27. Sé que es mi deber soltarte.

3.6K 418 87
                                    


Estaba hecho. Juan Osorio se encargó de hablar con los medios en nuestro nombre. Dijo todo lo que propuso cuando vinieron a casa el domingo. No tardó ni un día cuando toda las redes sociales compartieron la entrevista exprés de la prensa con el padre de Emilio, quien desmentía los rumores de que algo entre nosotros ocurría, incluso cuando lo demás no parecían compartir esa idea.

Claramente, aún después de mentir ante las cámaras y recalcar que su hijo tenía novia, los fans y algunos programas de farandula defendían a puño y espada su opinión propia al respecto. No creían nada de lo dicho. Especialmente cuando semanas antes, Osorio había dicho que las grabaciones iniciaban hasta Abril.

Para este punto de mi vida, ya estaba más que acostumbrado a las miradas calculadoras de mis compañeros de clase, de preparatoria, y la mayoría de mis conocidos. Ninguno con planes de quitarme la vista de encima. Lo comprendía, siendo sinceros. Estaba bajo el ojo del huracán, nadie quería perderse nada que pudiera usar como prueba notoria de la relación no oficial que me incluía junto con Emilio, mi compañero de trabajo en escena. Y la cual, en algún punto, fue real, recíproca y experimental.

Ahora, de real, reciproca y experimental no restaba nada. Se había esfumado. En realidad, él no parecía estar en la misma página que yo. Parecía que nada hubiese pasado entre nosotros siquiera.

Por las mañanas, y algunas tardes, podía verlo andar por ahí con el rostro inexpresivo y la triste caminata que desde hace algún tiempo no había visto, y que incluso había olvidado. No parecía corresponderme más, ¿tan fácilmente me había olvidado? No parecía ser el chico alegre y tierno que me había animado aquella noche, ¿tan rápido había dejado de serlo? No parecía, mucho menos, querer verme en lo que le sobraba de vida, ¿es que acaso había olvidado los besos que desvelé en los suyos? Las miradas, las sonrisas, los abrazos... ¿todo?

Tan fácil me había dejado atrás que me sentía un idiota por no poder hacer lo mismo con él. Actuar como si nada y evitarlo, reírme de todo cuando me había quedado sin nada. Sin él, sin mí y sin la triste dignidad que aún quedaba en mi cuerpo antes de él. Sin los besos de media noche y sin las miradas cálidas.

De momento, estar enamorado de Aristóteles Córcega, aún siendo un personaje ficticio, se notaba incluso más factible que enamorarse de Emilio Osorio, que aunque de carne y hueso, parecía de vez en cuando irreal.

De lejos puedo ver el entrenamiento concluir, cada jugador sale rumbo a las regaderas y me espero unos minutos antes de seguirlos, ya estando seguro de haberlos visto salir. Quería hablar con Emilio de nuestro tema pendiente y tener un cierre de una vez por todas. Ya ni siquiera importaba si debía hacerlo frente a todo el equipo de fútbol para que me escuchara. Ya nada importaba.

Con las manos temblando, entré por la puerta que me dirigía al interior de los vestidores. Estaba casi vacío. Emilio estaba ahí, subiéndose los pantalones y abrochándolo mientras suspiraba estridentemente. También se hallaba Diego, que amarraba las agujetas de sus botas negras con tranquilidad, tarareando la canción pegajosa de un comercial.

-No entrarás a mate, ¿verdad? -Preguntó el chico rubio riendo. Ninguno sin darse cuenta de que yo estaba con ellos.

-¿Tú si? -cuestionó con sarcasmo Emilio a su amigo y compañero de equipo-. Tengo cosas que hacer, ya sabes.

-¿Más importante que las matemáticas?

Emilio volteó a verlo con incluso más burla que antes.

-Dios mío, eres un nerd.

-Oh, cállate-rió Diego desde su puesto-. En fin, ya sabes que puedes pedirme los apuntes después.

-Gracias-al decir eso, Emilio sonaba bastante sincero. Diego siempre había sido muy considerado.

IMPOSSIBLE, emiliaco.Where stories live. Discover now