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Los días pasaron. Grindelwald iba a volver a casa en dos días. Según los muchachos, el tiempo pasaba demasiado rápido y no les dejaba disfrutar el momento.

Hace unos días Gellert pudo hablar con Bathilda, su tía abuela.
La mujer les había invitado a su casa para beber té y hablar de Hogwarts. Les había también enseñado fotos de sus mascotas y otros miembros de la familia (incluido Gellert de pequeño).

—Es que eras muy mono de pequeño. Obviamente lo sigues siendo— dijo Albus mientras se sonrojaba ligeramente.
Grindelwald se rió y le dio un beso a su pareja, provocando miradas confundidas de personas que no conocían.
Los dos se encontraban de nuevo en el pueblo, paseando bajo el abrasador sol de verano.
Estaban yendo de nuevo al negocio de libros y café para leer un rato.
Todo era muy tranquilo, ya que los mercadillos ya no estaban y los visitantes se habían ido.
Al llegar delante del negocio, Albus se paró de repente. En la puerta estaba colgado un cartel.

"Cerrado por obras en todo el edificio"

El moreno maldijo en voz baja, haciendo que el rubio se acercara para leer.
—¿En obras? Vaya, que mala suerte— dijo Gellert con un claro tono de tristeza en la voz.
—Pues... ¿Volvemos a casa? Podríamos hacer galletas— propuso Dumbledore intentando animar a su novio.
Grindelwald asintió con la cabeza y sonrió ante la idea de galletas deformes hechas por él.

Llegaron a casa más tarde del previsto porque se quedaron un rato admirando la naturaleza.
—Mamá, papá. Hemos llegado— gritó Albus.
Nadie respondió, haciendo que el mayor se preocupara.
—No están aquí. Papá se ha caído de las escaleras y mamá lo ha llevado al hospital— responde una voz desde los sofás.
Aberforth se levantó de los asientos y se dirigió enfadado hacia los jóvenes.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enfadado?— preguntó Albus.
—Lo sabes— dijo el hermano mientras le fulminaba con la mirada.
Dumbledore cogió suavemente a Grindelwald del brazo.
—Por favor, vete un segundo a tu habitación— suplicó susurrando.
El rubio asintió preocupado. No saber lo que estaba pasando le ponía de los nervios.
Subió rápidamente las escaleras, pero no entró en su habitación. Se quedó en un ángulo para escuchar.
Mientras tanto, los dos hermanos estaban gritando en el salón.
—¿Dónde está Ariana?— preguntó Albus.
—En el sótano, ha tenido otro ataque—
—¿Otro?—
—¡Ya te he dicho que en esta época está teniendo muchos ataques! ¿Y tú qué haces para ayudar? ¡Vas por allí haciendo cosas con tu novio!—
—¡¿Si no qué quieres que haga?! ¿Dejarlo aquí para que se aburra?—
—¡Pues sí! ¿Quién es más importante? ¡¿Él o tu hermana?!—
—Ab, no me hagas elegir—
—¡Dímelo!—

Grindelwald se estaba preocupando mucho.
Bajó rápidamente las escaleras y se puso al lado de su pareja.
—¿Y tú qué haces aquí? ¿No entiendes que es algo privado?— preguntó muy enfadado Aberforth, que sacó su varita del bolsillo.
Un hechizo pasó muy cerca de Grindelwald, provocando que el moreno se pusiera más furioso de lo que ya estaba.
De repente los tres jóvenes empezaron un duelo.
Varios hechizos volaban hacia todo tipo de direcciones, golpeando muebles y destruyendo objetos.
El rubio escuchó a alguien pronunciar un hechizo imperdonable. Suplicó mentalmente que no hubiese sido Albus.

De repente una voz femenina gritó en medio de todo aquel desastre.
Ariana se había puesto en medio de los tres, arriesgando su vida para parar esa inútil pelea. Estaba tan alterada que empezó a descontrolarse, lanzando hechizos de todo tipo.
Pero pasó algo terrible.
Un rayo verde y letal voló por el salón, acercándose peligrosamente a la chica.
El tiempo se paró de repente.
Albus pudo ver la cara horrorizada de Aberforth, la mirada despiadada de Gellert y los ojos asustados de Ariana.
El rayo alcanzó a la joven, golpeándola en pleno pecho.
Ariana cayó lentamente. Su suave pelo le tapó la cara horrorizada.
Los tres pararon de repente y se acercaron corriendo para mirar lo que había pasado.
Gellert suplicó por enésima vez que no se muriera.

Pero, desafortunadamente, nadie puede escapar de la muerte.

La dulce y pequeña Ariana había muerto.

Lágrimas incontrolables salieron de los ojos de los dos hermanos.
—NOOOO— gritó desesperado Albus mientras sacudía a su hermana.
—Ariana... Ariana... Por favor— suplicó Aberforth.
Dumbledore parecía muerto de dolor.
Miró a su novio, buscando apoyo, pero encontró unos ojos negros sin brillo.

El brillo especial había desaparecido.

Grindelwald estaba en shock. Sabía que había una posibilidad de que el hechizo fuese suyo.
No podía soportarlo.
Subió corriendo a la habitación de invitados y cogió rápidamente su mochila. Las lágrimas no le dejaban ver claramente lo que estaba haciendo, pero no le importó.

Salió de la casa, pero una mano le cogió del brazo.
—¿A dónde vas? ¡No me puedes dejar!— gritó Dumbledore y, sin querer, le tiró la mochila al suelo.
Las posesiones de Grindelwald se cayeron al suelo.
Albus miró los papeles y luego observó a Gellert.
—ME HABÍAS DICHO QUE LO DEJABAS. MENTIROSO— gritó mientras lloraba de nuevo.
Recogió los planes que Gellert había escrito para conseguir las Reliquias de la Muerte, las rompió y las tiró de nuevo.

El amor en sus ojos había desaparecido.

Grindelwald lo miró, asombrado; y, sin mirar atrás, corrió.
Pudo sentir el cuerpo de Albus que se caía al suelo, moviéndose violentamente por los temblores de la tristeza y de la rabia.

El rubio corrió tanto que los pulmones le empezaron a arder, pero no les hizo caso.
Corrió hasta olvidarse de Ariana.
Corrió hasta olvidarse de Aberforth.
Corrió hasta olvidarse de Albus.
Corrió hasta el anochecer.

Un Amor Peligroso [Grindeldore]Where stories live. Discover now