Ave fénix.

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Hola. Para mí es muy importante este capítulo. Empezó siendo un grito desesperado y desgarrador pero terminó siendo algo curativo y esperanzador. Alfred está feliz y a mí no me cabe más orgullo en el pecho que el que ya siento por él.

De La Tierra Hasta Amarte es un temazo. Un acierto. Un exitazo. Alfred se merece todo lo bueno que le pase.

Espero que os haya gustado leerme aunque solo sea un poquito.

Por favor... intentad leer el capítulo con "Alma mía" de Natalia Lafourcade.

Ojalá no os decepcione y os guste.

Un cariñazo, Emma.

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ALFRED:

El frío de diciembre hacía empañar los cristales de la habitación. Si tuviéramos más altitud... nevaría. Sin embargo los ocho metros de altitud que separan el Prat del Mediterráneo lo hacen, si no imposible, improbable.

Por la calle no hay nadie, y no me extraña. Con la tormenta que está cayendo... Cualquiera pensaría que iba a caerse el cielo. Espero que mis padres estén bien, han salido a pasar el día a casa de unos amigos, solo espero que no les dé por volver con el agua que cae...

Sigo mirando por la ventana cuando de repente aparece. Miro la figura que camina, acercándose a cada paso que da.

Pero... A quien se le ocurre salir de casa sin paraguas...

Es mal día para todo, para todo menos para componer... Y justo acabo de decidirlo y de sentarme al piano cuando el timbre suena.

Maldigo cuando me doy cuenta de que tengo que levantarme para abrir la puerta. Descuelgo el telefonillo y pregunto quién es, pero al otro lado no se escucha nada; hasta que estoy a punto de colgar y lo oigo:

— Alfred...

Aprieto el botón para abrir la puerta de abajo y busco las llaves para abrir la de arriba. En el mueble de la entrada no están, me pongo nervioso y me entran ganas de darme un cabezazo contra la puerta cuando descubro que las llaves que busco están puestas en la cerradura.

Abro la puerta y la veo: un gorro naranja, que no pega nada ni con la bufanda amarilla ni con el anorak azul, le llega hasta las cejas. La bufanda grande de lana se le enrolla al cuello, dejándole solo media cara al descubierto. Las ojeras que le adornan los ojos son profundas.

No parece ella, y quizás no lo sea... No al menos la "ella" que yo conozco.

Está más delgada, y yo también, ya no hay más pizzas ni de congelador ni de horno de leña. No hay más chocolate con churros, no más croissants de crema...

Pero lo que está por encima de todo es empapada. El agua resbala por su pelo, por la tela impermeable del chubasquero azul y empieza a formar un charco en el felpudo. Amaia mira hacia abajo y me pide perdón por estar poniéndolo todo hecho un desastre.

— Ven.

Una vez en mi habitación y tras darle una toalla, abro el armario, lo busco y lo encuentro. Ella empieza a desnudarse. El gorro de lana primero, el impermeable después... Se quita las zapatillas negras, empapadas, los calcetines, la sudadera... Y yo, yo no me giro.

Amaia termina desnuda ante mí. Ha perdido un par de kilos desde la última vez que la vi. Por las veces que tengo que ir subiéndome los pantalones últimamente supongo que yo también. Ninguno de los dos lo está pasando bien. Pero sabemos que contamos con el otro para lo que sea.

Petit InfinitWhere stories live. Discover now