Capítulo 30

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No sabría decir cuánto tiempo habían pasado en el Alfa Romea humeante y completamente abollado. Jane alzó la cabeza de donde se la había golpeado contra el volante y dejó escapar un gemido. Para haber sido ella la que había recibido el golpe más fuerte –el todoterreno las había embestido por su costado- sus heridas eran mínimas. Sí, sentía que alguien había tratado de arrancarle la cabeza de cuajo, todo le daba vueltas, algo caliente caía por su mejilla, y las costillas le palpitaban dolorosamente, pero un golpe así en otro coche y ella no habría salido de él viva para contarlo.

Volvió a la realidad cuando su cerebro registró el fuerte olor que impregnaba el aire: gasolina.

Orientándose, descubrió que estaban en una especie de zanja entre dos cuestas empinadas cubiertas de maleza revuelta por el accidente y rocas. Su siguiente prioridad fue girarse tan bruscamente hacia el lado del copiloto que todo su cuerpo protestó con el gesto, pero necesitaba ver que Maura estaba bien o no sería capaz de respirar nunca más. Esquivó un hoyo en la chapa del techo del coche y descubrió con alivio que la forense estaba con los ojos abiertos, sana y salva. Relativamente.

- ¿Estás bien? – preguntó con voz rasposa.

- Mi pierna – gimió la rubia.

Por primera vez, Jane dejó que sus ojos vagaran más libremente por la figura apenas iluminada de Maura. Tenía un corte en la mejilla que sangraba profusamente y su pierna estaba atrapada entre la guantera y la radio de policía. Aparte de eso, no había salido muy mal parada. La detective hizo una nota mental para acordarse de agradecerle a Giovanni por mantener los airbags en perfecto estado.

La forense tenía ambas manos en su muslo izquierdo y el rostro torcido en una mueca de dolor.

- Vale – dijo Jane tras analizar la situación. – Déjame ayudarte con eso.

Tiró de su cinturón con fuerza para desatascarlo y se libró de la tira de tela que le había salvado la vida, entre otras cosas. En un gesto reflejo, su mano izquierda voló a su cadera para comprobar con alivio que la pistola no se le había caído en una de las muchas vueltas de campana que habían dado. Con cuidado de no golpearse con el techo aboyado, se inclinó todo lo que sus doloridas costillas le permitieron y agarró la rodilla de la rubia delicadamente.

- A la de tres tiramos, ¿vale?

Maura se limitó a asentir, respirando sonoramente, el sufrimiento escrito de manera notable en sus ojos. Jane contó en voz alta hasta el número indicado y ambas empujaron la pierna para que saliera del hueco donde se había quedado enganchada. La forense dejó escapar un grito de dolor cuando consiguieron que se moviera un poco.

La detective esperó a que Maura recuperase el aliento antes de volver a intentarlo. Una vez más, la pierna se deslizó unos centímetros hacia la libertad.

- Aguanta un poco más – susurró entre dientes, captando la imagen del sudoroso rostro de la doctora por el rabillo del ojo. – Una, dos y...

Una bala reventó el –milagrosamente intacto- retrovisor izquierdo del coche. Ambas se encogieron ante el sonido, tomadas por sorpresa. Jane masculló una maldición entre dientes y desabrochó el cinturón de Maura con algo de dificultad.

- Abre la puerta y sal – ordenó casi en un ladrido.

- Pero, Jane, mi pierna... - empezó a objetar la rubia.

Otra serie de disparos abrieron agujeros en la ya de por sí magullada chapa del Alfa Romeo. Saltaron un par de chispas y ambas compartieron una mirada de preocupación.

- Tenemos que salir de aquí – constató Maura con urgencia.

La detective se giró para encarar la ventanilla del conductor, reclinándose hacia atrás sobre el freno de mano y contra el hombro de la forense. Desenfundó su arma en cuestión de milisegundos. Sentir el peso de la Glock en las palmas de sus manos le devolvió algo de su mente fría de policía. Respondió con dos disparos, lo suficiente para darles algún tiempo pero no tanto como para quedarse sin balas.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now