CAPITULO 38

389 39 6
                                    

La noche en pub parecía no ser muy diferente a las demás. Su lugar como lo esperaba estaba vacío, sin nada más que algunos antifaces y unas botas de charol rojo hasta los muslos. Perrie no opuso resistencia. Ya no tenía caso querer escapar de esto, no tenía forma alguna de hacerlo, así que se adentró en el vestir para empezar a disfrazarse de aquella mujer que desde hace tiempo la atormenta tanto.

Sonrió para sí misma pensando en lo muy estúpida que estuvo siendo los últimos días ¿Qué era lo que estaba pretendiendo? ¿Hacer como si todo su pasado se hubiese esfumado por arte de magia? No... Ahora podía ver todo con extrema claridad.

Ella estaba atada de pies y manos a este secreto. Aunque sabía perfectamente que era cuestión de tiempo antes de que dejara de serlo, había una delgada línea de tiempo que la separaba de ser la mujer más desafortunada de este mundo.

—Bien, hagámoslo.

Intento sonreír a aquel espejo en la habitación de mala muerte destinada a ser testigo del peor de los sufrimientos. Trato con todas sus fuerzas de crispar sus labios de la forma en que lo ha hecho desde hace cinco años, cada día, a cada hora.

Esa sonrisa... Esa sonrisa que le recordaba lo atormentada que estaba y la maldición que cargaba.

Esa sonrisa que se prometió sostener con firmeza durante tantos años de martirio. Por el simple hecho de no querer rendirse ante la vida... La sonrisa que una prostituta puede ofrecer a cualquier alma desesperada de deseo.

La única sonrisa que le recuerda lo sucia que siempre estaría.

—Creí que no me ibas a obedecer —la rubia no se inmuta a girar su rostro pues sabe de antemano de quien han salido aquellas siete palabras. El silencio sepulcral hizo presencia por lo que parecieron siglos completos. Los ojos azules de Perrie Edwards aun inspeccionaban su rostro maquillado de forma extravagante y sus labios ahora vestidos por una gruesa capa de labial carmesí.

Intento comprenderlo... Esa mujer no era ella. No era el mundo al que debió pertenecer, no era la vida que debió sufrir.

—Debía hacerlo ¿No es así? —dice al borde del desespero. La mujer de cabello rizado y piel morena se acerca hasta quedar detrás de ella, su rostro lleno de cicatrices apareciendo en el espejo que Perrie se rehusaba a abandonar.

Su ceja se elevó con ironía, Irina Mayers parecía más perturbada que de costumbre. La chica con mirada perdida trato de analizar y descubrir su humor. Parece tranquila, pero como lo ha aprendido durante tantos años, con esta mujer jamás se puede saber realmente.

—Es tu obligación —dice sonriendo de medio lado, Perrie hace lo mismo y esta vez voltea para verla frente a frente.

Su aspecto aunque para todo el mundo intimidante y en extremo perturbador, le hace sentirse menos miserable. Irina es una mujer marginada, una mujer desgraciada y olvidada por la vida. Quien se ha dedicado a lo único que ha conocido durante su infierno. Perrie se siente incapaz de juzgarla, si quiera de maldecirla por haberla inducido a este mundo de mierda.

—No seguiré por mucho tiempo con esto —dice con seguridad. Completamente tranquila y expectante a la reacción de la morena quien no ha dejado de sonreír.

—Eso lo se... Jauregui me comento sobre tus intenciones de abandonarme —habla con una tranquilidad abrumadora. La ojiazul le mira con extrañeza, esperaba una mejor reacción de su parte. Decide pasar esto por alto mientras eleva sus ojos al cielo.

—Esa chica tiene que dejar de meter sus narices en mis asuntos —dice venenosamente, tomando lugar sobre la mesa al costado del sofá.

—Entonces haz que deje de hacerlo —Perrie siente la incitación en aquellas palabras, su mirada viaja por la habitación para luego llegar a los ojos grises de la mujer que sostiene una mirada cómplice.

DEAR GOD - Jerrie ThirlwardsWhere stories live. Discover now