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Mamá me regañó por al menos un día entero sin dejarme respirar ni de por casualidad. De cualquier modo su reprimenda no era nada comparada a las que me daba cuando escapaba de casa para salir con mis amigos, cuando volvía borracha a altas horas de la madrugada o cuando se enteraba de que iba a las carreras ilegales. Además de todo eso, esta vez dejé que me retara sin contradecir en nada; no como solía hacer antes que apenas empezaba con su típico sermón me encerraba en mi habitación y ponía el volumen de la música al máximo para no escucharla.

—Perdón... —le pedí, porque me había metido en un gran lío. Aunque también le pedía perdón por todas aquellas veces en que le había faltado el respeto siendo consciente de todo lo que ella hacía por mí.

Mis disculpas la tomaron por sorpresa e incluso puedo jurar que había estado a punto de llorar.

En el colegio me habían amonestado a mí a mi ex mejor amiga y de suerte no me habían suspendido gracias a las súplicas de mis padres al director. Con mi mejor amiga no volvimos a hablar nunca más. Comprendí que ella me había envenenado la cabeza diciéndome tantas cosas que eran "perfectas" y tantas que no que para mí era habitual insultar a alguien por tener unos kilos más que yo, o que decirle nerd a alguien inteligente era adecuado.

Comprendí que solo había buscado encajar en un nuevo colegio y ¿qué mejor que juntarse con los populares? ¿Qué mejor que ser parte del equipo de porristas para tener aceptación? ¿Qué mejor que ser novia del mariscal de campo para ser admirada y querida?

Lo había entendido todo, la que estaba mal era yo junto con la sociedad llena de prejuicios, no los demás por ser como eran. De igual forma que entendí que ser estudioso no era malo. Que jugar videojuegos no te convertía en alguien marginado y que tener unos kilos de más no significaba convertirte en el punto de burla. Que ser alguien popular en el instituto no perduraría por siempre en tu vida y que tampoco te hacía el ser más valioso. Que formar parte de un grupo de porristas no te hacía la reina del universo, pero estaba bien si en verdad era un sueño. Que ser rebelde no me hacía la mejor, de hecho simplemente denotaba cuánto quería llamar la atención. Y que seguir los pasos de alguien te aleja de ti misma. Que siempre hay que ser uno mismo, siempre.

Porque después de todo, ¿quién soy yo para juzgar a alguien? ¿Quiénes son los demás para decirme qué es bueno hacer y qué no? ¿De quién enamorar y quién está prohibido? ¿Cómo amar? Nadie. Nadie puede decirte que cómo tienes que hacer tu vida.

Pero lo que todavía no entendía muy bien era porqué me había salido esa acción de defenderlo. ¿Por qué había decidido pegarle a una amiga de hace años por alguien a quien decía odiar?

No lo entendía. O en realidad no quería hacerlo. Porque en el fondo, muy en el fondo, sabía que lo había defendido porque era consciente de que él no era ningún insecto y que ella no tenía ni el más mínimo derecho para decir tal cosa.

Además, ¿apestoso? No lo era. Y yo era testigo de aquello. De hecho, entre sus brazos había notado que su aroma se había convertido en uno de mis favoritos.

Él y su imperfecta perfecciónWhere stories live. Discover now