo paso sin que ellos lo sepan, pero si bien pueden ver, al menos no pueden oír.

Hijos de puta. Que los jodan a todos, que el infierno, si existe, los consuma hasta quebrar sus huesos.

Ni siquiera puedo estar con Harry. Solo puedo verlo tres veces por día cuando entra con una bandeja color plata, con el desayuno, el almuerzo o la cena, y como con lentitud todo lo que hay en ella, en un intento de aplazar tanto como es posible el momento en que debe dejarme. Sus ojos atentos sobre mí me analizan sin dejar de preguntarse qué fue aquello que me habló Clara en la clínica, pero sé que no necesita saberlo, en cambio yo lo observo deseando una y otra vez sentir sus labios, porque me parece una eternidad la última vez que lo besé. No lo tolero, no tolero absolutamente nada.

Busco a mi alrededor algo, aunque sea una cosa con la cual poder hacer pedazos esa maldita cámara, pero se me agotan las ideas. Me siento vieja, pero no débil, como un roble de cientos de años, sin la frescura de sus ramas pero con la fuerza suficiente para resistir cien años más.

Entonces recuerdo la cama, no sé si pueda sacar algo de allí, pero en intentar no hay engaño. Por tanto muevo el catre un par de metros con rapidez, para llegar a la cámara y moverla hacia el techo.

Me arrodillo primero y me recuesto en el piso luego para cubrirme con el colchón hasta desaparecer. Es evidente que tengo muy pocos minutos para ver desde dónde puedo sacar algo que me sea útil antes de que manden a Harry a averiguar qué estoy haciendo. Les desespera que corra la lente hacia el techo porque saben que he perdido el miedo a lo que puedan hacerme, creo que lo he hecho tantas veces en estos dos días que están por rendirse.

Los barrotes del lecho están soldados, se me hará imposible poder sacar aunque sea uno, incluso saltando con toda la fuerza de mis piernas dudo poder romperlo. Y tal como pensaba, escucho el click de las llaves abriendo la puerta.

Un suspiro se me escapa muy despacio mientras me pregunto por qué Harry no me quiere besar. Por supuesto que hemos podido hacerlo desde que hemos vuelto, en alguna de las decenas de veces en que he hecho que la cámara no nos apunte, pero puedo apostar a que se relaciona con la enorme culpa que le pesa respecto a lo que Jamie mencionó en la clínica.

—¿Lepbinia? —pregunta con preocupación al no verme en ninguna parte, y escucho sus zancadas hasta la puerta del baño que yace cerrada—. ¡Lepbinia! —vuelve a llamar alzando la voz un poco más de lo que debería al ver que no estoy dentro del baño tampoco.

—Aquí estoy —susurro desde debajo de la cama, sin moverme de allí.

—¿Qué haces allí? —pregunta antes de inclinarse junto a mí—. Sal de allí. Pronto te traerán el almuerzo.

—No —replico como una niña—, ven aquí.

Lo escucho suspirar mientras se cuela debajo de la cama hasta estar hombro con hombro junto a mí. Sonrío gustosa puesto que simplemente intenta darme en el gusto.

—No puedo creer esto —dice con una sonrisa ligera en tanto que sus ojos se juntan con los míos.

—Cuando pequeña siempre me ocultaba así en casa de los abuelos —confieso devolviendo la sonrisa—, a veces por algún extraño motivo, escribía una carta de despedida con esa letra irregular, diciendo que me iría por el bosque a vivir con los animales y pasaba horas bajo la cama de mi habitación esperando que me buscaran.

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora