Capítulo 29

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Jane aparcó en la acera libre frente a la comisaria y se quedó dentro con el motor encendido. Ni loca se arriesgaba a entrar a buscar a Frost, con la suerte que tenía, seguro que la grúa pasaba justo por al lado y se volvía a quedar sin coche.

Cuando vio la familiar figura de su compañero bajando las escaleras de la entrada, en vaqueros y la camiseta de un equipo de baloncesto, hizo sonar dos veces el claxon y sacó una mano por la ventana para que la reconociera. El detective se acercó al Alfa Romeo con los ojos abiertos como platos.

- ¿Necesitas un babero? – le preguntó la morena a modo de saludo.

- Ja ja ja – replicó Frost con sequedad, poniéndose el cinturón. - ¿A quién se lo has confiscado en nombre de la ley?

- Un conocido de la infancia – dijo escuetamente. Lo último que necesitaba era recordar todo lo que había pasado con Giovanni.

Se incorporó al tráfico con facilidad, sus pies descalzos presionando el acelerador cuando el semáforo se puso en verde. Llevaba los tacones en el asiento trasero y pensaba esperar al máximo para ponérselos porque eran preciosos pero matadores para sus pies desacostumbrados. Estaba segura de que Maura no tendría problema alguno en pasarse todo el día subida a ellos, mientras que Jane, tras una hora, tenía que quitárselos porque no aguantaba más.

Lo que se le había ocurrido era entrar en Charlestown de incógnito para que nadie les reconociera como policías y pudiera ir corriendo a dar el chivatazo a sus jefes. Jane no buscaba guerra con la mafia irlandesa, no pretendía volver a las andadas de hace cincuenta años, donde los tiroteos por ambas partes eran constantes y no les preocupan las vidas inocentes que estuvieran en medio. Solo necesitaba que le pasaran un mensaje a Doyle, y dado que este se empeñaba en permanecer en paradero desconocido, era la única alternativa. De ahí que tuviera unos tacones que no soportaba en el asiento trasero, al igual que, al pasar por su casa antes de ir a buscar a Frost, se había cambiado el traje por una falda diminuta y una camiseta semi transparente que dejaba ver el sujetador negro que llevaba debajo.

Todo fuera para pillar a su asesino.

Jane se giró hacia su extrañamente callado compañero aprovechando un semáforo en rojo. Barry iba mirando hacia la ventana con expresión pensativa.

- Un dólar por tus pensamientos – habló la morena.

- ¿Mmmhh? – inquirió él, despegando la mirada del paisaje y enfocándola en la detective.

- ¿Pasa algo? Estás demasiado silencioso.

El joven se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto pero Jane esperó pacientemente. Le conocía lo suficiente como para saber que algo le estaba rondando por la cabeza y que, si no se lo decía ahora, se lo diría en otro momento. Debía demostrarle que ella también estaba ahí para él si lo necesitaba, aunque solo fuera por todas las veces que él había hecho lo mismo por ella.

- Es solo que... - empezó a decir Frost, cortándose a la mitad y frunciendo el ceño. Buscó las palabras adecuadas, la cabeza reposando en un brazo doblado contra la ventanilla abierta de par en par. – Estaba pensando en lo mucho que ha cambiado todo este último año.

- ¿Todo?

- Mi vida en general – volvió a encogerse de hombros. – Hace tres meses, cuando Alice me dejó no lograba comprender a qué venía esa decisión tan repentina. Quiero decir... – se apresuró a explicarse mejor. – Éramos felices. Yo era feliz, y automáticamente asumí que ella también, ¿sabes? Sin embargo, ella me reprochó que desde que había entrado en Homicidios ya no era igual.

- ¿Vuestra relación o tú? – inquirió Jane para seguir bien lo que su amigo quería decirle.

- Ambas. El despertarse a horas anormales para ir a una escena del crimen, trabajar hasta tarde, nuevos compañeros, estar rodeado de tanta muerte... Por lo menos Alice decía que era eso lo que me había cambiado.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now