Trece

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En los ojos de Seungcheol se podía ver una preocupación tremenda, no lograba encontrar a Jeonghan. Jun estaba con él sentado en el sillón mientras que pensaban en alguna posible solución.

— ¿Podrías dejar de mover tu pierna de esa manera? —preguntó Jun con fastidio.

—No puedo hacer tal cosa.

Estaba enojado consigo mismo, se sentía estresado. Estaba muy confundido con lo sucedido en la fiesta, hace unos meses Donghae ni siquiera parecía estar interesado en él, y ahora, era Seungcheol el que lo había dejado en la fiesta para ir a buscar al ángel.

Sabía que había logrado lastimar y confundir al chico. Se sentía mal.

—No te estreses —comentó Jun— ¿por qué dejaste que Donghae te…

— ¡Cállate! —Interrumpió Seungcheol—no me importa Donghae ahora, quiero encontrar a Jeonghan.

El cielo era un lugar hermoso y de colores claros, destacando el color celeste. Los ángeles volaban en diferentes direcciones, las aves se desplazaban todas juntas y una enorme puerta de color dorado con orillas celestes era la gran atracción del lugar.

—No puedes volver al cielo, Jeonghan. —Habló un hombre con barba blanca y de ojos bastante pequeños.

—Pero Jihoon —rogó Jeonghan— nunca debí bajar a la tierra.

Jihoon, era un anciano pequeño pero muy sabio, tenía doscientos noventa y dos años en el cielo; serio y estricto pero sin duda, bastante comprensivo.

— ¡Esa es tu misión! —Exclamó el hombrecillo—  Y lo sabes, Jeonghan. Todos aquí tienen una misión y esa fue la tuya.

— ¡No quiero!

Jihoon frunció el entrecejo.

—Púes, no podrás volver hasta haber protegido en todos los sentidos a Seungcheol.

Jeonghan suspiró con pesadez y dejó caer su cabeza hacia abajo mirando sus pies de mala manera.

Seungcheol se levantó con rapidez al escuchar los suaves golpeteos en la puerta de su hogar. Jun se había ido a su hogar, púes, era ya de madrugada y Seungcheol seguía pensando en que hacer.

Al abrir la puerta, un hermoso ángel se encontraba frente a él con su mirada adorable y una sonrisa tímida en sus labios. Lo entró a la casa tomando su mano y lo miró por unos segundos sin decir nada.

—Joder —Susurró Seungcheol pasándose su mano derecha por todo su rostro.

Tomó la delgada cintura de Jeonghan y lo atrajo hacia él, pegando ambos cuerpos como dos imanes con firmeza.

—Lo siento —Dijo Jeonghan con suavidad mientras apoyaba su mejilla en el fuerte hombro del más alto.

— ¡No vuelvas a hacer algo como eso! —Exclamó Seungcheol— Te busque por lugares que hasta yo desconocía, Jeonghan.

Jeonghan lo miró con tristeza.

— ¿Sabes qué pasará si vuelves a desaparecer de esa manera? —Preguntó Seungcheol con severidad. Jeonghan negó— ¡Santa no te traerá regalos!

— ¡Si lo hará!

— ¡No lo hará si vuelves a irte!

Seungcheol jamás se imaginó diciendo tales palabras, y es que, Jeonghan le hacía decir y hacer cosas que ni el mismo sabía que podía realizarlas. De todas maneras, ya no le molestaba tanto.

No podía negar, que al ver a Jeonghan y sentirlo junto a él le provocaba tranquilidad y cierta felicidad que la verdad, muy pocas veces había sentido, y tampoco se comparaba con aquellas veces.

Tomó los hombros de Jeonghan y lo volteó para dirigirlo hacía el sillón, una acción cómica pero que a Jeonghan no le molestaba en absoluto. Ambos se sentaron en el sillón y se miraron sin decir nada, dejaron que solo sus ojos hablaran por si solos.

—No me gustó.

Jeonghan lo miró con confusión.

—El beso —dijo Seungcheol— no me gustó.

Seungcheol se acercó al ángel admirando todos sus rasgos.

—Me gustó el beso que te di a ti, y eso, me confunde.

Acunó ambas mejillas de Jeonghan, sintiendo su suavidad y admirando la pálida piel del más bajo. Sonrió al bajar su mirada hacía los delgados labios del ángel.

—Jeonghan ¿a dónde te fuiste?

—Quería regresar al cielo.

Ambas frentes se juntaron y Seungcheol cerró sus ojos.

—Ni te atrevas.

Por qué, no quería volver a sentir esa tranquilidad en su casa, aquella que le recordaba que cada vez estaba más solo. Jeonghan era su ángel, su caja de sorpresas y su ruidoso despertador que tarde o temprano, se desgastaría.

Aquel ángel hizo desaparecer la soledad que sintió en alguna ocasión.

—Ni te atrevas a irte otra vez —repitió con voz baja.

Tengo Un Ángel En Casa / JeongcheolWhere stories live. Discover now