Capítulo 27

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Para cuando la alarma comenzó a sonar a las seis de la mañana, Maura llevaba un buen rato con los ojos abiertos y mirando fijamente al techo como si allí estuvieran escritas las respuestas a todas sus preguntas. Con un suspiro, la forense se alzó sobre un codo para apagar el pitido incesante del reloj y se volvió a dejar caer contra las almohadas. En un gesto inconsciente, alargó una mano hacia el otro lado de la cama solo para encontrar sábanas frías y un hueco vacío en donde se había acostumbrado a ver el cuerpo dormido de Jane. Pero la noche anterior se habían separado con la promesa de verse en la comisaria a primera hora. ¿El pretexto? Necesitaban descansar y sabían que si se quedaban juntas lo último que harían sería dormir. ¿La verdad? Ambas necesitaban algo de espacio para pensar, poner en orden el revoltijo de sentimientos que sacudía sus estómagos.

Además estaba todo el lío de la autopsia. Aun recordaba la sensación de haberse tragado una pesa de veinticinco kilos a la hora de marcar un teléfono largo tiempo olvidado en algún rincón de la memoria de su móvil y que, al volver de África con curas para enfermedades pero no para su corazón roto, creyó que nunca más volvería a necesitar. Hay cierta gente que, aunque no fueran los principales causantes del dolor, habían estado ahí en un momento determinado e iban consecuentemente ligados a las sensaciones que se habían experimentado. Era una asociación lógica que hacían las neuronas a partir de impulsos nerviosos. Maura sabía toda la teoría, lo había visto representado en pantallas durante sus años de estudiante de medicina, pero a la hora de experimentarlo en su propia piel se había dado cuenta de que no importa lo bien que puedas recitarlo, con puntos y comas exactos, en la vida real todo es más complicado e incomprensible de lo que parece en los libros de texto.

Con un suspiro, la rubia se levantó de la cama y comenzó con su rutina de todas las mañanas con la tonta esperanza de que aquello le ayudara a poner a su mente en trance y no pensar en las horas siguientes. La meditación ayudaba. Entraba en trance, un sitio donde no había lugar para los problemas, solo existía la calma. Mientras tanto, su cuerpo funcionaba por pura memoria muscular, de repetirlo día tras día conocía hasta un gesto tan tonto como pasar una mano por la colcha para alisar cualquier arruga que hubiera podido quedar, desenredar sus rizos bajo el chorro de agua de la ducha o retocarse el flequillo una vez había acabado de arreglarse.

Volvió en sí misma cuando una nube de perfume la envolvió y se quedó pegado a su ropa. Se subió en sus tacones, repasando en el espejo que todo estuviera en su sitio antes de bajar las escaleras hasta la cocina y prepararse un café. Estaba sorbiendo de la taza distraídamente, con el periódico extendido frente a ella en la encimera pero más que nada para aparentar que estaba haciendo algo más que comerse la cabeza, cuando oyó el timbre resonar en la entrada. A pesar de que estaba esperando a que sonara, no pudo evitar dar un pequeño salto en el taburete. Se encaminó al recibidor, parando frente a la puerta, la mano en el pomo. Cogió aire profundamente y se alisó las arrugas inexistentes de sus pantalones en un gesto nervioso perfeccionado después de años y años tratando de complacer a Constance Isles.

La cara que esperaba con un ligero ceño de impaciencia al otro lado de la puerta compuso una sonrisa tan familiar que el estómago de Maura dio un giro de 360º que le hizo lamentar haber comido tostadas para desayunar. Esbozó una sonrisa de respuesta que estaba muy lejos de sentir como real pero que era lo políticamente correcto.

- Cailin – saludó con voz sorprendentemente firme.

- Maura – contestó la morena. Mantenía el corte de pelo a la altura de los hombros y con el flequillo recogido tras su oreja derecha, el mismo con el que la forense le había conocido, y sus ojos seguían siendo igual de versátiles: en un momento parecían verdes y al siguiente grises.

- Por favor, pasa – la invitó echándose hacia un lado y señalando en dirección al salón. - ¿Quieres café? Está recién hecho – ofreció mientras cerraba la puerta y pasaba junto a la joven.

The Yin to my YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora