4. Tengo miedo, Joaco.

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Llegué a casa tarde ese viernes, pero no llego solo: Ren y su padre se aseguran de que llegue bien a casa. La tarde entera estuve con ella. Es especial y me hace sentir muy cómodo.

Su padre y yo tenemos una buena relación, es lo más cercano a un padre después del propio. Confío plenamente en él y, él, en que yo cuidaré a su hija a como dé lugar. Aunque me ha dicho varias veces cuanto desea que yo terminé siendo su yerno, sabe que eso será imposible en lo absoluto. Porque para mí, Renata es mi familia.

Los invito a pasar, pero sólo me acompañan a la puerta. De la cual sale mi mamá, con un delantal y una sonrisa encantadora. Saluda felizmente y entonces me lo suelta:

-Emilio te ha estado esperando toda la tarde en tu habitación-dice, y siento los ojos mieles de Ren haciendo burla-, no lo hagas esperar más.

Me despido finalmente de los Guerra y subo a mi pieza. No entiendo la razón por la que él esté en mi casa, ni mucho menos por la que se haya quedado todo el día del viernes acá. Nos vemos todo el tiempo durante los ensayos y las grabaciones, es suficiente. Él y yo no somos nada, por mi bien.

-¿Qué necesitas, Emilio?-entro diciendo. Él solo camina como si estuviera en un lugar muy conocido y se sienta en mi cama. Ve el techo, ve mi armario, mi estante lleno de fotografías, figuras de superhéroes y algunos libros.

-Es bastante normal.

-Bueno, ¿qué esperabas?-alzo una ceja. Rendido, me acerco hasta mi propia cama y me siento a su lado-, ¿un tobogán? ¿una piscina de pelotas? Por favor.

Ríe suavemente, y yo sólo quiero golpearme por sonreír en respuesta.

Está callado, tan sólo pasea su mirada por las paredes. Tengo pósters de equipos de fútbol, de grupos de música y de series. Llevan ahí mucho tiempo y no los he quitado por flojera, soy consciente que hacen lucir mi habitación infantil. Pero no me importa que así sea, o no me había importado hasta que Emilio Osorio entró en ella.

Me preguntó cómo será su habitación...

Me mira, sin que yo pueda adivinar a través de sus ojos qué es lo que piensa. La luz de mi habitación es brillante, porque si fuera tenue me cansaría la vista. Así que Emilio no la ha encendido, dejando sólo las lámparas en los laterales de mi cama. Dejándome notar que en la semioscuridad, Aristóteles sigue siendo lindo.

-Vine hasta aquí porque quería hablarte de lo que viste -vuelve a concentrarse en las paredes, mi armario, la puerta cerrada de mi habitación y me siento expuesto por ello, porque todo aquí es parte de mí-. No es que te interese, claro, pero sé que te has vuelto loco con eso y supongo debo responder.

-Tu razón es muy tonta.

-Es mejor a que inventes teorías extrañas como que estoy experimentando, o que María es mi barba o algo así.

Bufo, ni siquiera he querido darle vueltas al asunto porque pensarlo me hace sentir triste.

-Prometo no decírselo a nadie -digo para que tenga más confianza, pues no ha continuado.

-Sé que no lo harás -rola los ojos con una sonrisa divertida, se mira las uñas con aire de superioridad. Y ese es Emilio, no Ari-. Te arrancaría la cabeza.

En verdad quiero golpearlo. Algunas veces es tan frustrante...

Mientras que Emilio está en silencio puedo oír la voz de mi madre y la de mi abuela. Tengo hambre, y el olor que venía de la cocina era delicioso. Se siente extraño tenerlo a él aquí, en el lugar más íntimo que tengo, en donde he soñado despierto con él. En ese escritorio que está al lado de mi cama he remarcado cientos de veces su mandíbula, las ojeras bajo sus ojos, sus pestañas. Dibujarlo, de vez en cuando, es una idea irresistible y termino cayendo en la tentación.

»Es sólo qué... No lo sé.

Aguardo a que siga hablando. ¿Qué quiere decir? Tiene las manos juntas y la mirada perdida.

-¿Sabes que puedes confiar en mí, verdad? Somos amigos - le aseguro. Emilio voltea a verme y su sonrisa, más parecida a una mueca de ironía, me hace callar.

-Claro que no lo somos-dice tajante. Y es verdad, pero me asombra que lo diga-Siempre huyes de mi. Me confundes demasiado, Joaco. Me evitas, casi no me hablas y de pronto me das tu apoyo incondicional diciendo ser amigos.

Él también me confunde demasiado, me hace sentir que soy diferente a los demás, que le intereso y, de pronto, cambia al idiota que me hace llorar por las noches y al que no le intereso en lo absoluto. Pero sé que es mi culpa, porque no puedo separar la ficción de la realidad y por volverme un loco con su presencia.

-Mira, Ari-me ánimo a seguir hablando, suspirando suavemente y tratando a toda costa de no verlo a los ojos:-. Sé que las cosas entre nosotros no van más allá de lo profesional, pero... realmente puedes confiarme lo que necesites.

Está tan nervioso que se restriega las palmas sobre sus muslos antes de finalmente tomar la palabra.

-»Yo a veces no sé quien soy«-me dice, riendo amargamente. Sobre todo porque ambos sabemos a quien está citando-: tengo dieciséis años, me gusta el fútbol, me gusta cantar y leer libros cursis de romance, he tenido gran cantidad de novias... y aún así, los chicos siguen llamando más mi atención... Hay veces en las que de verdad ni siquiera yo sé quién soy. Y otras veces, me doy cuenta de que aún me estoy conociendo. Me siento confundido y, entonces todo vuelve a iniciar.

-Así que, eres gay...

-Tengo miedo, Joaco-su mirada es seria, como si pensara en todo el universo que hay detrás de la corta frase que me ha dicho. Se gira hacia mí y se cruza de brazos, casi abrazándose a sí mismo. Él no es Aristóteles.

-Todos sentimos miedo-le explico-, el punto es si tú tienes el valor suficiente de hacerlo desaparecer o, de lo contrario, que el miedo te desaparezca a tí.

Emilio está a punto de decir algo, pero mi madre interrumpe. Entra a la habitación con una sonrisa enorme y dice: -Emilio, ¿te quedas a cenar, cielo?

-No, muchas gracias, señora. Estoy por irme-le dice Emilio cortésmente y espera que mamá salga para finalmente levantarse de mi cama. Se va hasta su mochila para colocársela, acomodándose la camiseta como si se hubiera movido de su lugar. Pero no es así, él siempre luce impecable. Finalmente termina por acercarse hasta la puerta de madera entreabierta.

»¡Oh!-exclama de pronto, como si hubiese olvidado algo muy muy importante, regresando a mí de vuelta- Por cierto, Joaco -se relame los labios y se inclina hasta que su rostro está a escasos centímetros del mío-, yo no soy Aristóteles. Soy sólo... Emilio.

Lo dice en casi un susurro, y no parece molesto de reafirmarme el hecho de que le había llamado Ari. Pero no me da tiempo de decir una respuesta vagamente inteligente cuando él ya está saliendo por la puerta.

Él no es Aristóteles Córcega...

Y de algún modo, tampoco es Emilio Osorio.

IMPOSSIBLE, emiliaco.Where stories live. Discover now