CAPITULO 23

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La profesora McGonagall nos llamó indicando que nuestro recorrido había finalizado, todos nos encaminamos de vuelta al castillo y fuimos al gran comedor, para poder consumir un buen banquete de Halloween. El gran comedor estaba decorado con largas serpentinas naranjadas, enormes calabazas con velas en su interior y vampiros vivos volando por el techo.

Mi estómago ya rugía de hambre, esperaba encontrar a mi mejor amigo ahí pero no lo vi, por el momento tomamos asiento los tres y comenzamos a comer (Ron a devorar) el banquete que los elfos nos preparaban y aparecía más conforme ibas acabando, la puerta se abrió pero todos estaban demasiado ocupados en su comida vi a mi favorito ojo verde acercarse a nosotros con una sonrisa conforme, al principio cuando nos habíamos marchado, parecía molesto y con razón, todo por que sus tíos muggles eran tan groseros con él. Pero ahora lucia relajado.

—Hola—nos saludó tomando asiento a lado de Ronald.

—Toma, son todos los dulces que pudimos conseguir—Ron depositó una bolsa entera de dulces y lo primero que tomó fue un diablillo de pimienta que le sacó humo por las orejas, no pude evitar reír—. Estaban estrenando un nuevo caramelo incluso nos dieron pruebas gratis, toma te guarde un poco.

—Fuimos a la oficina de correos, no te miento Harry, había unas doscientas lechuzas, todas con una clave diferente para indicar su velocidad a la que viajan—explicó emocionada Herms.

—Tienes suerte—le dije—. No pudimos probar la cerveza de mantequilla, hasta que tengamos 15 años.

—Te e traído esto—Ron depositó un extraño objeto—, es un chivatoscopio, si hay alguien no confiable alrededor empezará a girar y hacer ruidos, lo traje ya que....

—Sirius Black esta detrás de mi, gracias Ron-ironizó.

—¿Qué hacías?, llegamos hace tiempo—le cuestiono Herms.

—Estaba con el profesor Lupin—fije mi mirada en el—. Hablamos un poco—una sonrisa melancólica cruzó su rostro—. Me a contado sobre mis padres.

Sentí un pedazo de pollo atorarse en mi garganta, tosí repetidas veces, los tres me miraron desconcertados. Tomé varios sorbos de jugo, el pollo bajó por mi garganta a mi estómago y hablé con voz ronca, aún teniendo la sensación de que el trozo rostizado seguía ahí.

—Ah si—tosí de nuevo—. ¿Qué te dijo?

—Solo como eran ellos, cosas grandiosas, no es para que te mueras, ___.
Solté un gran suspiro en mente, seguí tomando sorbos de jugo.

Terminando nos dirigimos a descasar y Harry miro de reojo las dos cajas, una más larga con mi pluma que la otra intente esconder la cajita gris que traía en las manos, seguramente se moría de la curiosidad.
—La tienda de dulces es fantástica—le contaba mi amigo pecoso—. Aunque nada como la tienda de bromas de Zonko, lo único malo es que no fuimos a la Casa de los Gritos, ya te había dicho que es la....

—Más embrujada—repitió en forma monótona—. Me lo has dicho como unas tres veces.

Amontonados, vimos a compañeros de nuestra misma casa mirar sobre el hombro de los demás, escudriñando la entrada de nuestro dormitorio.
—¿Qué sucede?—preguntó Harry a nadie en particular.

—Tal vez Neville olvído la contraseña otra vez.

—¡Ey!—volteamos encontrándonos con el chico regordete mirando a Ron con reproche.

—Ah, aquí estabas, perdón.

Percy, el hermano mayor de los Weasley, que aún seguía en la escuela, se abrió paso entre los estudiantes inflando el pecho presumiendo su insignia de Premio Anual.
—¡Muévanse, déjenme pasar!
Se escuchaban murmullos, como siempre cada vez que algo malo o interesante pasaba—. Nadie entrara al dormitorio hasta que lo revise—una melena pelirroja se acercó hasta a nosotros y nos miro parpadeando atónita.

—La señora Gorda....no está....se fue.

Miramos incrédulos a mi amiga, incluso los retratos se asomaban con intenciones de ver, entre empujones los cinco nos abrimos paso para observar con horror la escena, el retrato que daba acceso a nuestra sala común y dormitorios tenía una enorme marca de garras, como si el gato de Hermione hubiera rasguñado la cara de alguien pero multiplicado tres veces más grande o incluso cuatro. Los pedazos de la pintura se sostenían apenas por el demás papel tapizado que aún permanecía pegado.

—Se lo merece era una cantante espantosa—musitó Ron con una mueca.

—No es gracioso Ron—Herms lo miraba seria.

—A un lado, abran paso—se escuchó una voz detrás de nosotros—. ¡Quítense!

A nuestro lado apareció Dumbledore con Filch a su derecha cargando la única persona que el ama en el mundo, la señora Norris, una gata gris con grandes ojos amarillos.

—Señor Filch, reúna a todos los fantasmas y retratos, dígales que busquen en cada pintura del castillo a la señora Gorda.

Filch omitió un gruñido.
—No hace falta profesor—señaló un punto—. Ella está ahí.
Tan pronto como escucharon todos eso, comenzaron a subir al cuadro donde momentos antes apuntó el celador, por supuesto, entre ellos también estábamos nosotros ignorando los gritos de reprimenda del mayor de los Weasley; la señora Gorda, y su nombre bien le quedaba se encontraba escondida detrás de un elefante en una pintura del amazona, tenía un sombrero de paja y una expresión de terror grabada latente en el rostro, sus ojos tanto como su boca se abrían en par. Mirando continuamente a sus lados una y otra vez.

—Querida señora....¿quién le a hecho esto?

—El tiene el alma muy sucia—alardeó—. En sus grandes ojos hay maldad,....es el, el que todos hablan, estuvo aquí en el castillo. Sirius Black.
Un grito salió de su garganta y volví a esconderse. Mire la ventana para percatarme la gran luna llena que iluminaba el cielo.
—Aseguró el castillo señor Filch, ustedes.

—Si, señor.

Dumbledore miro a todos los Gryffindor en general.
—Vayan al gran comedor ahora.

Me miro por una fracción de segundo y paso de nuestro lado dirigiéndose como una bala a paso apresurado escaleras abajo.

La Black que se enamoró de Potter IIWhere stories live. Discover now