Capítulo 25

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El ladrido de un perro en la calle sacó a Jane del placentero sueño en el que había estado sumida. Parpadeó varias veces, cegada por la luz del sol que se colaba a través de las cortinas bajadas de una habitación que no reconocía. Se frotó los ojos para librarse de las legañas de le tiraban de la piel cada vez que los movía y se colocó de espaldas sobre el colchón mientras hacía memoria, la sábana deslizándose sobre su piel desnuda en un recordatorio de que algo gordo había pasado entre ella y otra persona.

Vio la cama vacía, revuelta por una noche de pasión. Sintió el ligero hormigueo de su entrepierna satisfecha, sus rizos morenos enredados cuando se pasó una mano por ellos para apartárselos de la cara. Piezas de ropa yacían hechas guiñapos por el suelo de la habitación y entonces los recuerdos le golpearon con tanta intensidad que se le escapó el aire de los pulmones. Todo lo que había pasado: la llamada de Maura pidiendo su ayuda, el miedo, el alivio de encontrarla escondida bajo su mesa, la conversación en medio de la noche con la rubia, las pesadillas... Su primer beso. Jane se acarició la sensible piel de sus labios con la yema de los dedos rememorando la maravillosa sensación de la sedosa boca de la forense sobre la suya, la danza de sus lenguas.

Fue en ese momento, al ser completamente consciente de lo que había pasado, que miró el hueco vacío donde Maura debería de haber estado durmiendo, a su lado. Pasó una mano por la sábana y la notó fría contra su piel. Hacía tiempo que la rubia se había levantado y la había dejado allí. La cabeza de la detective, dormida hasta un minuto atrás, ahora funcionaba a toda velocidad en busca de una explicación plausible para la ausencia de su amiga. Aquello no era como se había imaginado la mañana de después, si es que alguna vez llegaba a pasar. En su fantasía, se habrían despertado estrechamente abrazadas y se habrían pasado la mañana entera en la cama entre besos y otras actividades más exigentes y placenteras. Pero, una vez más, tampoco se suponía que debiera pasar justo después de que Maura hubiera estado a punto de morir a manos de un irlandés vengativo.

Jane dejó escapar un profundo suspiro y buscó su ropa con la mirada, localizándola esparcida por diferentes puntos de la habitación. Se levantó y se vistió con rapidez a pesar de que estaba sola y no había nadie que pudiera verla vagando desnuda por el cuarto de otra persona. Había una única razón que habría llevado a la forense a abandonar el lecho: que se hubiera arrepentido, que al ver lo que había pasado bajo la luz de la mañana se hubiera dado cuenta de que no era aquello lo que quería sino que simplemente se había visto empujada hacia Jane por los restos del shock. Todo había sido causa de una experiencia traumática y la necesidad de corroborar que seguía viva. A la detective le había pasado lo mismo después del ataque de Hoyt y había buscado refugio en los brazos de Casey, un viejo compañero de instituto al que sabía que podía recurrir porque no la rechazaría. No era algo de lo que se sintiera orgullosa pero tampoco había podido resistirse, era una urgencia que la acosaba por las noches y se instalaba en su pecho con tanta fuerza que no le dejaba respirar. Solo el roce de su piel contra la de otra persona podía calmarla. Jane había escogido a Casey y Maura la había escogido a ella.

Con el peso de la verdad sobre sus hombros, bajó las escaleras con la misma actitud que un preso que camina hacia la silla eléctrica. Estaba preparada para que la forense le mirara con pena, que se disculpara por haberla usado de esa manera y haber generado falsas esperanzas. Seguían con el mismo acuerdo de antes: Maura no quería perder ese trabajo y Jane prometía que no causaría que la echaran. Apretó la mandíbula antes de traspasar el umbral de la cocina-salón con la cabeza alta. Se iría de allí destrozada pero no dejaría que nadie lo viera. Como decía esa vieja canción: "sonríe aunque tu corazón se esté rompiendo".

Sin embargo, la cocina estaba vacía. La morena se desinfló sintiéndose desconcertada. ¿Tan mal estaban las cosas que Maura se había marchado de su propia casa? Su mirada recorrió el salón, que seguía tal y como lo habían dejado la noche anterior, y al repasar la encimera de la cocina, reparó en una taza al lado de la máquina de hacer café. Se acercó hasta allí y vio que la cafetera estaba llena de café recién hecho, todavía caliente. Entonces Maura sigue aquí, pero la pregunta es ¿dónde?, se dijo a sí misma mientras giraba otra vez sobre sus talones para abarcar la estancia vacía. Al encarar otra vez la encimera, el sol brillando sobre el jardín trasero a través de la ventana captó su atención. Sintiéndose tremendamente estúpida, se preguntó cómo no se le había ocurrido antes.

The Yin to my YangOù les histoires vivent. Découvrez maintenant