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Cuando escuché el timbre no me sorprendió bastante, ya que últimamente traían ramos de flores con todo tipo de inscripciones que no me encargaba de leer, suponiendo que eran para mamá. Pero sí me sorprendió bastante que fuera él quien estaba del otro lado de la puerta, con una mirada de cachorrito perdido y abandonado. Justamente como había sucedido.

Me quedé boquiabierta y lo observé de pies a cabeza. Estaba totalmente empapado; porque había comenzado a llover hacía algunas horas y no había parado. Su pelo se pegaba hacia los costados de su cabeza y frente, sus anteojos estaban todo mojados y tiritaba del frío al llevar una simple campera de lana.

—¿Qué haces así? ¿Acaso estás loco? —exclamé, y lo tomé del cuello de la camiseta que llevaba abajo, arrastrándolo hacia adentro de la casa.

Corrí a prender la calefacción y en busca de una toalla. Cuando volví al vestíbulo, lo encontré parado exactamente en el mismo lugar donde lo había dejado y todavía temblando del frío. Mi estómago se hundió al saber que su estado en ese momento era por mi culpa. Me sentía una horrible persona al pensar en todo lo que tenía que haber pasado simplemente por ser como era. Lo había dejado en total burla con todos, y todo se debía solamente a mí y a mi egoísmo.

Me acerqué con cuidado y sin decirle nada, bajé el cierre de su campera para quitársela, ya que estaba demasiado mojada y eso empeoraría el asunto. Le quité sus anteojos y los dejé sobre el sofá. Pasé la mullida y calentita toalla por su rostro, luego por su cuello y también por parte de su pecho, que aún tenía la camisa adherida a su delgado cuerpo. En unos instantes, él había mejorado bastante. Cuando alcé mi cabeza para mirarlo, ya que yo era bastante pequeña de altura a su lado, me ruboricé como un tomate al percatarme de su mirada sobre mí. Me pregunté si me había estado observando durante todo el proceso de secado, pero jamás lo supe.

—Sí estoy loco —susurró, y observé la manera en la que sus labios estaban ligeramente morados. Por mi culpa también—. Loco de amor por vos.

Sonreí, y agaché mi cabeza sin saber qué responder a tal cosa. Incendió mi corazón con una ternura que opacaba cualquier otro sentimiento parecido o diferente.

—¿Por qué te alejaste de mí?

Cerré mis ojos y dejé escapar un suspiro entrecortado de mis labios. ¿Cómo podía decirle que no quería dejarlo en ridículo por estar de novio conmigo sin que él se lo tomara mal?

—Porque no quiero que se rían de vos.

Su ceño se frunció y apretó sus labios, disgustado. No dijo nada, pero supe que mi verdad le había dejado un amargo sabor en la boca. No reprochó más, en vez de eso, puso sus manos sobre mi cintura y acercó mi cuerpo al suyo. Mi pulso se disparó y mi corazón comenzó a latir como loco, como si hubiera corrido un maratón sin tomar un solo descanso.

Verlo sin sus lentes era extraño, pero de cualquier manera él lograba seguir siendo el adonis que era usando lo que usara. Cerré mis ojos, esperando un beso de su parte y antes de eso obtuve una leve caricia en mis labios provocada por la yema de su dedo pulgar. Delineó mis labios, y se deleitó como si fuera una obra de arte; cuando en realidad era todo lo contrario.

Finalmente, sentí el sabor de sus labios y me embriagué en sus besos. Lo había extrañado demasiado y tenerlo de vuelta a mi lado sabía a felicidad pura. Enredé mis brazos alrededor de su cuello y atraje su cuerpo más al mío. Me avergoncé cuando mis pechos dejaron una notable distancia entre nuestros cuerpos y odié aquella parte de mí. Me alejé, y lo vi ruborizarse antes de agachar mi cabeza. ¿Por qué tenía que tener esos horribles pechos? De pronto, como si aquello hubiera sido un hilo suelto, recordé todos mis defectos. Una panza plana, una cintura pequeña, unas piernas largas, trasero abultado al igual que mis pechos, curvas, pelo lacio, ojos verdes, labios regordetes y rosados, pestañas largas. Todo en mí parecía ser un impedimento para ser feliz. Todos mis defectos parecían estar preparados para noquearme de un solo movimiento. Toda mi felicidad parecía esfumarse cuando recordaba que era alguien insegura, y que él podía estar con alguien que fuera linda y no conmigo.

—No quiero dejarte como un...

No me dejó terminar la oración. Posó su dedo índice sobre mis labios, impidiendo que más palabras prejuiciosas pudieran escapar de allí. Alzó mi barbilla con su mano y entonces pudo percatarse de mis ojos cristalizados, apunto de llorar.

—¿Cómo decís eso? Sos perfecta.

Tampoco me dejó reprochar al respecto, en vez de eso, me calló con un beso diferente a los de siempre: apasionado.

Y esa noche, todo fue más allá de un beso.

Él y su imperfecta perfecciónOù les histoires vivent. Découvrez maintenant