Seis

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Una mañana bastante calurosa se hacía presente en la habitación de Seungcheol. Había sido una madrugada agitada; Jeonghan no podía dormir por el calor de la noche y había despertado a Seungcheol un sinfín de veces.

Suspiró, estaba confundido, hace más de un mes que el adorable ángel estaba viviendo con él en su hogar y aun que sonara para él estúpido, se sabía todas sus mañas en poco tiempo, sus hábitos, gustos y disgustos. Había aprendido bastante del chico.

Solo que, ahora se quedaba mirando un punto fijo en algunas partes de las habitaciones, indagando sobre Jeonghan, sobre los extraños sentimientos que comenzaban a brotar dentro de él, sobre la agradable presencia de tenerlo sentado a su lado cada vez que bebía de su cargado café, el aroma que tenía el chico era como una droga: adictiva.
Observó como Jisoo, su primo, miraba con atención absoluta a Jeonghan desde el otro lado del sofá. Jisoo era alguien sumamente atractivo, amante de las historietas baratas y música country. Había llegado a su hogar por cosa de sorpresa, no alcanzó a esconder a Jeonghan, púes Jisoo tenía unas copias de llaves de hace mucho tiempo para su vivienda.

Observó a Jeonghan, se encontraba con la mirada puesta en Seungcheol, seguramente, sintiéndose inseguro sin el mayor a su lado.

— ¿Y bien? —Preguntó Jisoo. Y Seungcheol arqueó una ceja. — ¿Quién es este chico tan bonito?

Seungcheol, con sus ojos en blanco, miró a su primo con severidad y dijo:

—Jeonghan, mi… amigo

Jisoo se levantó del sofá, acercándose a Jeonghan con seguridad, inclinándose hacia el chico quien lo miraba con desconfianza.

—Un placer —Acto siguiente, tomó con una de sus manos un mechón de cabello del ángel, acomodándolo detrás de su oreja.

Seungcheol frunció el ceño.

Jeonghan asintió con timidez  intentando acercarse a Seungcheol, claro que, entre más se acercaba, Jisoo hacía lo mismo, pero con Jeonghan.

—Mantén distancia, Jisoo. —Habló Seungcheol. Jisoo se detuvo y miró al adverso. —A Jeonghan le molesta tanta confianza, ahórrate tus trucos de coquetería.

—Cállate, no te importa. —respondió Jisoo sin despegar sus ojos de Jeonghan.

Seungcheol se levantó tomando con una de sus manos la delgada muñeca de Jeonghan, recorrieron el pasillo y subieron las escaleras hasta llegar al cuarto, en donde, una vez la puerta fue abierta, adentró a Jeonghan cerrando la misma con fuerza. Este niño traía muchos problemas.

— ¿A qué viniste? —Preguntó Seungcheol a Jisoo una vez que estuvo nuevamente frente a él.

— ¿No puedo visitar a mi primo querido?

—No.

Jisoo bufó.

—Mi madre te manda pasteles de fresa —dijo Jisoo apuntando una bolsa sobre la mesa, en donde, seguramente, se encontraban los pasteles— dijo que te gustaban.

—Al que le gustan esas porquerías son a Wonwoo —respondió Seungcheol mientras que cambiaba una y otra vez los canales del televisor.

—Seungcheol… —Repuso Jisoo con voz cansada— ¿Cuándo dejaras de ser tan amargado?

Seungcheol no respondió, a veces la presencia de su primo era irritante, quería que se fuera de su casa.

Además, estaba tomando demasiada confianza con Jeonghan.

—Y… —miró a Seungcheol— Ese chico, ¿es tú pareja?

Seungcheol negó exasperado.

—Solo un amigo. No te interesa. Ya vete. —se levantó del sofá con irritación.

La relación con Jisoo no siempre fue de esta manera: distante y fría —aun que mayormente por parte de Seungcheol—. Jisoo mostraba simpatía por el azabache. Desde pequeños no fueron muy unidos pero eran obligados por sus padres a permanecer juntos jugando forzadamente hasta que terminaran las fiestas familiares. Si bien Seungcheol le irritaba la presencia de Jisoo, era porque este había llamado la atención del amor de su vida: Donghae.

Claro que, alguien hacía que los pensamientos sobre Donghae se esfumarán poco a poco; alguien que no paraba de hacer ruido en la casa; alguien que no dejaba vivirlo en serenidad. Pero, disfrutaba mirar al chico con las luces del atardecer que entraban desde su ventana apuntando su rostro con esos destellos anaranjados que sabía muy bien que combinaban a la perfección con el muchacho. Y esos pensamientos eran los que lo hacían confundirse demasiado.

Estaba absorto, sin paz, con un desorden tremendo —en su casa y en su interior—. Solo esperaba que todo esto fuera algo efímero.

Su primo pronto se encontraba ya fuera de su hogar. Subió las escaleras a pasos lentos pero frustrados; abrió la puerta de la habitación, encontrándose con el ladrón de mentes sentado sobre su cama y en sus manos, una pequeña bolsa de papas fritas. Seungcheol sonrió para sus adentros.

Tengo Un Ángel En Casa / JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora