II

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Capitulo Dos.

Abrir los ojos. blanco. Sigo aquí.

El chico de traje azul vendrá en unos minutos. Siempre viene.

La puerta se abre. Lo dije.

–Vamos, A.

Lo seguí hasta llegar a las pequeñas duchas.

–Tu ropa está allí– señala un pequeño montón de ropa– Al terminar de ducharte debes salir. Estaré afuera esperando.

Asiento con la cabeza y el se retira.

Agua hirviendo. Mi piel empieza a doler al tacto. Escucho cada gota de impactar contra el frío suelo de cerámica azul. La poca luz del lugar hace que se vea tétrico y hermoso en su propia forma, con su propio esplendor.

Cerré la llave del agua y caminé hasta mi ropa.

Siempre el mismo mono entero blanco. Siempre los mismos zapatos deportivos gastados. Siempre la misma versión enfermiza de mí.

Cuando tu cerebro sufre el juego de un hombre sin escrúpulos todo en ti cambia, el brillo de tus ojos desaparece, las ojeras se pronuncian tanto que da un aspecto enfermizo, tus venas se marcan por cada pequeño rasgo de tu cara. Puedes escuchar tus propios latidos y la sangre bombear del corazón.

Y solo recordar que esto lo hizo un hombre que dijo amarme. El mismo hombre que me llamaba "hija". Mi padre me volvió este desastre.

El vapor nubló mi vista y mi reflejo en el espejo se hace menos nítido que antes. Suficiente de ver mi propio dolor.

El chico de traje azul está junto a los guardias en la puerta. Me acerco a el dejando mi ropa sucia en un pequeño cesto unos pasos antes de la puerta.

–Vamos.

Siempre lo mismo. Solo compartimos las mismas tres palabras en estos cinco años. "Vamos" "Adiós" "entra". Si es por hablar, yo soy la culpable de que no ocurra ninguna conversación.

Deje de hablar hace quince años. Me hundí en mis pensamientos más remotos y me dediqué a observar. Ver el mundo a mi al rededor. Ver el sufrimiento ajeno. Ver cómo la obsesión del hombre con el poder puede dañar tanto a un ser. Me dediqué a no darle mi confianza a nadie. Eso sería un homicidio.

Seguí al chico de traje azul hasta la pequeña sala. No, no estamos en el laboratorio. Esto es... Lindo.

Venir a ver a la única persona que escucha mi voz. La única en la confío.

–Entra.

Obedezco sus órdenes. El, como siempre, se queda en la puerta. No sé si son sus dudas sobre qué escaparé o tienes otra razones.

Paredes color rosa pastel, piso de madera brillante, estanterías llenas de libros, un gran sillón, plantas de todos los tipos y colores en pequeñas canastas, un escritorio de madera oscura que combina a la perfección con las estanterías.

Cabello dorado, ojos azules brillantes de alegría, una sonrisa encantadora. Confío en ella, solo en ella... Tobby.

–Creía que ya no necesitabas psicóloga.

No la necesito, necesito alguien con quien hablar.

Ya se el procedimiento. Caminar hasta el sillón, sentarme, contar mis recuerdos, hablar de cosas sin sentido alguno.

–Como está tu memoria?

Siempre la misma pregunta.

–Bien.

MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora