Capítulo 6

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Las pesadas puertas metálicas con hilo de alambre se abrieron con un chasquido, corriéndose lentamente hacia la izquierda para dejar pasar al destartalado Crown Victoria por ellas.

- ¿No te encanta? – preguntó Jane a su compañero mientras calculaba la distancia que había entre el marco y su retrovisor.

- ¿El qué?

- Un vistazo a la placa y todas las puertas se abren.

- ¿Por qué te crees que me metí en la policía? – bromeó Frost sacudiendo la cabeza.

- Tío, habrías salido mejor parado en el FBI o la CIA, tendrías juguetitos y un buen salario.

El moreno se encogió de hombros con falso arrepentimiento y ambos detectives bajaron del coche sintiendo el golpe del calor en cuanto abandonaron el fresco interior del vehículo. Se apresuraron a cruzar el patio de hormigón, ahora desierto, y un guardia salió a recibirles.

- ¿Credenciales? – les pidió extendiendo una mano.

Jane se limitó a retirarse la americana ligeramente y el dorado metal de la placa destelló bajo el sol. El uniformado asintió y se hizo a un lado para dejarles pasar al interior, donde el aire acondicionado salía ruidosamente de unas viejas máquinas colgadas del techo. El pasillo, estrecho y de un verde desvaído, les condujo a otro pasillo trasversal, más amplio.

- Por aquí – indicó el guarda de mediana edad mientras giraba hacia la izquierda.

Tras cruzar varias puertas de rejas que se abrían en el momento justo en el que llegaban a ellas, un hombre vestido con un traje azul marino algo desgastado, calvo y con bigote, se acercó a ellos con una sonrisa que mostraba más falsedad que alegría.

- Detectives – saludó estrechándoles las manos. – Usted debe ser Rizzoli – dijo mirando a Frost e ignorando prácticamente por completo a la morena. – Ya lo avisa su apellido, es un hombre hecho y derecho. Italiano, ¿verdad?

- Erm... En realidad... - empezó a disculparse el joven.

- Yo soy la detective Rizzoli, señor McGrath. – dio un paso hacia delante para hacerse notar sin dejar que la mirada de incredulidad del director la amedrentara. Sonrió con superioridad agradeciendo más que nunca su elevada estatura y rasgos fieros. – Y sí, es italiano.

- Oh, mmmm... - como no sabía cómo arreglarlo, se dejó de rodeos y fue al grano. – El preso está esperándoles ya – dijo señalando una puerta gris totalmente gris carente de manillares o ventanas.

- Muchas gracias – le contestó Frost.

Sonó el ruido de un timbre y la puerta se abrió sola. El detective la empujó y dejó que Jane le precediera a la hora de entrar en una habitación sin más decoración que una silla metálica fijada al suelo. Un hombre mayor, debía de rondar los setenta años, vestido con el mono naranja de la prisión y las manos y los pies esposados a una anilla incrustada al cemento del suelo; alzó la cabeza para observarles con curiosidad y un brillo diabólico en su mirada. A pesar de que daba toda la impresión de no ser capaz de levantarse de su asiento sin ayuda, los guardas habían tomado todo tipo de precauciones. Ambos detectives compartieron una fugaz mirada de complicidad antes de separarse: la morena se quedó frente al hombre y su compañero se situó a un lado de este.

- Oiga, me acusen de lo que me acusen, - dijo el preso con voz frágil y temblorosa – yo no he sido – alzó las manos esposadas haciendo tintinear las cadenas que le mantenían atado.

- Parece que está bastante a la defensiva para ser inocente – comentó Jane con tranquilidad.

- ¿Quién ha dicho algo de ser inocente? – una sonrisa torcida apareció en aquel viejo rostro arrugado.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now