32. Dibujo.

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Capítulo número treinta y dos: Dibujo.

Psiquiátrico.

2 de octubre del 2031.

Apoyé mi cabeza en la puerta para poder escuchar bien la conversación.

—Está bastante agresivo, por lo que Liam y Zayn entraran primero y se aseguraran de que no te golpee, o algo por el estilo— avisó la voz de mi nueva psiquiatra, la cual ya odiaba y no llevaba ni veinticuatro horas conociendo.

La verdad era que no debía odiarla debido a que sus intenciones eran buenas, pero todos tenían buenas intenciones e igual quería golpearlos a todos.

¿Cómo me iban a encerrar en un lugar como aquél? Si pensaban que mejoraría estaban completamente locos, no tener posibilidades de salir de esas cuatro paredes solo me ponía peor.

Me alejé de la puerta, exasperada. La ansiedad al saber que no podía salir de ahí me consumía... Pero no más que el odio que sentía por James, ya que le había dicho a mis padres sobre mi intento de suicidio y por su culpa estaba ahí encerrada.

La puerta se abrió y me tense mientras mis padres entraban a la habitación y me sonreían.

—Amor, tienes una visita— avisó Zayn acariciando mi brazo.

Frunci el ceño.

—¿Está bien si tu papá y yo salimos un rato?— me preguntó Liam.

Me encogi de hombros y estire el cuello para poder ver la puerta.

Sentí mi sangre hervir en el momento en que mis ojos se encontraron con los de James.

La mezcla del azul y el verde que antes me encantaba en esos momentos me ponía furiosa.

—¡Lo voy a matar! — grité de repente, tomando a mis padres desprevenidos.

Corrí un poco hacia la puerta pero cada uno me sostuvo por un brazo y me evitaron el poder seguir.

Sabia que mis mejillas estaban rojas debido a la furia que sentía.

—¡Me trajiste aquí! — gruñi forcejeando.

—Andrew— habló mi psiquiatra atrás de James, con su voz neutra y paciente que en vez de tranquilizarme me ponía agresiva—, había estado evitando esto por petición de tus padres, pero comenzaré a dartelas diariamente— avisó abriéndose paso en la habitación con una gran inyectadora en la mano.

El miedo me paralizó, ya que sentía una gran fobia a las agujas.

Mire a los otros tres en la habitación en busca de ayuda, pero todos habían apartado la vista.

¿En serio no pensaban ayudarme, sabiendo de mi fobia? ¿Harían como si fuera una persona de la calle pidiéndoles comida? Apartar la vista y hacer como que no pasaba nada parecía ser la solución para ellos, claramente.

Apreté los labios con fuerza, sintiendo ganas de llorar.

La aguja se clavó en mi brazo y comencé a patalear unos segundos antes de relajarme tanto que, si no hubiese sido por mis padres que seguían sosteniendome, me hubiera caído.

Meli.Where stories live. Discover now