Capítulo 12

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Una semana. ¿Cómo era posible que hubiera pasado ya una semana? Jane se llevó ambas manos a las sienes, presionándolas suavemente con intención de calmar el dolor de cabeza que tenía. Una semana desde que habían encontrado a Jackie Hill medio muerta en la parte trasera de su viejo coche. Una semana desde que habían confirmado la relación sentimental existente entre la víctima y la que habían supuesto que era su asesina pero que había resultado ser otra inocente. Una semana desde que la ingresaran en el hospital, sedada, alimentada por vía intravenosa.

A veces Jane se sorprendía a sí misma aguantando la respiración mientras observaba el pecho de Jackie subir y bajar lentamente, ayudado de una máquina. Sentía que el caso entero también estaba conteniendo la respiración a la espera de que la joven diera señales de vida, de que sus párpados temblaran o sus manos se encogieran impulsivamente. Necesitaban que se despertara, sin ella, sin su testimonio, no tenían de dónde tirar. No había ni un cabo suelto. Estaba todo tan perfectamente arreglado que resultaba sospechoso y, por mucho que eso le molestara, Jane no podía hacer nada. Tenía las manos atadas, dependía por completo de Jackie Hill. Sin embargo, nada les aseguraba que, cuando esta abriese los ojos, fuera a ser capaz de decirles algo útil. La pobre estaba drogada, con fuertes alucinaciones y con pérdida de memoria, lo más probable es que no pudiera aportarles nada y el asesinato de Betty Rickards quedara sin resolver, uno más entre las interminables filas del archivo de la comisaria 1854.

Maura ya le había avisado de que la probabilidad era demasiado alta como para depositar tantas esperanzas pero la detective se había negado a renunciar tan pronto. No podía hacerse a la idea de que una chica tan joven hubiera perdido la vida brutalmente y que no fueran a coger a su asesino/a. Le dolía, ella se había metido en la Academia de Policía precisamente para hacer justicia. No iba a permitir que el caso de Betty quedara sin resolver.

Y eso la llevaba a donde estaba actualmente: en el piso vacío del departamento de Homicidios. Las luces estaban apagadas en su totalidad a excepción de un solitario flexo, el de su mesa. Depositó cuidadosamente la taza de café encima de unos archivos, secando una gota que había salpicado a la mesa y se chupó el dedo mojado mientras repasaba de nuevo lo que tenían. La pizarra acristalada reposaba tranquilamente a su espalda, a la espera de que girara su silla para analizarla por... Ya había perdido la cuenta de las veces que la había mirado. Por si eso no fuera suficiente, la otra pizarra, la del esqueleto en el sótano, estaba en una esquina vacía del fondo de la sala diáfana, como una presencia silenciosa pero que sabía hacerse notar, un constante recordatorio de ese otro caso que Jane tenía pendiente. Ese otro caso en el que también estaba atascada.

Habían intentado todo lo que se les había ocurrido pero Paddy Doyle seguía en paradero desconocido, al igual que todas aquellas personas que habían tenido una relación o algún tipo de contacto, por muy breve que fuera, con su víctima. Se habían desvanecido del mapa: cuentas bancarias canceladas, números de teléfono inexistentes, casas abandonadas. Era como si todos se hubieran puesto de acuerdo para desaparecer, cambiarse de identidad o, quién sabe, quizá ser uno de los muchos John Doe que llegaban a la morgue y se iban al cementerio con el mismo nombre. Una vez más, Jane estaba maniatada.

Si tan solo pudiera conseguir una buena noche de sueño... Estaba convencida de que eso supondría un cambio, que le abriría los ojos y haría que su cabeza dejara de tener parecido con un tambor africano al que alguien no deja de golpear. Las sienes le palpitaban dolorosamente, por eso estaba masajeándoselas todo el rato, y sentía la vista cansada y desenfocada; pero se negaba a marcharse a casa, no iba a solucionar nada allí. Podría descans... No. Sabía que era una idea estúpida. Ya lo había intentado, ya había tenido intención de marcharse antes y meterse en la cama nada más llegar a casa pero no había conseguido nada. Daba igual cuándo se fuera a dormir, lo que importaba es que siempre se iba a despertar en medio de la noche por culpa de una pesadilla, sumergida en tal estado de terror que las manos le temblaban violentamente y se negaban a trabajar, doloridas, volviéndola una inútil y dejándola indefensa ante la presencia amenazadora de alguien que en realidad no estaba en su habitación sino en una celda fría y totalmente aislado del resto del mundo. Y volver a dormir después de eso había resultado ser misión imposible.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now