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Los alumnos ya estaban en las camas y Albus Dumbledore estaba por fin llegando a su despacho después de la cena.
Caminaba casi arrastrando los pies, cansado de haber hecho tanta tarea durante el día.

Al llegar, se paró delante de la puerta. Un sonido extraño hizo que el profesor se parase en seco.

Algo en su despacho se movía desesperadamente, tirando papeles y haciendo caer sillas.
Albus sacó su varita, listo para defenderse ante el peligro.
Abrió lentamente la puerta y miró dentro.

Todos sus documentos estaban en el suelo y aún habían papeles volando por el despacho.
Dumbledore entró sin miedo, pero se cayó hacia atrás cuando una masa blanca voló hacia él.
Se tapó la cara con las manos, listo para sentir el impacto, pero no llegó nada.
Pudo oír el suave sonido de un papel cayéndose a su lado.
Abrió los ojos y miró hacia el suelo, con una mirada de sorpresa.

A sus pies descansaba una letra, la misma que le trajo la lechuza.
Fue esa carta la que causó todo aquel caos en su despacho.

La cogió, con las manos que temblaban un poco.
La abrió.

En blanco.

Suspiró, desesperado.
Entró en su despacho y cerró la puerta.

De repente una idea brillante apareció en su mente.
Corrió hasta la mesa y dejó suavemente el papel en blanco.
—Revelio—
Los ojos de Albus empezaron a brillar de emoción y de sorpresa.
Estaban apareciendo unas palabras.
Dejó salir todo el aire que estaba reteniendo inconscientemente y leyó el contenido.

"Mañana por la noche, delante del espejo de Oesed"

Los ojos de Dumbledore se abrieron como platos. Estaba pensando todas las personas que podrían haberle enviado esa letra, pero ninguna le convencía.
Pensó que sería algún tipo de broma hecha por algún alumno.
Suspiró por enésima vez aquel día.
Había solo un modo para descubrir si era una carta seria o no: hacer lo que decía.

(***)

Llegó el siguiente día.
Dumbledore no consiguió dormir muy bien por los nervios. Tenía miedo de quedar en ridículo si se trataba de una broma.
Se levantó sin ganas y se cambió.

Tenía clase con los de Slytherin y los de Gryffindor del tercer curso.
Salió de su despacho y se fue directamente a la aula sin desayunar, ya que se levantó un poco más tarde de lo normal.

Al llegar vio que los alumnos aún no estaban sentados.
Un grupo de serpientes estaban insultando a un grupo de leones. Empezaron a pegarse y a escupirse.
Dumbledore notó que en el fondo del aula dos chicas se cogían de la mano disimuladamente.
Sonrió.

Caminó hacia el centro del aula, fulminó con la mirada a los que habían empezado la pelea y, después de reñir los alumnos y quitar puntos, empezó con la clase.

(***)

Estaba destrozado.
Después de corregir metros y metros de pergaminos, por fin pudo descansar.
Miró la hora y se sorprendió muchísimo. Ya era casi medianoche.
Salió de su despacho sin hacer ruido.
—Lumos— dijo mientras intentaba mirar en la oscuridad.
La varita se iluminó y, sosteniéndola delante de él, se encaminó hacia la clase más apartada, donde se encontraba el misterioso y mágico espejo.

Entró sin hacer ruido.
La luz de la luna iluminaba las paredes de la clase. Se podía observar el polvo volar libremente por el espacio prácticamente vacío.
Delante de Albus, una grande tela gris tapaba el espejo.

El profesor miró a su alrededor, pero parecía que no había nadie.
Sacó la tela y estornudó varias veces.
Tenía los ojos cerrados: tenía miedo de mirar lo que le iba a mostrar el espejo.
Inspiró profundamente.
Abrió los ojos lentamente y observó cada detalle.

Se veía a sí mismo. Su reflejo tenía una expresión muy feliz. De repente, se vio a sí mismo girarse y cogerle la mano a alguien.

Grindelwald.

Se sonreían tiernamente, en sus ojos brillaba la misma luz que se encontraba en los ojos de Albus hace años. De repente, desde detrás de ellos dos, aparecieron dos niños con la cara borrosa.
Los mismos que vio cuando era un adolescente.
Las lágrimas le nublaba los ojos.
Esos eran los hijos que siempre quiso con Gellert.
Siempre quiso una familia con él, pero todo eso se fue a la mierda hace catorce años.
Se secó las lágrimas con la manga, pero estas continuaban saliendo.

De repente una luz iluminó toda la clase. Dumbledore levantó los ojos y se encontró delante de él un increíble Patronus: un dragón.
Parecía fuerte y letal, pero al mismo tiempo majestuoso y único.

Como Gellert.

El moreno giró la cabeza bruscamente y logró identificar una sombra en la oscuridad.
Su corazón empezó a latir de prisa, sentía que se iba a desmayar.
—Gellert...—
Corrió hasta él y le abrazó. Observó cada detalle de su rostro.
Grindelwald abrió los ojos desmesuradamente, ya que no se esperaba aquella reacción.
Dumbledore lloraba desesperadamente contra su pecho.
—Me... Habías... Dejado— dijo con una ligera rabia en la voz.
—Lo sé... Lo siento. Tenía miedo— se disculpó el rubio.
Sus bocas se rozaron después de tantos años.
Albus sintió una especie de descarga eléctrica recorrerle el cuerpo.
Se besaron con necesidad, pero a la vez muy tiernamente.

Cuando se separaron fue Dumbledore El primero en hablar.
—¿Te quedarás conmigo?—
Miró suplicante al rubio.
Gellert descubrió que la luz que adoraba tanto regresó de nuevo.
No iba a cometer el mismo error de nuevo.
—Para siempre— respondió mientras le apartaba un mechón de pelo a Albus.

El amor regresó.

A ver... Bueno...
Pues llegamos al fin.
Lo sé, dije que escribiría más capítulos, pero antes tenía planeado un final trágico y triste.
Al empezar este capítulo, cambié de idea, pensé que esta pareja tan bonita necesitaba un final feliz.
Os quiero
Gracias por leer <3

Un Amor Peligroso [Grindeldore]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora