Capítulo 24

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La luz titilante de dos velas era lo único que iluminaba la habitación. Un suave aroma a vainilla flotaba en el aire y envolvía a ambas mujeres en un dulce abrazo. Maura yacía en la cama, su pecho subiendo y bajando con tranquilidad, la almohada abrazada y la cabeza girada hacia un lado. Sus rizos rubios se extendían por el colchón como una cascada dorada. Boca abajo, una pierna medio doblada y la otra estirada, el agotamiento la había vencido y se había quedado dormida con la tranquilizadora presencia de Jane junto a ella.

El viaje de camino a la casa de la rubia había transcurrido en un silencio necesitado por ambas. La detective estaba demasiado agitada como para pensar con claridad y prefería quedarse callada antes que arriesgarse a decir cualquier chorrada, mientras que la forense todavía se encontraba en estado de shock y su mirada perdida vagaba de un lado a otro pero sin fijarse en nada concreto. Jane se había visto obligada a tocar su brazo para que se diera cuenta de que ya habían llegado y bajara del coche. Su cuerpo delgado envuelto en la gruesa manta que los paramédicos le habían dado le hacía parecer más desamparada todavía. Con toda la delicadeza que poseía y casi nunca mostraba, la morena había limpiado todo rastro de sangre de la cara de Maura con un paño húmedo que luego había tirado a la basura para que la rubia no tuviera que verlo nunca más.

Ahora, el lado derecho de la cama estaba vacío y las frías sábanas indicaban que su ocupante se había ido hacía rato. Más concretamente, en cuanto Maura se había quedado dormida. La detective se había levantado al ser consciente de que la frustración y los restos del miedo que había sentido por la forense no la iban a dejar dormir. Silenciosamente, se había desembarazado de la sábana y había bajado las escaleras para ir a la cocina.

Ya acostumbrada a la pasiva presencia de Bass, no se sobresaltó al ver un bulto oscuro en un rincón entre la encimera y la nevera. Paseó nerviosamente sobre los fríos azulejos, masajeándose las manos con fuerza para calmar el dolor de sus cicatrices. No podía dejar de pensar en los múltiples "¿y si...?" a pesar de saber que con eso solo conseguía atormentarse innecesariamente. Pero ahí estaban rondando por su mente, sin dejarla en paz. ¿Y si no se hubiera despertado a tiempo para contestar el teléfono? ¿Y si Maura no hubiera sido capaz de escapar la primera vez del matón? ¿Y si no hubiera llegado a tiempo? ¿Y si...? ¡Y si, y si, y si! ¡Se iba a volver loca! Se tiró de los rizos con desesperación y soltó un gruñido por lo bajo. La tortuga sacó lentamente la cabeza de su caparazón para ver quién la había despertado.

- Hey, Bass – saludó Jane con la voz más grave de lo normal. Caminó hasta la nevera y sacó un envase de plástico con fresas que Maura siempre guardaba para su mascota. Se arrodilló frente a él y se la ofreció, observando con notable fascinación cómo la tortuga parecía olfatear aquello que la detective le estaba dando antes de abrir la boca y darle un mordisco a la fruta. - ¿Está rica, verdad? – preguntó Jane mientras ella se comía una también.

Bass se terminó la fresa con un bocado y miró una última vez a la morena con sus pequeños ojos, encogiéndose dentro de su caparazón para seguir durmiendo. La detective acarició la tersa superficie con las yemas de los dedos, pensativa. Qué fácil sería ser una tortuga y esconderse cuando las cosas no salían como uno quería... Suspiró y se incorporó, sus cansados músculos protestando por tener que cargar con su peso escaleras arriba. No quería dejar mucho tiempo sola a Maura, todavía no lograba sacudirse la sensación de que estaba en peligro.

Comprobó que la forense estaba tranquilamente dormida y respiró hondo silenciosamente, tomando asiento en una silla acolchada frente a la ventana. Retiró con un dedo la cortina y analizó la desierta calle. No se oía ni un solo ruido pero, en vez de calmarla, la ponía más nerviosa. Echaba de menos el tranquilizador murmullo de los aparatos del aire acondicionado y el tráfico, así como la ocasional sirena de una ambulancia pasando a toda velocidad. Se había acostumbrado a tenerlo como banda sonora en sus noches de insomnio, era algo que había terminado por reconfortarla cuando se despertaba aterrorizada por una pesadilla y encendía la luz de su habitación para disipar las sombras. Sin embargo, esa noche reinaba el silencio, y eso le ponía los pelos de punta.

The Yin to my YangWhere stories live. Discover now