Rendición

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(Atlas: Hearing/ Sleeping at last)








<<¿Quién te va a amar? Todos, pero después de que tú te ames a ti misma>>.

Amar... Estos dos últimos días me he dado cuanta que no entiendo verdaderamente el significado de esa palabra.

¿Qué es amar? Creo que ni siquiera soy capaz de definirlo.

Mamá solía hablarme del amor propio, de cómo debía valorarme, de cómo mi valor no dependía de otros, que solo yo podía saber cuanto merecía.

La odio.

Odio a mi madre por hacerme creer aquello, por montarme un castillo de nubes que jamás ha sido real, que nunca lo sería. Lo entiendo ahora que puedo verme a mí misma hecha un montón de restos, jirones de una chica repleta de vida y de ideas absurdas que la convencían de que el mundo podía ser de ella.

La verdad es que soy nada.

Soy nada porque es el valor que el ambiente me otorga. Comprendo que verdaderamente los atributos que creía míos no eran más reflejo de la comparación a terceros, eran lo que otros me atribuían desde sus perspectivas. ¿Que soy inteligente? Pues fácilmente el mundo podría decir que entender la física cuántica era lo que hacían los idiotas y mi valor como estudiante de ciencias se iría al piso. ¿Que soy bella? Pues simplemente bastaron tres semanas de reclusión para demostrarme que no soy más que un saco de huesos, a penas una extensión celular que no servía si quiera para defenderse a sí misma.

Solo soy estúpida por creer alguna vez que era especial.

Pero al menos lo tengo a él.

He comprendido que si bien no valgo nada, él está aquí, intentando hacerme creer que soy especial, peleando contra la verdad de las cosas por el solo hecho de sacarme una sonrisa.

Me remuevo en su regazo para acurrucarme incluso más.

Probablemente esté muy incómodo, pero no dice nada, los últimos dos días se ha dedicado a tomarme en sus brazos para intentar llenar aunque sea un poco el frío arrollador que me invade. Lo que no sabe es que nada de lo que haga podrá devolverme el calor, nada me traerá de regreso, porque simplemente la vieja Lepbinia se ha congelado para siempre.

Intento borrarlo de mi cabeza, pero no puedo, simplemente las escenas se repiten una y otra vez, generándome un dolor tan grande en el pecho que incluso me arrebata el aire de los pulmones. He llorado más en cualquier otro momento, y sin importar las veces que le pida un baño, no dejo de sentirme sucia.

Siento sus manos atrapándome las muñecas, lo siento a él entrando con brutalidad, siento el dolor interno provocado por la invasión no consentida. Y deseo morir, ahora más que nunca deseo dejar de sentirlo así. Quiero que la muerte se lleve todo esto, todo el sufrimiento, quiero dejar de sentir sus manos toscas sobre mi cuerpo.

—Pequeña, por favor ya no llores. —Oigo a Harry contra mi cabello mientras me abraza con fuerza.

Deseo no hacerlo, quisiera poder dejar de sentirme como hago, pero es inevitable.

—Harry —susurro su nombre mientras paso los dedos sucios por mis ojos, intentando ocultar las lágrimas que nuevamente se escapan—, necesito un baño.

Lo oigo suspirar, entiendo que esté harto de llevarme, porque he tomado al menos seis duchas en las últimas cuarenta y ocho horas, pero sé que accederá una vez más. La cosa es simple y repetitiva, me lleva hasta el baño sucio donde me limpié la última vez que me llegó la regla, me meto en el agua fría por tanto tiempo como él permite, hasta que ya se le hace exagerado y me pide con amabilidad que me vista para que no nos metamos en problemas.

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora