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Una semana después, mi novio y yo caminábamos por los pasillos del instituto de la mano, sonriéndonos como tontos enamorados y compartiendo besos cuando no había ningún profesor cerca.

Éramos el centro de atención de todos, y la fuente de chismes también. Aunque en realidad, el centro de atención lo era él y los chismes estúpidos giraban en torno a mí. Era como ver a un modelo top al lado de una vagabunda, una que no era ni siquiera suficiente para estar al lado de tal adonis.

Y aunque me encargaba de ignorar comentarios, a veces escuchaba frases finales como: "ella está loca"; "¿acaso necesita anteojos?", entre otros. Y dolían, por supuesto que lo hacían, pero cuando él aparecía frente a mí, con esa sonrisita que me tambaleaba el mundo, todo parecía quedar atrás. Miedos, inseguridades, y todo tipo de negatividades.

Era usual que ahora conversáramos en la mesa sobre nuevos videojuegos que salían para celulares, otros tantos para computadoras y también para consolas. Me divertía bastante junto con sus amigos, y con él. La charla allí jamás faltaba, y parecían más normales de lo que cualquiera pensaría al verlos tan seguros, llevándose el mundo por delante y con la aclamada fama de instituto y adolescencia.

Los admiraba. Los admiraba bastante, porque parecían no percatarse de cómo eran vistos por los demás, y aun así seguían como si sus vidas fueran normales, con los pies clavados en el suelo.

—Feliz primera semana de novios.

Dirigí mi vista hacia la suya, y una enorme sonrisa se deslizó por mis labios al ser consciente de lo tierno que podía llegar a ser. Quedé aún más sorprendida cuando de su bolsillo sacó una hoja doblada en dos partes. Curiosa, y con mis ojos entrecerrados en su dirección, la tomé y la desdoblé con rapidez, con una horrible ansiedad apoderándose de mi cuerpo y mente. Mis labios se abrieron por sí solos al descubrir una bonita carta escondida entre tantos pliegues. Volví a mirarlo, sintiendo que mis ojos brillaban como si estuvieran en presencia de una estrella, y luego leí el contenido.

Su letra era ciertamente descuidada, pero recordaba alguna vez haber leído que las personas que tienen una letra de tal forma, son más inteligentes que aquellas que se encargan de tener una letra perfecta y modelada.

Leí todas las bonitas cosas que él se había encargado de escribir, y estuve a punto del llanto si no fuera porque no me gustaba llorar en frente de los demás. Decía cosas como que era alguien hermosa, con un hermoso corazón y alma, y muchas palabras que llegaron a mi corazón como un flechazo directo.

Pero el flechazo más impactante, fue leer un "te quiero" al final de la hoja y como despedida.

Mi corazón bombeaba con fuerza bajo mi caja torácica, y sin poder evitarlo, me lancé a los brazos del chico y le besé todo el rostro sin percatarme de todas las miradas curiosas que él siempre obtenía.

Al principio todo comenzó como murmullos, seguramente insultos para mí, y luego todo se volvió puras risas. Y fue suficiente para acabar conmigo, con la poca seguridad que sostenía sobre mi cuerpo y con toda la confianza que había logrado desarrollar al enamorarme de él.

Lo solté, como si de repente su cuerpo quemara y miré a todos en la cafetería. Todos seguían riéndose, principalmente las chicas, mientras nos miraban como si fuéramos una especie de circo. Me sentí realmente mal al darme cuenta en qué horrible y desagradable posición lo dejaba al estar de novio conmigo.

Yo a su lado era como el jorobado de Notre-Dame al estar con Esmeralda. Lo había hecho el hazmerreír de todo el colegio entero, y aunque él se empeñara en mirar solo mis ojos cuando alguien se burlaba a nuestro alrededor, todo para mí se volvió confuso.

No quería que lo molestaran por mi culpa.

No quería que perdiera su adorado trono de rey por estar a mi lado.

No quería privarlo de estar con una chica realmente linda y a la altura de él.

Y allí, justo en aquel instante, todo se desmoronó.

Él y su imperfecta perfecciónWhere stories live. Discover now