- NO JODAS JOEL PIMIENTO
- Es Joel Pimentel
- Joel, Dylan, Pascuasio da igual. ¿Qué quieres? -digo ya irritada.
-Bájale a tu pedo morra. -hizo un movimiento en forma que me relajara.-- ¿Acaso no te puedo saludar?-trato de acercarse pero me aparte, me daba asco estaba todo sudado.
-Aléjate, me das asco. Estas todo sudado. --gruñí.
-Tu no estas sudada y me das asco.
Abrí la boca indignada por lo que acaba de decir y le di un golpe en el hombro.
-Eres un...un...- no pude formular palabra alguna. No hallaba la palabra correcta para describirlo en una sola palabra.
-Un Dios Griego. --terminó la palabra por mí, pero era obvio que yo no iba a decir eso.
-No digas mamadas.
-Come tierra.-dijo el infantilmente.
-Vete a la verga.-me doy la vuelta para irme pero detiene tomándome del brazo.
-Tú no vas a ningún lado.--su agarre se hizo más fuerte.
-Me duele.--empecé a forcejear.
-Me vale tres hectáreas de verga si te duele o no. Tú vienes conmigo, así que camina. --dice y me lleva a un lugar que ni siquiera yo conocía.
- ¿Dónde estamos?--pregunte.
- ¿Qué no conoces tu instituto?
-Sí, pero nunca había venido aquí. --me escogí de hombros.
-Creo que estamos atrás de las canchas.
Miro bien y pude darme cuenta de que era verdad lo que decía. Algunos chicos estaban besándose a escondidas detrás de las canchas.
-Esos podríamos ser tú y yo. --dice y lo miro horrorizada. Él sonríe. --pero luego miro tu cara y se me pasa la idea.
- ¿Y si te vas a la verga?
- Lamentablemente no sé donde queda tu casa.
Lo mire mal. Era insoportable, lo quería matar yo misma.
-Vez esto. --saco una cuerda.
- ¿Te vas a ahorcar? Mira ese árbol es el más grande si quieres te ayudo a subir. --propuse.
-Qué culera. --negó--No pendeja no me voy a suicidar.
-Lástima porqué si cambias de idea yo estoy dispuesta a ayud...
No pude terminar porqué el tomo mis muñecas y las empezó a atar a un poste. Lo mire confundida. ¿Por qué hacía eso?
-Pero que...
-Te quedarás aquí.
- ¿¡Tienes mierda en el puto cerebro o que te pasa!? --se despidió con la mano y empezó a alejar dejándome sola y atada.
Los idiotas y calenturientos que se estaban comiendo atrás de las canchas no me veían. Escuche el timbre y mi nerviosismo empezó a crecer. Me había dejado aquí sola y amarrada cómo puerco.