Arena.

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Sé que os pido mucho, pero por favor, intentad leer el capítulo mientras escucháis la canción. Es la misma que escucha Amaia durante todo el capítulo y la misma que escucho yo al escribirlo. Os lo agradecería un montón.

No sé porqué pero este capítulo, igual que el anterior me han salido así. Cuando pienso en Alfred y en Amaia, y sobre todo en la historia, como que me siento rara. No sé cómo explicarlo, la verdad.

Este capítulo está escrito desde el punto de vista de ella, y eso me cuesta mucho más porque psíquicamente Alfred y yo nos parecemos muchísimo más que Amaia y yo. Solo espero que os guste un poquito.

Un cariñazo.

Emma.


AMAIA:


Ha sido casualidad.

No sé ni siquiera porque lo he hecho, pero al salir de la ducha estaba ya tan cansada de escuchar siempre el mismo tipo de música en el reproductor, que he entrado en el "Daily mix" que tanto me gusta y ha salido esto.

Alfred solía decir que te permitía descubrir música que, de no ser por él, nunca habrías escuchado.

Salgo del baño. Una toalla me envuelve el cuerpo. Otra me enrolla el pelo. La canción me gusta así que la dejo sonar. Al terminar... quiero más, siento un vacío en el pecho, así que la vuelvo a poner. Me tumbo en la cama y mi piel se eriza por el cambio de temperatura, así que me meto entre las sábanas.

Cuando la canción se termina, me pilla tumbada en la cama y es cuando decido poner el modo bucle para escucharla una y otra vez.

Los violines terminan de sonar. Cierro los ojos y espero. Y al igual que las otras ocho veces que llevo escuchando la canción en bucle, la percusión retumba en mis oídos; otra vez.

La pantalla del iPhone se ilumina y consigo ver el nombre de la canción: "Refuge" de Mammal Hands.

"Refuge"...

Refuge...

Refugio...

Tengo una idea.

Consigo apartar la colcha naranja de encima de mi cuerpo a la primera, lo cual es todo un logro si lo comparo con las mañanas... cuando tengo que hacerme el ánimo y contar hasta tres antes de enfrentarme a la mañana fría y al día largo.

Miro mi reflejo en el espejo de mi cuarto y lo veo en mis ojos. Estoy decidida y... cuando lo estoy; poco se puede hacer.

De pequeña, mis padres siempre me reñían por ello. "La palabra clave es orden. Ooorden." pero en verdad... yo me siento muy orgullosa de mi lado impulsivo.

Miro los zapatos, busco los que quiero en el montón desordenado en el que están; y, al tirar de ellos, salen dos pares más.

Mierda.

Los cordones de los zapatos se han hecho un nudo tremendo y... a ver yo cómo lo deshago ahora...

Una canción y un estribillo después, consigo desenredar el nudo de cordones formado entre mis botines, las Victoria y las zapatillas. No creo que sea el calzado más apropiado, ni tampoco el más cómodo. Pero qué más da.

Ni lo pienso: me visto las mañas negras y las botas.

La temida silla de ropa que adorna el rincón de mi habitación me espera.

No quiero ni imaginarme la cara que pondría mi madre al ver la silla, llena de ropa hasta casi duplicar su altura. Pero si recuerdo la cara de Alfred la última vez que entró. No dijo nada, tampoco hizo falta. Si cierro los ojos aún puedo recordar su risa estridente. Y a mí, cruzada de brazos y poniendo boquita de pez; enfurruñada. Lo empujé con una mano y cayó sobre la cama. En ese momento no tenía canciones para medir el tiempo pero no creo que tardáramos mucho en compartir nuestros labios con el otro.

Petit InfinitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora