4

3.2K 264 19
                                    

Poco tiempo después, y con una valentía que no sabía de donde había sacado aquel día, me aproximé más hacia su mesa. Ahora estaba a 4 mesas de distancia desde la suya, aunque él todavía no había llegado.

Ese día, aprovechando las sacudidas de coraje que tenía por momentos, decidí que cuando él pasara por frente de mi mesa, no me taparía con el libro. No. No lo haría; me dejaría descubrir por aquel adonis que parecía ser tan curioso que no dejaba pasar nada a su vista. Él lo miraba todo. Lo había comprobado sentada desde la mesa a 10 de distancia, donde al parecer me había convertido en una especie de acosadora.

Con mi bandeja repleta de comida, y mi libro a un costado de ella, me crucé de brazos a esperar su llegada. Y allí estaba. Su triunfal llegada. Cada día era algo distinto, algunas veces entraban jugando con consolas portátiles, a veces entraba riendo con su grupo de amigos, otras leyendo un libro. Siempre algo distinto. Parecía que su entrada a la cafetería era algún tipo de distintivo que lo hacía destacar. Aunque él siempre destacaba, hiciera lo que hiciera.

Ya estaba preparada. El coraje estaba subiendo por mi bilis, como si se tratara de alguna extraña poción que comenzaba a hacer efecto en mi cuerpo. Pero no recordaba haber tomado alguna cosa aquel día. De cualquier modo, no era lo importante.

Él venía caminando en mi dirección con toda la simpleza del mundo, con esa seguridad que lo caracterizaba y con esa sonrisa de dientes torcidos que podría deslumbrar a cualquiera. Un adonis, como dije. Ese día él decidió entrar con sus manos en los bolsillos de su pantalón, dándole aquel aspecto de chico malo que no iba en lo absoluto con su encantadora personalidad.

Ese día, justo ese día, él alzó su mirada como siempre lo hacía y recorrió todo su alrededor. Y, de un segundo a otro, su mirada recayó en mí.

Momento aquí para decir que admito que en ese momento prácticamente yo casi sufro de un paro cardíaco, de que se me cortó la respiración y no sentí ni una sola extremidad de mi cuerpo.

Estuvo algunos segundos, que parecieron interminables para mí, mirándome, seguramente preguntándose quién rayos era yo. Porque era la primera vez que me veía. Desde el primer día estuve escondida tras libros, taquillas o cualquier otra cosa que pudiera cubrir todo mi rostro ante sus fisgones ojos.

Ese día, él decidió, haciendo de mi muerte una interminable y duradera; sentarse en mi mesa.

Frente a mí.

Y me volvió a mirar, pero esa vez: él me habló.

Él y su imperfecta perfecciónWhere stories live. Discover now