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A una semana y media después de aquel acontecimiento, él había cumplido al pie de la letra con su palabra. Todos los días, sin excepción alguna, nos sentábamos en la misma mesa junto con todos sus demás amigos. Que ahora, también eran los míos.

Las chicas más lindas del colegio, aquellas que eran rellenitas como modelos y con cachetes absurdamente adorables; me admiraban y me lo habían hecho saber. Me admiraban por lograr lo que muchas no. Ni siquiera ellas, siendo las más inteligentes del colegio, habían llamado tal atención de su parte.

Por otro lado, las serpientes que tenían cuerpos delineados y llenos de curvas, me odiaban por aquello. Y también me lo habían hecho saber, porque una semana y media después, a la salida del colegio y cuando me dirigía hacia mi casa, un grupo de chicas me rodeó de la nada. Al principio lo tomé como una casualidad, luego me extrañó ya que siempre solía ir sola y finalmente chillé del miedo cuando una de ellas me jaló del cabello de un momento a otro.

Tuve miedo. Jamás había pensado que por sentarme junto con el chico más aclamado del colegio alguien sería capaz de golpearme. No lo entendí bien, hasta mucho más tarde.

La chica que logró arrancarme cabellos de mi cabeza, era una de las más antisociales del instituto. Pero esta vez, ella no venía sola. Parecía que había logrado reunir a todas las chicas que vagaban solas en el colegio justamente para venir a darme una golpiza.

Lo que obtuve fueron dos golpes en el pómulo izquierdo, tres patadas en el estómago y una cachetada estruendosa contra mi cachete derecho. Mi boca logró esparcir algunos hilos de sangre, y lo último que vi cuando quedé tirada en el piso, fue el pelo rubio y lacio de la chica que me había golpeado tan ferozmente.

Llevaba una falda corta, una remera que se ajustaba a su pequeña cintura y me miró con un odio incontenible bajo sus facciones de muñeca.

Luego, antes de cerrar los ojos por quedar inconsciente, lo vi.

A él. 

Él y su imperfecta perfecciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora