Vergüenza.

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ALFREDO:

Me giro entre las sábanas y encuentro ese trozo de colchón fresquito que tanto me gusta. Alargo mi brazo y rodeo a mi mujer con él. A pesar de no ser ni las siete y de que ayer fue un día lleno de emociones, he conseguido desvelarme y sé que ahora ya no voy a poder dormirme.

Cosas de la edad supongo.

De todas maneras, y como hoy también tenemos cosas que hacer, decido levantarme de la cama. Busco mis zapatillas marrones a tientas, pues a pesar de que la luz del sol proporciona a la habitación algo de claridad, no llevo las gafas y por tanto sería incapaz de verlas aunque las tuviera delante de mis pies.

Para mi suerte, las encuentro enseguida, meticulosamente ordenadas al lado del aparador. Me las pongo con cuidado, rezado por no volver a darme con la esquina del mueble en el dedo pequeño del pie.

—¿Alfredo? —oigo la voz de mi mujer a mi espalda y me acerco a ella.

—Tranquila, no puedo dormir. Es pronto. —beso su frente antes de irme a la cocina.

La casa está en completo silencio. Qué raro...

Saco la leche de la nevera y un vaso del lavaplatos. Entonces sonrío. Si no puedo escuchar la respiración de mi hijo... eso implica que está durmiendo muy a gusto. Mi mente ata cabos. Amaia. Supongo que alguno de los dos habrá ido a la habitación del otro por la noche.

Meto la leche en el microondas y mientras se calienta empiezo a guardar los trastos que dejamos ayer tirados por la casa. El "ding" del microondas me interrumpe cuando me dispongo a guardar la cámara en su sitio.

Tengo una idea.

Me acerco con la cámara encendida a la habitación de Alfred. La puerta está entre abierta, así que realmente puedo abrirla. Enfoco con la cámara preparada para grabarlos mientras duermen y tenerlo de recuerdo.

—Cielo, ¿qué haces? —Mi mujer me mira sonriendo —No me digas que vas a grabar a los niños...

Me llevo un dedo a la boca pidiendo silencio y le hago un gesto para que se acerque. Compruebo que la cámara sigue bien enfocada y en el momento en que abro la puerta... me doy cuenta de que en la habitación no hay nadie.

—Ven. Deben de estar en la de Amaia.

—Eres un caso perdido. —Xusita niega con la cabeza. Pero me acompaña de todas maneras. En realidad ella tiene tantas ganas como yo. Cruzamos el pasillo y vamos a la otra habitación.

—¿Preparada?

Ella asiente, compruebo la cámara y abrimos con cuidado la puerta.

No hay nadie.

—Però es pot saber on s'han clavat?

—Tratándose de tu hijo...

Terminamos de desayunar en el mismo momento en que oímos la cerradura. Xusita se cruza de brazos a la entrada del salón y yo cojo la cámara que había dejado preparada. Al final grabar esto es mucho mejor.

A través de la lente aprecio cómo cambia la cara de Alfred al vernos despiertos. Pasa de la sorpresa a la vergüenza. Vergüenza que se acentúa al oír a su madre.

— Buenos días. ¿Cómo habéis dormido?

Amaia entra en el plano de la cámara. Va envuelta con una toalla y aún tiene el pelo mojado.

Madre mía, quien fuese joven.

— ¿Qué tal la noche? ¿Movidita? Con lo tranquilos que hemos estado por aquí...

Pobre Amaia, tiene una cara de susto enorme. Alfred le coge la mano en el mismo momento en que mi mujer se gira a la cámara y me guiña un ojo.

—Ducharos que a las ocho nos vamos. —Alfred se gira y mira a su madre. —Osea... cada uno en una ducha claro.

Ahora el que ríe soy yo. No sé quién está más avergonzado de las tres: Si Amaia, Maria Jesús o Alfred.

—¿A les vuit?

Amaia desaparece cabizbaja por el pasillo. Pobrecita.

—Hijo, vamos a comer a casa de tu tío, ¿no te acordabas?

Alfred resopla, supongo que no habrán dormido nada, pero el susto que se ha llevado Xusita al ver que no estaban en cama, se los va a hacer pagar.

AMAIA:

Casi le tiro el jabón a la cara.

— ¿Estás loco? Alfreed que nos acaban de pillar. María Jesús se va a enfadar conmigo por tu culpa.

— Shhht.

— No, shht no. Vete de aquí antes de que nos pillen en la ducha.

Definitivamente este hombre se ha vuelto loco. Mis mejillas aún están calientes de la vergüenza que acabo de pasar. Desde que nos oyó Ricky en el hotel no había vuelto a pasar tanta vergüenza y por si fuera poco ahora va y se mete en la ducha en la que me estoy duchando. Duchando desnuda.

—Amaix, no te enfades porfa... — Alfred pone morritos y mi enfado desaparece un poquito. Se acerca a mí, pero yo estoy tan nerviosa que sólo puedo pensar en la vergüenza que acabo de pasar. —Dame un beso.

Saco la cara por el hueco entre la mampara de la ducha y la pared y se lo doy.

—Vete corre, que aún te pillarán otra vez aquí. —Alfred se da media vuelta y no puedo evitar darle una palmada en el culo. Alfred emite un chillido y al darse cuenta se marcha corriendo.

Sigo enjabonándome el pelo. Pero cómo puede ser posible que tenga arena hasta en las cejas. Unos golpes en la puerta me distraen.

—Amaia, hija he oído un grito. ¿Estás bien?

—Sí, sí, sí. No te preocupes María Jesús. Perdón.

Madre mía, voy a matar a Alfred.









Hola!!! Por petición popular traigo esto por aquí. Como compensación de mi desaparición de a principios de agosto os traigo hoy un doble capítulo. Espero que os guste.

Agradezco un montón la gente que me deja ideas en los comentarios. Muchas gracias por dedicarle un ratito a la historia.

Un beso, Emma.

Petit InfinitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora