Capítulo 8

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Dejó que el teléfono sonara hasta que le estresó el persistente timbrazo que tenía como tono y decidió contestar solo para acallarlo.

- Rizzoli.

- Hey, Jane – saludó la vivaracha voz de Korsak al otro lado.

- Woah, no hace falta gritar – protestó la morena alejándose el iPhone del oído con una mueca.

- Lo siento, hay mucho barullo en el Dirty Robber, se les ha estropeado el aire acondicionado.

El murmullo de gritos quedó parcialmente ahogado cuando el detective se salió a la calle.

- ¿Te vienes?

- La verdad es que... - empezó a excusarse Jane.

- ¿Acaso tienes mejores planes? – la cortó su compañero antes de que se escaqueara.

La morena alzó la cabeza del cojín, mirando la cerveza atrapada entre sus piernas y el bol con palomitas que subía y bajaba al ritmo de su respiración. No tenía ninguna luz encendida pero la televisión iluminaba lo suficiente como para poder moverse por el salón sin necesidad de gastar más electricidad.

- Mmmm...

- Venga, Jane, dijiste que ibas a intentarlo.

- Ya salimos el miércoles, Korsak, además, estoy cansada.

- ¡Es viernes! – Exclamó el veterano con entusiasmo – Tienes todo el fin de semana para recuperar horas de sueño.

Si tan solo supieras...

- Mira, hagamos un trato. No te quedes toda la noche, bajas, te tomas un par de cervezas con nosotros, jugamos una partida a los dardos y te vuelves a casa a dormir relativamente pronto, ¿vale?

- No sé...

- Venga, Jane, hazlo por mí y por Frost, ese muchacho verdaderamente se preocupa por ti.

La detective suspiró, uno largo y profundo, antes de aceptar la proposición de su compañero.

- Está bien, pero solo un rato.

- Genial – Por mucho que no encajara con Korsak, Jane casi pudo imaginárselo dando palmadas de victoria. – Ah, y ponte guapa, la Dra. Isles también viene.

Colgó antes de que a la morena le diera tiempo a gritarle algo. Se quedó mirando la pantalla en negro del iPhone antes de tirarlo al sillón con un gruñido de frustración, retirando las palomitas de su estómago y la cerveza de sus piernas y dejándolo todo en la encimera de la cocina a su paso hacia su habitación. Una vez allí abrió las puertas del armario de par en par en busca de algo cómodo pero a la vez arreglado, a pesar de saber que, al final, iba a acabar tirando de unos vaqueros y una camiseta cualquiera. Resopló con resignación, negándose a estar probándose conjuntos para luego desecharlos en cuanto se viera en el espejo y cogió unos shorts rotos. Mientras se los ponía dando saltitos, revolvió entre las camisetas en busca de un top negro que le llegaba por encima del ombligo.

No comprendía del todo por qué pero quería ir provocadora dentro de la comodidad. De ahí que decidiera tirar la casa por la ventana por una noche y ponerse tacones. Salió de su casa justo cuando el taxi que había pedido minutos antes por teléfono frenaba frente a su edificio. Sabía que, por mucho que le hubieran prometido que la dejarían marchar pronto, lo más probable es que no volviera su casa hasta la mañana siguiente, por eso que no llevaba coche. Ella no era muy bebedora, además de que tenía una gran tolerancia al alcohol, pero prefería no correr riesgos.

El calor dentro del Dirty Robber era asfixiante y quedándose corto. Parecía que aquello había hecho a la gente más ruidosa, porque los gritos eran más altos que de costumbre, las risas más escandalosas, el olor a humanidad más insoportable. Golpeó a la detective nada más entrar, obligándola a arrugar la nariz y abrirse paso a codazos a través del gentío para llegar a la barra.

The Yin to my YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora