16. Dolor.

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Capítulo número dieciséis: Dolor.

1 de marzo del 2030.

Mi habitación.

Me abrí paso tambaleante en la oscuridad de mi habitación, sintiendo el nudo en mi garganta consumirme por completo.

Cerré la puerta con fuerza y al instante le coloque el seguro, cayendo de rodillas al suelo y sollozando al fin.

Apoyé mi espalda en la puerta y solloce con fuerza, sintiendo mi garganta doler por la intensidad.

El dolor en mi cabeza por lo mucho que había retenido el llanto no era normal, y la manera en la que todo mi cuerpo temblaba tampoco lo era.

Sentía el dolor punzante en mi ojo, pero no se comparaba con lo que sentía en mi corazón.

Me coloqué sobre mis rodillas y manos comenzando a gatear hacia al baño, sintiendo mis extremidades flaquear.

Cada centímetro que me acercaba hacia el baño representaba una nueva memoria que aparecía en mi cabeza y la hacía doler aún más.

Me senté en mi asiento habitual en la esquina, aprovechando que la profesora aún no había llegado para poder estudiar un poco más.

Sentía ganas de tirarme al suelo, pero tenía que llegar al baño.

Escuché unas voces hablar entre risas, y luego ví cómo los idiotas del salón colocaban sus sillas a un lado de mi asiento.

El dolor de absolutamente todo me hizo detenerme y comenzar a limpiar mis ojos con el dorso de mis manos, sin dejar de llorar.

Intentaron meter sus manos bajo mi pantalón, y me negué, comenzando a asustarme.

Ví mi teléfono, que había caído en el suelo cuando entré al cuarto, pero no podía llamar a James y pedirle ayuda, tenía que calmarme yo misma.

—Si no te comportas como una chica y nos dejas tocarte, no mereces tener el cabello así— observó uno de los chicos tomando una tijera.

Seguí gateando al baño, esta vez utilizando el dolor de ese recuerdo como gasolina para poder ir más rápido.

Uno me sentó en sus piernas, otro me tomó los tobillos, y otro las muñecas, y obviamente aprovecharon para tocar donde no debían mientras el líder de ellos me cortaba el pelo y yo forcejeaba y sollozaba.

Coloqué mis manos sobre el lavamanos y con bastante esfuerzo me levanté, sabiendo bastante bien que en cualquier momento me podía derrumbar.

Me miré en el espejo del baño, lloré, y corrí hasta mi casa.

Observé mi reflejo en el espejo por segunda vez, y grité de frustración. Luego de años cuidando y dejando crecer mi cabello ellos simplemente vinieron y lo cortaron, como si eso no representará nada para mí.

Liam me vió, y lo noté estresado - probablemente por algo del trabajo -, y ver mi cabello lo hizo gritar y comenzar a insultarme.

Abrí el cajón de mi baño y comencé a sacar todas las cosas que ahí encontraba, esperando encontrar algo que me sirviera para lo que necesitaba.

¿Estuve tantos años soportando que me digan que pareces un maldito maricon por tu cabello para que te lo cortes de esa manera?—- gritó— Deberías comenzar a agradecer que me tomé la gran molestia de mantenerte sin que seas mi estúpido hijo y pensar en cómo me afectan tus actitudes de mierda.

Nunca pensé que Liam me golpearía, o que cualquiera de mi familia lo haría, pero la hinchazón en mi ojo demostraba lo contrario.

No eran las únicas cosas que estaban en mi mente; cada pequeño recuerdo que alguna vez me entristeció estaba volviendo a mi casa, formando un tornado de dolor y tristeza.

Salí del baño, desnudo debido a que me acababa de bañar, y me dirigí al closet para buscar mi ropa.

James estaba en la cama, utilizando el teléfono, viendo de reojo mi cuerpo pero permaneciendo tranquilo.

Saqué una camisa para ponerme, y tocaron la puerta.

Caminé hasta ésta y la abrí, sabiendo que sería cualquiera de las personas con las que tengo confianza.

Zayn estaba al otro lado, con una expresión tranquila hasta que me vió desnuda.

¿Qué es esto, Andrew Payne? ¿Con once años y ya andando de puta?— exclamó.

Fruncí el ceño— Yo estaba-

De verdad que últimamente solo me decepcionas— murmuró dándose la vuelta y yéndose.

Encontré una pequeña tijera, bastante afilada, y me lami los labios.

Eso era lo que necesitaba.

Después de leer tantos libros y ver tantas películas, eso parecía lo más correcto para dejar de sentir que la tristeza me consumía.

Apoyé la tijera en mi muñeca y aguanté la respiración.

No quería lastimarme, pero sabía que lo merecía.

¿Él? Parece un maricon— fue lo primero que dijo mi abuelo sobre mí en la vida.

En serio lo merecía.

Levanté la mirada al espejo, sin ser capaz de ver lo que hacía, y cuando ví mi cabello de esa manera presioné la tijera con fuerza sobre mi piel.

Chillé, sintiendo la punzada sobre mi muñeca.

¿Por qué a las personas les gusta hacer eso?

Verme al espejo me causaba un enojo inexplicable, un enojo que desahogué lastimando mi propio cuerpo.

Después de un rato entendí a lo que se referían las protagonistas de los libros, y es que la pequeña gota de sangre que cayó sobre el lavamanos y la manera en la que el dolor físico me distraía lo suficiente como para sentirme bien me hizo hacerme adicta a esa sensación.

Pronto mis heridas emocionales se comenzaron a resolver con mis heridas físicas.

Meli.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora