15.

83 12 0
                                    

En cuanto abrí la puerta de la habitación y después de haber colocado mi gorra negra, caminé por aquel pasillo que conectaba a otras habitaciones, eran un total de cuatro de las cuales las puertas se encontraban cerradas, no había algún tipo de ruido que pudiese despejar este silencio. Era totalmente quieto el ambiente, incluso pude llegar a la conclusión de que tal vez él se había marchado.

Caminé hasta el final de pasillo y un amplio living alumbrado tenuemente con la luz de una lámpara me dio la respuesta al ver aquel sujeto sentado en uno de los sofás, leyendo contenido de aquellas hojas que tenía entre sus manos. Éste no se inmutó en mi presencia y continuó leyendo pese a que yo me encontraba de pie a metros de él.

Mi libreta.

Pensé.

De inmediato reaccioné y busqué en mi chaqueta pero no encontré nada hasta que la voz de aquel sujeto irrumpió en el living.

—Si estás buscando tu libreta la tengo yo —indicó con un movimiento leve de cabeza a un lado suyo en el sofá.

Suspiré cansada y me acerqué hasta él. Su mirada vino a dar con la mía en cuanto estuve lo suficientemente cerca como para estirar mi brazo y llevarme conmigo mi libreta.

No dijo ninguna palabra tan sólo me observó con cierto aire de desinterés, cosa que comenzaba a ser costumbre para mí.

—Me llevaré esto conmigo —hablé para romper la tensión, tomé mi libreta y me alejé de a poco en dirección a la puerta del apartamento.

—¿Cuál es tu técnica? —preguntó de repente impidiendo continuar mi camino. Me detuve a unos pasos de la entrada y me giré a observarle, esta ocasión me observaba fijamente— ¿Qué es lo que te inspira a escribir tanto?

—¿Mi inspiración?

—Sí —suspira llevándose las manos al rostro para después echarse hacia atrás y recargarse completamente en el respaldo de su sofá—. No puedo.

No mencioné nada y únicamente le observé a la distancia, mirando como cierto grado de desesperación lo comenzaba a manipular.

Descendí mi mirada y observé el suelo de su apartamento intentando buscar la manera de salir de esta incómoda situación. Pero por alguna extraña causa aquel acto de desesperación me hizo sentir culpable y no tenía idea del por qué.

—Tú... ¿Compones canciones? —pregunté con cierta timidez.

—Trabajo para una casa discográfica y de entrenamiento. Soy uno de los compositores principales —se quita las manos de su rostro y me observa fijamente por unos largos segundos.

Una ligera sonrisa se dibuja en sus labios, se levanta del sofá y camina en dirección a otra habitación cercana al living. Yo permanezco de pie en el sitio de antes.

—Entra —le escucho decir desde el interior de aquella habitación.

Reacciono al instante y camino con cierta inseguridad hasta adentrarme a la habitación que no resultó ser más que un pequeño estudio de grabación.

Observé con más detalle a mi alrededor y caminé observando curiosa. Había gran cantidad de aparatos que tal vez le ayudasen a este sujeto a crear las canciones que él dice componer. Incluso había un piano frente al ventanal de la habitación, el cual se ubicaba al lado derecho al entrar a la habitación. Él se encontraba sentado en el taburete, observándome.

—Dices componer canciones sin melodía pero tienes la música dentro —habló—. Demuéstralo ahora.

Mis manos comenzaron a sudar y por obviedad los nervios no me abandonaron. Era imposible darme cuenta que yo no deseaba eso, ni siquiera tenía alguna idea remota de cómo tocar el piano pero algo dentro de mí me impulsaba a caminar con paso firme hasta el piano y sentarme frente a éste.

Me acomodé en el taburete y observé con detalle las teclas. No sabía que era lo que hacía. ¿Por qué tuve que involucrarme en esto? Yo podía llegar a quedar mal con este sujeto con el simple hecho de no saber que hacer.

Su presencia me resultaba verdaderamente incómoda.

—¿Y bien? —dijo sacándome de mis pensamientos.

No le observé en ningún momento pero sabía perfectamente que él miraba con atención mis movimientos.

—¿P-podrías observar a otro lado? —pedí con miedo. Le escuché suspirar y sentí como se levantaba del taburete y se iba a algún otro punto de la habitación. No sabía dónde estaba, tenía miedo de observar.

—Puedes comenzar —lo escuché tras de mí a la distancia.

Suspiré pesadamente y volví nuevamente mi vista a las teclas del piano, no sabía que haría pero coloqué mis manos por encima de este y acaricié con las yemas de mis dedos una que otra tecla. Hundí una tecla y el sonido fino que soltó fue increíble.

Ahora debía concentrarme, algo en mí me decía que podía lograrlo.

Una tecla más toqué y nada, otra e igual, toqué otra y nada. No apareció nada. Cerré mis ojos y debía concentrarme pese a que yo no tuviera idea de esto.

Y esa mirada nuevamente apareció. La mirada perdía nitidez cada vez. No podía distinguirla ahora pero sabía perfectamente que ahí estaba. Era intensa y me obligaba a atreverme a hacer lo que no tenía idea.

Mis manos recorrieron el teclado y pulsé una tecla y a continuación otra y otra. Abrí mis ojos y no sabía que hacía pero en mi mente observaba un patrón borroso que me guiaba a tocar las teclas. Por dentro, la melodía que alguna vez cree comienza a reproducirse provocándome comience a tararear la letra.

El sonido de la melodía que ahora había creado me mantenía energética, me obsequian seguridad y podía decir que en este momento, me sentía la persona más libre del mundo entero. ¿Qué era lo que hacía? No lo sé pero no quería detenerme, no quería y no lo haría.

Continúe tocando el piano como si está fuese la milésima vez en mi vida pero no era así. Para mí, ahora, esta es la primera vez conociendo el hermoso mundo de la música.

Imágenes, imágenes vienen y van, de un lado a otro frente a mí, me impiden ver con claridad el andar de mis manos a través de las teclas. Esas imágenes me cegaban pero no podía verlas con claridad. No veía pero continuaba tocando, continuaba creando algo diferente.

Basta, basta, basta...

—¡Basta! —grité para después golpear el teclado con mis puños.

Comencé a llorar sin saber el motivo.

—¿Te encuentras bien? —escuché la voz de aquel sujeto tras de mí. Estaba demasiado cerca.

—No puedo —hablé sollozando—. No puedo.

Sentí la calidez de su mano reposar en mi hombro. Él de cierta manera me brindaba su apoyo con aquel pequeño gesto.

De alguna forma eso... Me reconfortó.

Sugar Melody | SUGAWhere stories live. Discover now