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Las miradas repulsivas son la orden de cada noche, las palabras obscenas son un extra que regalan los invitados.

Eso es cada noche, Lisa es tomada como una chica que puede abrir sus piernas con el chasquido de unos dedos, con el guiño de un ojo y con la caricia correcta. Porque eso es lo que ella es simplemente para aquellos hombres.

Lisa puede llorar durante su último baño del día, justo cuando llega a casa lista para descansar, luego acostarse en su cama y llorar un poco más, solo para dejar sanar todo, la tristeza y el agobió por el día siguiente son su sueño nocturno. Pero en la mañana eso ya no existe, una dulce chica es renacida como una bella planta que nace después de algo de agua y sol.

Un flequillo perfectamente peinado más una coleta baja en su cabello oscuro, una camisa blanca manga larga remangada hasta los codos y un pantalón negro que se ajusta perfectamente a sus piernas, y es así como la dulce Lalisa Manoban, mesera de medio tiempo es renacida y lista para el nuevo día regalando sonrisas a todo aquel cliente dispuesto a aceptarla.

Lisa toma de la barra su delantal color negro y lo sujeta a su cintura haciendo un nudo en la parte de atrás, está lista para recibir al primer cliente que entre por la cristalina puerta.

— ¿Que haría sin ti, Lisa? — Escucha a sus espaldas a Lucas, una sonrisa inmediata se plasma en el rostro de la muchacha. — Siempre estás a tiempo, con esa sonrisa grande en tu rostro. ¿Cómo haces para estar tan feliz?

Lisa intentó que su sonrisa no se esfumará, ¿Feliz? ¿Ella feliz?

Hace mucho tiempo ella no recordaba que era ese sentimiento, esa sensación en su pecho, eso que mucho tiempo atrás lograba inundarla a gran escala, esos momentos cuando su sonrisa era brillante y sus ojos eran más luminosos.

— Algún día te lo diré, jefe, algún día.

Te lo diré justo el día que lo averigüe y vuelva a ser tal como dice esa palabra.

Su trabajo en la cafetería no duro mucho, cómo era de esperarse, su trabajo solo era de 6:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde, no duraba más ni menos, justo a la 1:00 en punto Lucas y Anna cerraban el café, estos dos últimos eran esposos de un largo matrimonio. Habían abierto el café hace más de unos quince años y habían aceptado a Lisa por ser una conocida de su pequeña familia y luego de lo sucedido no les quedo más que aceptar a la joven muchacha tailandesa.

Las tragedias de Lisa comenzaron justo después de las fiestas, justo a los primeros seis días del primer mes del año nuevo.

Sus padres se encontraban regresando de vuelta a Corea luego de las malas rachas que sufrió la empresa de su padre, al parecer la familia había quedado en una especie de bancarrota luego de unas malas inversiones, sumadas de unos accionistas corruptos, después de esto la familia se acomodó como pudo, la vida de tailandeses ricos en Corea había finalizado para la familia de tres, unas vidas más simples tomaron, no les costó tanto como parecía.

Lisa tuvo que posponer sus estudios por la falta de dinero en la familia. Fue en ese momento en el que Lucas y Anna aceptaron a la muchacha como mesera por medio tiempo, todo iba más o menos bien hasta que en un accidente automovilístico la vida de los padres de Lisa fue arrebatada dejando huérfana a una joven adulta de veinte años de edad que ahora tenía que mantener todas las deudas que sus padres tenían en vida más los gastos de una vida simple.

Lisa aún recordaba como había sido el día en el que se despidió de sus padres cuando iba al trabajo.

La brisa fría la sintió en todo sus huesos intentando decir algo, como la llovizna que cayó a las diez de la mañana avisando que sus padres estaban en un accidente y que a las diez y cinco un policía llamaría a su teléfono a avisar lo ocurrido. Fue justo en ese instante en el que sintió como su corazón se caía y destrozaba, como un gran balde de agua fría congelaba su cuerpo y su respiración fallaba, todo, todo su mundo se había caído, se había despedazado.

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