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Él era de esas típicas personas serviciales, de esas que no dudaban un segundo en frenar si a alguien que estuviera en su radar se le cayera un libro, él lo alzaría para devolverlo. De esas que apoyaban a cualquiera si es que lo necesitaba: como aquel conocido caso de cuando una chica delgada quería hacer las pruebas para entrar al grupo de las porristas, pero no pudo hacerla por el miedo. ¿Qué pasó? Allí estuvo él. Se dice que la encontró llorando en el baño de las chicas, y que no dudó ni un segundo en decirle que no importaba el aspecto físico de alguien para cumplir una meta o sueño. Que no era necesario pesar más de 50 kilos para poder ser porrista del equipo. Después de eso, la chica entró. Y hasta el día de hoy es una de las mejores porristas que vitorea los tantos del equipo de rugby del colegio.

Ese era uno de los tantos rumores que se escuchaban en el instituto. Si eran ciertos o no, no lo sabría jamás a ciencia cierta, pero estaba segura de que lo eran.

Incluso alguna vez presencié cuando defendió a un chico, de un curso alto, de alguna pelea en la que lo habían metido por ser musculoso, fumar cigarros y tener notas malas. Ese día me gustó aún más.

A partir de aquel momento, en el que descubrí por mí misma que el chico era exactamente todo lo que decían sobre él, comencé a sentarme a unas cuántas mesas cerca de la suya, donde se sentaba con todo el equipo de clases tecnológicas avanzadas. Estaba solo a diez mesas de distancia de la suya. Nada.

Era extraño verlo pasar por frente de mí todos los días y no tener la suficiente valentía para no cubrir mi rostro y dejarme descubrir por aquel adonis. Tampoco era como si esperara que el chico se fijara en mí, porque parecía ser algo físicamente imposible. Solamente debía dejar mis libros en la mesa, y que cuando él levantara la vista, me viera. Era fácil. Pero difícil al mismo tiempo.

Era difícil por el simple hecho de que me abrumaba tanta perfección; porque yo no era perfecta ni en lo más mínimo, era insegura, odiaba mi cabello largo y liso, con las pecas que invadían todo mi rostro sin excepción, y mis ojos simplemente verdes. Mi cuerpo era como uno cualquiera: delgada, alta y con piernas largas, pechos medianamente grandes y dientes estúpidamente alineados.

A su lado, era una don nadie.

***

Como pueden ver, acá voy a hacer algo así como una realidad "inversa". Lo que la sociedad ve como "belleza", ella lo ve como defectos. Y lo que hoy en día vendría a ser alguien "feo", para ella es como un adonis.

Espero que esta historia corta les guste! 

Él y su imperfecta perfecciónWhere stories live. Discover now