24. Dos cuarenta y cinco a.m.

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"Hey, estás solo?"

La única reacción para mi en estos momentos fue fruncir el entrecejo mientras miraba nervioso el número desconocido del cual me habían enviado ese mensaje de texto.

La mayoría de personas de mi preparatoria estaban registrados en mi teléfono. Pero si hacía una lista mental en mi cabeza: si descartaba a los de sexto año y algunos de quinto, sólo quedaban unas cuantas personas. No es que presumiera sobre mi gran número de amistades, pues bien sabía que de amigos y no sólo de nombre tenía menos de una docena.

"Estás despierto o nel?"

Esta vez sonreí con gracia, casi podría escuchar la voz juguetona de Emilio diciéndolo.

Pausé la película que miraba en el ordenador, mientras que mis ojos subieron hasta mirar la hora en el reloj de mi móvil; dos cuarenta y cinco a.m.

Cerré los ojos, los froté y volví a abrirlos esperando no encontrar ningún mensaje, porque necesariamente ese momento debió estar en mi imaginación, de lo contrario, ¿cómo demonios Emilio Osorio, alias "el amor de mi vida, aunque él aún no lo sepa" según el apodo que había creído adecuado para él, estaría buscándome a esas horas? Pero cuando los abrí, el mensaje seguía ahí.

"Sí, no logro dormir", le respondo.

Mentira, no había ni intentado hacerlo. La verdad, desde la discusión en la cena, no había tenido ganas de mucho. Me di un baño para relajarme y me tiré sobre la cama con la pijama de Stitch que Andy me había regalado en mi cumpleaños número trece. Las horas se me habían ido volando desde ese momento.

"Abre la ventana"

La sonrisa en mi rostro se ensanchó, me levanté de la cama en prácticamente un salto y fui directo a abrir mis ventanas, ilusionado con encontrarme con un Emilio que me tocara la guitarra y cantara una especie de serenata al son de "I can't help falling in love" de Elvis Presley, O mejor aún, a un Emilio sosteniendo un estéreo inmenso en brazos, como Lloyd Dobler cuando intenta enamorar a Diane Court. Haciendo sonar la clásica canción entre los gestos románticos "In Your Eyes" de Peter Gabriel, alegando estar frente a la ventana del amor de su vida. Justo como en Say Anything.

Pero, en cambio, me encontré a un Emilio intentando escalar un árbol para aproximarse hasta mi ventana sin tener éxito alguno como resultado; suelto una carcajada cuando el pie de Emilio resbala y casi lo tira en seco a la hierva. Y supe que definitivamente eso, cualquier cosa que Emilio intentaba hacer, era mejor.

El castaño me dedicó una sonrisa cálida cuando finalmente logró atravesar la ventana, tratando de volver a respirar con regularidad tras el esfuerzo realizado.

-Hola, Joaco -dijo. Me acerqué a Emilio, intentando besar su mejilla en forma de saludo, pero él tomó mi mandíbula y me dirigió a su boca.

El beso no duró mucho en realidad, pero se sentía añorado. Y eso fue suficiente para compensar lo poco que duró.

»Lo siento, necesitaba uno de esos-susurra Emilio con mucho más gusto que antes, acariciando mi cintura sobre la tela-, te ves muy tierno con ese pijama.

-Oh, cállate-reí con la cara posiblemente igual de roja que su sudadera. Tener a Emilio ahí me hacía sentir muy bien, relajado, libre, menos afligido-. ¿Qué haces aquí?

-Pasaba por aquí y... también tiene que ver que tú hermana me llamó.

-¿Qué?-inclino la cabeza al oír eso último.

-B-Bueno ella-titubeó-, me dijo sobre la pelea con tu papá. Dijo que no terminó bien.

Sentí que algo como miel líquida se entibiaba dentro mío al escuchar que Emilio había ido hasta mi casa, durante la madrugada, por mí. Me sentía especial, realizado y repentinamente satisfecho conmigo mismo.

Emilio me mira con sus ojitos brillando por la luz amarilla de mi habitación, sus mejillas ligeramente sonrojadas y sus rizos despeinados, como si acabase de levantarse solo para asegurarse de que todo estaba bien. Es muy lindo.

-Estoy bien-le aseguro después de abrazarlo por los hombros, acunando con mis manos su cabeza-, mucho mejor ahora que estoy contigo.

-Quiero que hables conmigo siempre que no sea así-susurra, vacilante. Pasando la palma de su mano derecha por toda mi médula-. No quiero que temas decirme cuando no te sientas bien, bobo. Estoy para tí.

Entonces descubrí que realmente no lo estaba. Y empecé a llorar mudamente, refugiándome en su hombro. Aún me es increíble que con su sola presencia pueda tener la libertad de ser yo, de llorar sin sentirme apenado por hacerlo.

No duramos mucho tiempo así, porque el me calma tan pronto que me sorprende. Porque repara cada parte en mi que necesitaba renovarse, pero no por sí mismo. Él, más bien, me ayuda a repararme autónomamente. Me da fuerza, valentía y valor. De algún modo, saca una versión de mi que apenas estoy conociendo y explorando. Pero que me gusta.

-Gracias por esto, Em.

Emilio besa castamente mi cuello antes de separarse, pero no parece serle suficiente, porque después de hacerlo me besa en los labios.

-¡Emilio!-gritan entre susurros, separándonos de golpe. Pero a él no parece importarle, especialmente cuando me besa de nuevo para seguir en lo que estábamos. Y para cuándo vuelven a hablarle, él suspira con resignación.

-Ya voy-gruñe, dirigiéndome una mirada antes de ir rumbo a la ventana abierta, a donde le sigo-, es mi mamá; ella me acompaña a esta clase de locuras.

Río por su vana explicación. Emilio está por tirarse fuera, pero se detiene. Volteándose para besarme una última vez. No creo que pueda llamarse propiamente beso a juntar nuestros labios por segundos y alejarnos para sólo sonreírnos como bobos, pero de igual forma sólo quiero que vuelva a repetirse.

-¡Bueno ya, Romeo!-distingo la voz de la señora Marcos desde la calle, riéndose-. Despídete.

Emilio ríe de su mamá, sonriéndome una última vez para después bajar del mismo modo en como subió. Aguantándome un tonto suspiro en lo que los veo subir al auto e irse, y a Emilio despedirse con su mano repetidas veces antes de desaparecer por la calle.

Mierda, Emilio me gusta muchísimo.

•••

Hoy hay capítulo doble <3

IMPOSSIBLE, emiliaco.Where stories live. Discover now