Toca.

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Amaia deslizaba los dedos sobre las teclas del piano. Blanca, blanca, negra, blanca, negra blanca...

Siempre había tenido facilidad para aprenderse las melodías de las canciones y se sentía orgullosa de ello. Aunque fuera la primera vez que escuchara una canción, su cabeza retenía la melodía y se volvía ansiosa por poder reproducirla con total exactitud. Era esa misma ansia la que le causaba impotencia al no poder tocarlas con el piano al primer intento. Sin embargo, en ese momento sus dedos bailaban sobre las teclas del piano de madera sin ningún ápice de memoria muscular que los guiara. Amaia se dejaba llevar por los acordes que fluían de su cabeza sin pensarlo e inundaban de música el salón, se sentía aislada del mundo. En esa pequeña burbuja que había creado solo existían ella y el piano.

Alfred la observaba apoyado en el marco de la puerta, con el pijama de Goofy puesto, las gafas de pasta y el labio inferior entre sus dientes.

Un mechón de pelo castaño, oscuro y mojado se le escapó a la chica de detrás de la oreja. Inspiró, notando como el aire le llenaba los pulmones y con un bufido apartó el mechón rebelde de su campo de visión. Cerró los ojos y, molesta por la interrupción, siguió dejando que las yemas de sus dedos se deslizaran a lo largo de las teclas del piano mientras las gotas de agua que nacían de las puntas de su pelo, se resbalaban por su espalda hasta morir en el borde de la toalla que la envolvía.

ALFRED:

Joder, estaba increíblemente sexy. Una semierección apareció dentro del pantalón del pijama, haciendo notar lo que tanto yo como ella sabíamos: me estaba poniendo cachondo. Me acerqué haciéndome notar y empecé a acariciarle la espalda desnuda. Trazando dibujos sobre su piel. Suave. Lento. Consiguiendo que su piel se erizase bajo mi dedos.

Bien. Empezaba el juego.

Era su turno y Amaia era consciente de ello. Volvió la melodía más grave, consiguiendo que adquiriera cierto carácter sexual y se deshizo de la toalla que la cubría, dejándola caer en el suelo del salón. Se erguía sobre el banco, dejándome a la vista su culo y contorneándose despacio al ritmo de la melodía que brotaba de las teclas del piano y conseguían su propósito: caldear el ambiente todavía más.

Sustituí mis dedos por mis labios. Pegué mi cuerpo al suyo dejando que notara mi dureza bajo el pantalón y empecé a besar su cuello, chupándolo, succionando y adorándolo. Sonreí con satisfacción al oír como un gemido traicionero abandonaba su garganta.

AMAIA:

Noté como se hundía el cojín del banco a mi lado. Alfred me miró expectante y yo seguí tocando al tiempo que alargaba su mano y empezaba a jugar con el teclado, subiendo y bajando tonos al piano y con ello, haciendo que mi canción adquiriera un carácter infantil. Mi melodía había pasado de poder protagonizar una escena porno a ser la banda sonora de un tiovivo.

¿Pero a qué estaba jugando? Volví a poner el piano en su modo normal al tiempo que le lanzaba una mirada de advertencia que, sorprendentemente surgió efecto y alejó su mano del piano para llevarla a otro sitio.

Cerré las piernas demasiado tarde. Su mano viajera ya se había adentrado en ellas y un dedo juguetón chapoteaba en mi interior para luego viajar hacia arriba haciéndome gemir.

Alargué mi mano derecha hasta encontrar su dureza por encima del pantalón del pijama. Al parecer mi presencia desnuda no le era tan indiferente como quería hacerme creer. Tanteé a ciegas el borde del pijama hasta que alcancé aquello que quería mientras seguía tocando. La recompensa ante mi movimiento fue un gemido ronco. Sus caricias se intensificaron y mis pezones se endurecieron.

Las notas que tocaba mezcladas con los gemidos que nos provocaban mutuamente creaban un ambiente de pesada tensión sexual. Paré de tocar y paró de acariciarme.

—No. Toca. —Alfred me miraba divertido, intentando parecer impasible ante mi tacto pero delatado por el tono grave de su voz y el negro intenso de sus ojos. Le miré contrariada y me levantó una ceja.

Seguí tocando con una mano mientras con la otra me pellizcaba un pezón. Volvió a levantarse y se situó tras de mí. Besó el bajo de mi mandíbula al tiempo que apartaba mi mano de mi pezón duro.

—Toca más.

Me dejé llevar. Menudo cabrón. ¿Cómo quería que le tocara el piano mientras su dedo entraba y salía de mi?

—Estás muy mojada, Amaix. —Joder. Su dedo anular hizo compañía al dedo corazón en mi interior. Frotaron mis paredes internas y me arqueé. Alfred soltó una carcajada al tiempo que acarició mi clítoris con el pulgar.

Estaba cerca. Estaba muy cerca. Me temblaban las manos y cada vez se volvían más lentas. No podía parar. No iba a dejar de tocar. Notaba el calor que desprendía su miembro en mi espalda. Él estaba tan caliente como yo. Un cosquilleo familiar empezó a formarse en mi bajo vientre. Alfred disminuyó la velocidad de sus dedos en mi interior y aumentó la profundidad tocando mi punto G repetidas veces y pellizcándome el pezón. Me dejé caer contra las teclas del piano mientras alcanzaba el orgasmo y empapaba sus dedos.

—Me toca componer a mí —dijo sin darme tiempo a recuperarme. Tiró de una de las patas del banco del piano dándome la vuelta y atacando la parte más íntima de mí con su boca. Gemí como una posesa al notar las caricias de su lengua sobre mi clítoris hinchado por el orgasmo anterior.

Mi espalda se arqueaba. Solo pude llevar las manos a su cabeza. Apretarla contra mi vagina y enredar mis dedos en su pelo. Alfred pasó sus manos bajó mis piernas, levantándolas un poco y haciendo que me sujetara del banco para no perder el equilibrio. Llevó sus manos a mi culo y me acercó más a él. Entrando más profundo.

—Joder... Bendito Trombón. Ahh —sonrió contra mi entrada antes de atacarla de nuevo. Vi a través del reflejo de la televisión como acariciaba su miembro erecto y duro al ritmo de sus lamidas en mí. Aprisionó mi clítoris y succionó al tiempo que yo me corría en su boca con un orgasmo arrollador.

ALFRED:

En ocasiones como estas me sentía orgulloso de entrenar con Magalí. Maravillosas felices agujetas que me permitían ahora mantener a Amaia en el aire al tiempo que restregaba mi miembro contra su entrada. Joder... estaba tan duro que dolía. La dejé recuperarse en la cama de mis padres mientras ponía el tapón y dejaba que se llenara la bañera conmigo dentro. El agua fría no consiguió bajar la erección ni un poquito, así que cuando Amaia entró en el baño y me vio acariciándome, se acercó y me besó.

—Lo siento ruru —dijo separándose de mi y sustituyendo mi mano por la suya, aliviándome.

Cerró el grifo y tiró de mi miembro provocándome un gemido ronco —Ven, túmbate.

No tuve tiempo de pensar en nada antes de que se sentara sobre mis muslos y apretara mi miembro con sus tetas, resbaladizas por el agua. Si había algo de su cuerpo de lo que Amaia se sentía orgullosa era de sus tetas. Sus tetas perfectas que ahora mismo me hacían enloquecer. Gemía como un loco cuando dejaban escapar a mi miembro antes de que su boca lo aprisionara. Una vez. Dos. Tres... dieciséis.

—Amaia... Amaia...—su nombre se escapaba de mis labios al ritmo de sus caricias, cada vez más rápidas —Amaia, me corro —la avisé para que se apartara, pero no lo hizo, siguió mimándome hasta que me llevó a marte.

—T'estimo.

—I jo. Moltíssim.

Hola!! Espero que os haya gustado y que no sea demasiado fuerte. La idea es hacer una recopilación de momentos de la vida de Alfred y Amaia. Decidme que os parece y que os gustaría leer. Nos leemos. Un beso a todos y todas.

Gracias de antemano por darle una oportunidad a la historia.

Petit InfinitNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ