trece

7.1K 527 253
                                    

           

Sus manos se acomodaron en mi cintura y rápidamente me alejó de él, su mirada estaba perdida mirándome los labios. Por mi parte, no sabía qué hacer, estaba mal porque me mandé la cagá más grande, o sea, quizás de verdad me está gustando el Alex, pero son rollos míos, él no se fijaría en una pendeja como yo, ya que hay muchas mujeres de su edad bastante mejores.

Aún nos seguíamos mirando y él de apoco sacó sus manos de mi cintura, se notaba que él estaba esperando que yo dijera algo, pero no estoy en mi sano juicio como pa excusar lo que hice. Las manos, las piernas, todo me tiritaba, parecía jalea.

Cuando empecé a reaccionar me eché para atrás y me toqué la cabeza. Comencé a caminar como en círculos tratando de no mirarlo, pero su mano me detuvo, ya que tomó la mía y me acercó a él.

—Tranquila—dijo y a mí poco más se me salen los ojos.

—La cagué, perdón. No sé qué estaba pensando, Alex—dije agitada—perdón, ¿cómo se supone que te voy a mirar ahora?

—Con los ojos—se encogió de hombros. Me reí un segundo, pero después volví a lo mío.

—Alex, no. Confundí las cosas, de verdad la cagué, no hay excusa—dije mirándolo a los ojos.

—No confundiste nada, Ignacia.

Lo quedé mirando y negué con la cabeza.

—¿Te imaginai alguien nos vio? Te puedes ir preso por mi culpa, no quiero causarte problemas. No sé por qué lo hice... perdón.

—Pero tranquilízate, no te estoy culpando de nada, y nadie nos vio. Ni siquiera fue un beso, fue un piquito. O sea, con todo lo que me estás diciendo, ¿querís que nos alejemos?

—Probablemente, aunque nos veamos siempre en clases, mejor dejar el contacto, o al menos hasta que yo tenga las cosas claras.

Vi como su manzanita se movió y luego suspiró haciendo una mueca y mirando hacia otro lado. Sé que quizás no es la idea, pero de verdad el piquito que le di me movió todo el piso, y no quiero seguir enganchándome de una hueá imposible, porque sé que es imposible. Me siento como la María Elsa cuando se fijó en el padre Reynaldo que tenía 33 años.

—¿Estás segura, Ignacia? —preguntó y se lamió los labios.

Asentí con la cabeza y él sólo suspiró y asintió. Luego de eso caminó hacia la puerta y yo me quedé mirando hacia donde antes él se encontraba.

—Ignacia—habló llamando mi atención y me giré para mirarlo—sé consciente que nos seguiremos viendo y hablando, te guste o no.

Tragué saliva y vi como esbozó una pequeña sonrisa coqueta y siguió su camino. Igual estaríamos con él todo el día, pero al menos no seguiré hablando con él, ni saliendo, ya que eso sí me confundiría muchísimo más de lo que estoy.

Un minuto después tocaron el timbre para volver a la sala, entró el Javier primero y me hizo un chasconeo, al cachar que no hice nada puso cara de preocupación.

—¿Qué hueá te pasó ahora, niña? —preguntó sentándose en su silla super relajado.

Le conté lo que pasó, y mi decisión respecto al profe.

—Cómo se te ocurre chantarle el beso po, Ignacia. Igual si quieres alejarte de él, está bien—dijo cruzándose de brazos—pero después no te quejis.

—¿De qué me voy a quejar?

—Ah, no sé yo—juntó los labios.

El Alex entró a la sala y lo primero que hizo fue mirarme, de ahí quitó la mirada e hizo que todos se sentaran para dar la explicación.

¡Wena, profe!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora