capitulo 4. Dominnick

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Lo miro con detalle, todo el es una obra de arte, sus ojos grises, como aquellos que eh visto en todos mis sueños...

Son sus ojos, los que soñaba cada noche, los ojos de aquel ciervo, son los suyos.
- Bueno, tome asiento señorita Coreman, que deseo hacerle unas preguntas - me dice sin apuros, mientras se encamina a la silla opuesta de donde el estaba.

Camino en su dirección y me siento en la silla pequeña que está junto a él.
- ¿Qué edad tiene? - me pregunta cuándo ambos ya estamos sentados.
- 19, cumplo 20 dentro de un mes - le respondo con timidez.
- es hija única? - me pregunta y bebe de su copa de vino.
- no, soy la menor, somos dos hermanas en casa - le explico y tomo agua.
¿Por qué siento tanto calor?
- ¿Cuál fue su promedio final de la preparatoria? - me pregunta relajado.
- 10 perfecto, el mejor de la clase y de mi generación - alardeo un poco.
- fascinante, y bien, ¿ En qué te especializarás específicamente en la universidad? - me vuelve a preguntar.
- Arte, más que nada pintura, es mi pasión - le contesto y me encojo de hombros.
Noto que no lo eh mirado, y al voltear, veo que tiene su mirada fija en mí.
- ¿Quién fue su inspiración? - me pregunta atento.
- fueron muchos realmente, Picasso, Van Gogh, Caravaggio, Velázquez, pero Realmente mi inspiración fue Monet, sus obras son exquisitas - le explico fascinada, en verdad amo hablar de la pintura antigua.
- Monet, un gran pintor - me apoya y hace un especie de gesto con el rostro, lo miro anonadada.
- Si, lo es - le contesto distraída.
- Muy bien, ahora, las reglas de este castillo son las siguientes señorita Coreman:
Número uno, no salir de su habitación después de las 10 pm.
Número dos, no decir ni una sola mala palabra.
Número tres, no comer a deshoras ni husmear en la cocina.
Número cuatro, hacer caso a todo lo que yo le diga.
Número cinco, no interrumpir mientras yo hablé.
Número seis, si sales de esta casa, deberé de estar avisado.
Número siete, no tener contacto con la servidumbre, ni entablar una conversación con nadie.
Número ocho, al comer, deberás de solicitar levantarte de la mesa, si no, no puedes retirarte.
Número nueve, nunca entrar a mi habitación o mi oficina.
Y número diez, por ningún motivo, sin mi autorización puedes bajar al sótano...

¿Hay sótano aquí? En verdad no me lo imaginaba.

- Muy bien señor, quisiera preguntarle, ¿Cuenta con un estudio o salón donde yo pueda practicar mis técnicas de pintura? – le pregunto con pena, realmente no quisiera molestarlo.
- Por si no se dio cuenta, su madre se encargó de que estuviese cómoda en su estancia en el castillo – suelta un suspiro – cada habitación de este lugar, cuenta con un estudio, el cual el suyo fue adaptado para que pudiese pintar, cortesía de su madre – concluye y se levanta de la silla.
Veo que se encamina hacia la puerta, me levanto rápidamente y me paro frente a él.
Lo miro anonadada, y con un poco de temor. Me siento pequeña ante él, tiene una mirada tan profunda que me siento intimidada por su persona.

- Solo quiero agradecerle, que me haya aceptado en su castillo, estoy al tanto de que ya no ofrecen este servicio – le digo y le ofrezco una sonrisa.
- No hay que agradecer nada señorita Coreman, el señor Wilson me hablo maravillas de usted, y espero no haber cometido un error al dejarla hospedarse en este lugar – me responde y me observa con frialdad e indiferencia. ¿Será así todo el tiempo?
En ese instante, se retira, dejándome sola en el comedor.
Entra Luciana, junto con otras chicas de servicio y comienzan a montar la mesa con dos platos y cubiertos.

- El joven Heinsbek quiere que se cambie de ropa y luego vuelva para cenar – me dice Luciana y continua su trabajo con la mesa.

Me encuentro en mi habitación, solo recuerdo esos vibrantes ojos grises que me miraban con atención y misterio.
A leguas, se nota que el joven Heinsbek tiene unos 23 o 22 años, no es muy mayor, tiene una mirada fría, demasiado fría, justo como la mirada que he soñado.

Si amoWhere stories live. Discover now