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Dos semanas después me quedé ciertamente retraída en el colegio. No tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con mi mejor amiga. En realidad con ella mucho menos, estaba enojada. O mucho peor que eso; porque había recordado la tremenda paliza que ellas me habían dado, pero había decidido no darle mucha importancia para no volverme loca y arremeter contra ella con furia. Así que prefería la tranquilidad de la soledad y vagaba por los pasillos con auriculares en los oídos, evitando contacto visual con cualquiera que no sea un profesor.

Hasta que un día por casualidades del destino alcé mi vista justo en el momento menos indicado. Justo cuando él venía caminando frente a mí. Me sorprendió bastante que su vista estuviera clavada en mí cuando lo observé, ya que después de todo lo que le había hecho se suponía que él debía odiarme e ignorar mi presencia. Su rostro se veía pálido, con un semblante afligido y su manera de caminar no era ni un poco parecida a esa seguridad con la que solía verlo. ¿Acaso se debía a mí? ¿Acaso estaba triste por nuestra "separación"?

Un extraño nudo se instaló en mi estómago, y haciendo fuerzas para no delatar mi disgusto decidí mirar hacia otro lado y seguí caminando como si nada hubiera pasado.

Como si no hubiera recordado el primer beso que nos dimos.

Como si no hubiera recordado que podía sonreír sin cuidado a su lado.

Pero principalmente, como si no hubiera recordado que había sentido amor por él.

Que lo quería.

Él y su imperfecta perfecciónWhere stories live. Discover now