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Sábado.
Albus abrió los ojos. Intentó adaptarse a la luz que entraba por las ventanas. Oía los pájaros cantar fuera del castillo.
Se levantó y su mirada se dirigió hacia la cama de sus compañeros. La mayoría aún estaban durmiendo, pero ya había alguien que se había despertado.
Se cambió, dejando el pijama tirado sobre la cama. Ya lo doblará después.
Bajó al Gran Comedor para desayunar y miró la mesa de Slytherin. Gellert no estaba allí, lo que significaba que ya había desayunado o que aún estaba durmiendo.
Se comió sus cereales con calma y sin ganas. No tenía mucha hambre, ya que normalmente no desayunaba mucho.
Cuando acabó salió a los jardines del colegio. El castigo era a las once de la mañana, así que aún tenía tiempo.
Se sentó sobre la hierba. Aún hacía calor, pero el viento que soplaba era fresco. Había alumnos que se estaban bañando en el lago.
Dumbledore observó cómo un estudiante metía la cabeza de otro bajo el agua.
El moreno suprimió el impulso de irse con ellos y divertirse.
—Aquí estás— dijo una voz detrás de él.
Albus se giró y se encontró cara a cara con su amado Gellert.
Sonrió.
—Hola—
El rubio se sentó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro.
—¿Desde cuándo estás despierto?— preguntó Grindelwald.
—¿La verdad? No lo sé. Me desperté y ya está—
Grindelwald sonrió y luego soltó un bufido.
—En media hora empieza el castigo. Qué pereza. No me apetece trabajar un sábado por la mañana— confesó Gellert.
—Creo que a nadie le apetece. Esto ha sido tu culpa—
El rubio se rió.
—Sí, fue mi culpa. Pero tú aceptaste en salir del dormitorio y venir conmigo—
El moreno sonrió inconscientemente. Miró de reojo a su pareja. Había cerrado los ojos mientras disfrutaba del suave calor que emanaba el sol.
Albus le apartó un mechón de pelo del ojo y admiró su rostro.
Adoraba todo de él. Su personalidad, sus ojos, sus labios...
Le besó.
Gellert abrió los ojos, sorprendido. Empezó a seguir el beso y se separaron cuando les empezó a faltar el aire.
—¿A qué ha venido eso? ¿Has hecho algo malo y quieres disculparte?— preguntó divertido Grindelwald.
—¿No puedo besar a mi novio?—dijo Albus —Eres hermoso— añadió susurrando.
Gellert se sonrojó mucho. Su cara tenía casi el mismo color de un tomate.
Empezó a tartamudear.
—Tenemos que... Irnos. El castigo empezará en quince... Minutos—
El moreno se rió mucho al ver cómo hablaba. No creía que pudiese llegar a ser tan pasivo.
—Vale, vámonos—
Los muchachos se levantaron de la hierba y se dirigieron hacia el interior del castillo.

Cruzaron pasillos y bajaron escaleras, hasta que llegaron a la clase de pociones.
Gellert sintió una presencia detrás de él.
—Llegaís pronto. Así me gusta— dijo una voz. Los dos se giraron y vieron al profesor de pociones mostrando una sonrisa falsa y forzada.
—Vamos, entrad. Hay mucho que hacer— dijo mientras les empujaba dentro de la sala.
Al entrar los dos jóvenes se quedaron boquiabiertos. Una fila de calderos les esperaba para ser limpiados y secados. Serían aproximadamente unos cincuenta.
—Son cincuenta— dijo el profesor, resolviendo la duda de los muchachos sobre la cantidad. Albus pensó que le había leído la mente—Son treinta y cinco para cada uno— añadió.
Gellert y Albus empezaron a reírse. Primero disimuladamente, luego en voz alta. El profesor les fulminó con la mirada.
—¿Qué pasa? ¿Tengo algo en la cara? ¿Os divierte el castigo?— preguntó confundido.
—Profesor, dijo treinta y cinco para cada uno— le dijo Grindelwald.
El hombre frunció el ceño.
—Son veinticinco— dijo Albus.
El profesor se sonrojó de vergüenza y de rabia.
—¡No me importa! Empezad a limpiar, ¡Sin magia! Yo tengo que irme a ayudar un alumno. He hecho encantamientos para detectar si usáis magia— dijo medio gritando.
Salió de la clase, dando un portazo.
Dumbledore y Grindelwald se rieron de nuevo. A Albus le empezó a doler la tripa y a Gellert le empezó a faltar el aire.
Soltaron un suspiro al unísono.
—Mejor dejemos de reírnos, hay mucho por hacer— dijo Albus.
Gellert asintió con la cabeza.
Se dirigieron hacia las mesas y cogieron un trapo bastante sucio y empezaron a frotar los calderos.

Al pasar una hora, sólo consiguieron limpiar veinte sobre cincuenta.
—¿Por qué hay alumnos que hacen estos desastres con las pociones?— preguntó el rubio mientras intentaba quitar una mancha prácticamente permanente de un caldero viejo.
—Eh, Gellert. Ese es tu caldero, el que utilizas siempre— dijo divertido el moreno.
—¡Yo no hago desastres!—
Albus pensó en la cantidad de veces que le explotó la poción en la cara o cuando un día produjo una sustancia viscosa que parecía viva.
—No, que va— respondió riéndose.
Vio a su pareja intentando imitar una cara ofendida, sin mucho éxito.
Por fin, al pasar las dos horas de castigo, consiguieron acabar de limpiar todo.
En toda la hora el profesor no apareció.

Un Amor Peligroso [Grindeldore]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora