Capítulo 4

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No sabía a dónde iba. No sabía qué buscaba. Solo tenía una cosa bien clara: necesitaba poner distancia entre la realidad y ella.

Bajó las escaleras a paso rápido, cruzándose con millones de uniformados de rostros que, en otras circunstancias, le habrían resultado familiares y habrían hecho que se parara a saludar o les dedicara una sonrisa. Pero en ese preciso momento veía manchas, borrones coloridos, como si tuviera miopía. Su cuerpo se debatía entre los restos de deleite que le había causado el delicado roce de las manos de Maura sobre su piel, y el frío glacial que se iba extendiendo lentamente por ella y que tenía como punto de origen la cicatriz de su cuello. Era bastante fina, disimulada por los pliegues naturales de la piel, a simple vista no se veía, no como las de sus manos; pero se podía sentir al pasar los dedos por la zona. Y eso era lo que la estaba dejando helada hasta el punto de que cada vez le resultaba más difícil moverse.

Alzó la mirada y parpadeó para enfocarla cuando oyó el retumbar de sus pasos. De algún modo había llegado al archivo, donde estanterías de metal se levantaban, fila tras fila, aguantando el peso de millones de cajas de cartón llenas de viejos y nuevos casos, cerrados o todavía a la espera de ojos frescos que los repasaran y encontraran el calcetín desparejado, la pieza que no encajaba. Era un lugar silencioso, frío, oscuro y polvoriento, ideal para perderse.

Giró a la izquierda, luego a la derecha, izquierda otra vez y una sucesión más de pasillos desfilaron ante ella hasta que se sintió mareada y totalmente desorientada. Entonces, y solo entonces, se dejó caer al suelo como tantas veces hacía cuando estaba inmersa en un informe; aunque esta vez se abrazó las rodillas y descansó la cabeza en ellas, dejando que su mente divagara.

Nunca las habían tocado.

A excepción de los doctores que se habían encargado de que cicatrizaran bien las heridas, e incluso a ellos Jane los rehuía a la mínima posibilidad, nadie había tocado sus cicatrices. Ni su madre, ni sus hermanos, ni sus compañeros, ni sus amantes. Cuando la detective veía sus dedos demasiado cerca, retiraba suavemente su agarre de manera que quedara el gesto más o menos disimulado. No soportaba que las tocaran porque le recordaban que estaban ahí, tenía la – quizá estúpida – creencia de que, si alguien las rozaba las volverían reales, de que se volverían visibles para todo el mundo y no sería un defecto que solo ella sufriera. Cargaría a los demás con aquel peso.

Hasta ese día.

Maura Isles había tocado una de ellas, de manera inconsciente, sí, pero lo había hecho, y Jane no sabía cómo sentirse al respecto. Además de vulnerable, desnuda de una manera emocional; también notaba el mordisco del arrepentimiento en su estómago. Quizá había exagerado, quizá no tendría que haber salido de aquella manera del despacho, al fin y al cabo, la forense solo había querido ayudarla. Debería tragarse el orgullo y subir a disculparse, por mucho que una parte de ella justificara su reacción basándose en que todavía sufría de estrés post-traumático, de que era algo lógico cuando se conocía la historia entera. Eso era otra cosa que temía: el momento en el que se viera obligada a abrirse y revelarle a la Doctora el porqué de sus heridas. Sabía que llegaría, era una compañera, trabajaría con ella codo con codo y, eventualmente, todos comenzaban a hacer preguntas. Nunca las harían directamente, empezarían con Frost y Korsak y, cuando estos se negaran a dar respuestas, irían a los detectives con los que Jane tenía menos contacto pero que sabían lo que le había pasado. Algunos tendrían la decencia de decirles que si querían saberlo le preguntaran a ella, pero otros – como Crowe – no tendrían reparo alguno a la hora de lanzarse en un relato bien detallado de los acontecimientos aunque no tuvieran nada que ver con él. Haría lo que fuera con tal de desacreditar a Rizzoli. La tacharía de irresponsable por haberse atrevido a ir a la caza de un asesino en serie sin refuerzos, la dejaría de débil porque aún seguía traumatizada. Y para cuando Jane quisiera enterarse de esto, ya habrían conseguido respuestas a sus preguntas y la mirarían con los ojos teñidos de compasión, cosa que ella odiaba.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now