Capítulo 20

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En algún momento de su desenfrenada carrera, pisó mal y su tobillo lanzó una punzada de dolor al tambalearse sobre los tacones. El terreno era desigual y Maura no veía dónde pisaba por culpa de la sombra de los árboles y las lágrimas. Al dar el siguiente paso, el pie que se había torcido protestó y se dobló bajo su peso.

La forense cayó sobre la tierra con las manos por delante para frenar el golpe. La piel de sus palmas y rodillas raspó contra las piedras y ramitas del camino, lanzando punzadas de dolor. Siseó y trató de levantarse pero se sentía agotada. Por primera vez en su vida, no le preocupó sentarse en un sitio polvoriento aun a riesgo de manchar su falda. Se llevó las piernas al pecho a pesar de que las heridas recién hechas tiraron de su piel con el gesto y enterró la cabeza entre sus brazos. Escuchó las pisadas cuidadosas de Jane acercándose hacia donde estaba ella y el ruido de la gravilla revolviéndose cuando se sentó a su lado.

La detective tuvo la consideración de dejarla tranquila. Simplemente esperó a su lado, dejando que su presencia allí hablara por sí sola. Antes no lo habría conseguido pero desde que era amiga de Maura, día tras día se sorprendía a sí misma con nuevas dosis de paciencia. Y, aunque le mataba ver la espalda de la rubia sacudirse por los sollozos, entrelazó las manos con fuerza en su regazo y se entretuvo jugueteando con los pulgares.

- Mi padre es Paddy Doyle – habló pasado un buen rato la forense, con voz rota y amortiguada por su posición. – Mi padre es un asesino. Supongo que ya sé por qué me gusta tanto estar rodeada de muertos.

- No – negó Jane.

- Ya le has oído. – Por fin alzó la cabeza, clavando sus ojos acuosos en los de la detective.

- Ese hombre pudo haberte creado pero no es tu padre – señaló hacia el camino por el que habían estado corriendo. – Tu padre es Richard Isles. Él te acogió en su casa y te dio un nombre y apellidos, una personalidad, un hogar.

- Difícilmente se le podría llamar hogar – dijo la rubia con una rabia en su voz que sorprendió a Jane.

- Maura, mírame – la morena no continuó hasta que la aludida no clavó sus ojos verde avellana en los suyos. – No importa tu ADN ni la sangre que corre por tus venas, importa la persona que te alimentó, te educó y te cuidó.

La forense sacudió la cabeza y una cascada de lágrimas cayeron por sus mejillas.

- Tú no matas, tú les devuelves la voz que gente como Paddy Doyle les han quitado.

Finalmente, pareció que Maura la creía. Con una profunda respiración, asintió y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. No pudo evitar quejarse un poco al levantarse, la sangre seca de sus rodillas tirando de los bordes de las heridas. Jane pasó una mano por su cintura y sostuvo la mayor parte de su peso mientras deshacían lo andado y volvían al claro donde el todoterreno y el sedán seguían aparcados.

Paddy Doyle les estaba dando la espalda mientras hablaba con sus hombres, pero se giró en cuanto las oyó llegar. Su rostro mostró alivio durante una fracción de segundo antes de que volviera a adquirir una expresión neutra. Se acercó con sus móviles en una mano.

- Tomad, llamad a quien tengáis que llamar – les dijo.

Jane aceptó los dos iPhones sin un solo gesto de agradecimiento.

- ¿Piensas dejarnos aquí hasta que venga alguien a buscarnos? – El mafioso no tuvo que contestar para que la respuesta fuera obvia. – Podrían tardar horas hasta que nos encuentren y Maura necesita atención médica.

Aquello consiguió que Paddy se ablandara. Recorrió de arriba abajo la figura abatida de su hija, quien estaba recostada contra la detective y rehuía su mirada siempre que podía. Vio las heridas en las rodillas y manos, así como la expresión fatigada de ambas amigas.

The Yin to my YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora