Estrellita.

1.1K 134 63
                                    





Mis manos se aferran al borde de la sábana y a la de tres tiro de ella hacia arriba. Entonces oscurece a mi alrededor, el aire se condensa. La sábana me cubre.

Pero no... no es suficiente.

Yo sigo temblando. El escalofrío empieza por mi espalda y sube hacia arriba.

Intento respirar. Intento pero no puedo. Lo intento otra vez.

Primero cojo aire, como me enseñó él. Y luego lo echo fuera de mis pulmones. Mi pecho se hincha y se deshincha pero... tampoco es suficiente.

El miedo está ahí. Sigue ahí y poco a poco se hace más fuerte. Hasta que no puedo más. Y entonces cojo todo el aire que puedo y grito.

Grito fuerte bajo mi colcha de lechuzas y varitas mágicas.

Uno...

Dos...

Tres...

Oigo pasos por el pasillo y sé que no me hace falta pero tengo miedo. Así que vuelvo a gritar.

Uno...

Dos...

La puerta de la habitación se abre de par en par.

Unos brazos me rodean.

—Shhhht, shhhht.

Y ya no tengo miedo, pero sí ganas de llorar.

Lágrimas de alivio vienen a mis ojos. Suelto el borde de la colcha y las limpio.

No me gusta que me vean llorar. En el cole nunca lloro. Yo no. Ellas sí. Ellos también. Pero yo no. Solo lloro en los brazos de mamá. Y de papá también.

Papá...

Papá está aquí.

Papá tira de la colcha y por un momento tengo frío. Después ya no.

Papá me abraza, sus manos acunan mi cabeza y yo me tranquilizo, escuchando su corazón: va rápido y acelerado. Supongo que he asustado a papá al gritar.

Jooo, ahora me siento mal. Yo no quería asustar a papá.

Papá...

Papá...

Papá besa mi cabeza y yo le rodeo la cintura o al menos lo intento. Mis bracitos no pueden rodearlo entero. Sin embargo, los suyos si rodean los míos.

Papá vuelve a besar mi frente y yo le imito y beso la suya. Sus rizos negros me hacen cosquillitas. Al igual que lo hacen los pelillos de su barbilla contra mi frente.

No puedo evitar reírme. Papá levanta una ceja y yo le saco la lengua. Entonces sus manos grandes buscan mis costillas y me hacen cosquillas.

Yo chillo. Pero papá se lleva el dedo índice a la boca, como cuando contamos un secreto. Y lo entiendo, claro... mi hermanito pequeño duerme en la otra habitación, en la habitación de papá y mamá.

Lo hace porque es un bebé. Pero yo no soy un bebé. Él solo tiene un año. Uno.

Yo no tengo uno. No. Tengo tres. Uno más uno, más uno... Tres.

Papá se mantiene en silencio un momento pero no, el peque no llora.

Así que papá me pregunta qué es lo que he soñado. Y yo... yo se lo cuento.

La pesadilla vuelve a mí.

Estamos papá y yo.

Le estoy enseñando a papá lo que aprendí el otro día con el piano. Pero de repente el piano se alarga más y más y más....

Y hay una larga mesa, una mesa muy larga. Yo estoy en una esquina y papá está en la otra.

De repente las teclas del piano están de pie. Delante de papá las teclas son pequeñas pero crecen poco a poco cuando se acercan a mí. Como si fueran fichas de dominó. Entonces... Entonces... entonces papá grita. Y la primera ficha cae. La primera hace caer a la segunda, un poco más grande, y la segunda hace caer a la tercera, más grande aún. Y así poco a poco hasta que la última ficha es una negra muy grande muy grande, y cae sobre mí.

Y me aplasta.

Para cuando termino, ya estoy llorando otra vez. Papá me consuela, besa mis lágrimas y yo sonrío.

Tengo miedo de que papá se vaya. Pero dice que tiene que irse.

Yo tengo miedo, así que cuando papá se levanta de la cama, tiro de su viejo pijama de Goofy y él me mira y me sonríe. Aparta mis rizos negros de la cara y veo como sale de la habitación.

No llego a contar hasta diez cuando vuelve a aparecer.

Videta... esto es un secreto, ¿vale? Es muy importante que no se lo digas a nadie, solo lo sabemos mamá, tú y yo. Y a Xavier se lo contaremos cuando sea un poco más grande.

—¿Cuándo tenga uno más uno más uno años?

Papá ríe y me enseña lo que esconde tras la espalda.

Un rotulador... un rotulador negro.

Mi cabeza se ladea hasta un lado, interrogando a papá. Sus ojos purpurina se encuentran con los míos, un poco más claritos que los suyos. Entonces me lo explica.

—Esto... es un rotulador, pero no es un rotulador normal... Mira... —Papá dibuja una estrella en la palma de mi mano, y otra en la suya. —Cuando tengas miedo... cuando me eches de menos o cuando necesites que papá te de fuerzas para algo... Puedes apretar tu estrellita y yo... yo lo notaré. Apretaré la mía y tú sabrás que estoy a tu lado. Mira... Así.

Papá aprieta la estrellita de su mano y yo noto que su energía llega a mí.

—Alaaa... Ahora yo.

Hago lo mismo, aprieto mi estrellita y papá abre la boca, sorprendido.

—Alaaaa... Muy bien pequeña, muy bien Emma.

—¿Papá...Lo has notado? ¿Lo has notado papá?

Yo asiento con la cabeza, ilusionada. Ya no tengo miedo, nada de miedo. Beso la mejilla de papá y le doy las buenas noches, sabiendo que, cuando me haga falta... él, estará ahí.

.

.

.

.

.

.

Hola a todas y todos los que me leeis. Entiendo que para muchos no es fácil, para mí tampoco lo és. Pero escribir me ayuda, y espero que leerme os ayude, porque para mí, estén o no estén juntos... Almaia no son Alfred y Amaia solo. Para mi ALMAIA es una forma de amar, de estimar... Después de una relación muy tóxica en mi vida... vino Alfred y me enseñó el amor que quiero para mí. El amor que todas y todos merecemos recibir.

Por eso os pido que, si podeis, no dejeis de leerme. Yo no dejaré de escribir mientras haya alguien que me lea. Aunque solo sea una persona.

Muchas gracias,

Emma.

Petit InfinitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora