Capítulo 34

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Abrí los ojos y noté el estremecimiento de mi cuerpo al mismo tiempo que estaba acompañado de aquel calor embriagador y suculento que me proporcionaba aquel cuerpo carnal que tenía a mi lado

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Abrí los ojos y noté el estremecimiento de mi cuerpo al mismo tiempo que estaba acompañado de aquel calor embriagador y suculento que me proporcionaba aquel cuerpo carnal que tenía a mi lado. De pronto la invasión de todos los recuerdos hizo que inevitablemente acariciara con mi mano su piel, como si necesitara asegurarme que era real y que estaba allí presente, parcialmente sobre mi cuerpo e inundándome de aquel aroma suculento.

Aún no podía creer que de verdad la tuviera entre mis brazos, que verdaderamente no había sido un sueño y sin duda alguna podía afirmar que no recordaba haber dormido así de bien desde mi infancia.

No sabía qué tenía Celeste Abrantes, pero fuera lo que fuese significaba algo, ejercía un poder sobre mi que no podía controlar y solo deseaba más de aquello. No quería desprenderme de su calidez, ni apartarme de su cuerpo desnudo, ni salir de aquella cama de hotel que compartíamos y mucho menos separarme de su lado. No. Definitivamente ya era consciente de que no podría hacerlo aunque quisiera, porque ella era la salvación de la cárcel que representaba para mi la corona real.

Cogí el teléfono de la mesilla y comprobé no solo que era algo tarde para la hora normal en que solía despertarme, aunque teniendo en cuenta que nos acostamos de madrugada casi me parecía normal. Tenía varias llamadas perdidas de mi asistente y no me apetecía en absoluto contestar aunque sabía que debería hacerlo, pero quería tener ese placer de estar unos minutos más en silencio, con aquella sensación inaudita de saber que nadie podría arrebatarme aquel momento.

Para mi infortunio, la llamada entró de nuevo y era consciente que si no contestaba lo siguiente sería llamar a la puerta.

—Si —respondí en voz baja tratando de no hacer movimiento alguno para no despertarla.

—Alteza. Todo está preparado como dejó ordenado para su regreso a Liechtenstein —contestó mi asistente y recordé que le había dado orden expresa de salir a primera hora, por eso mismo tenía varias llamadas perdidas y hasta me parecía extraño que no hubieran venido a la habitación a esas alturas.

—Está bien, estaremos listos en dos horas, haz que envíen el desayuno a la habitación —mencioné pensando en alargar aquel momento lo suficiente para deleitarme de nuevo con la que era mi esposa.

Cerré los ojos siendo consciente de que tocaba volver a la realidad, a esa realidad que por momentos detestaba y que en pequeñas ocasiones como aquella casi agradecía, porque de no ser por mi estatus quizá no hubiera tenido la oportunidad de conocerla, de tenerla como la tenía entre mis brazos, aunque aún me compadeciera a mi mismo del engaño al que la había sometido, solo que en aquellas circunstancias había pasado a un segundo plano, quizá porque sabía que la quería.

—¿Qué hora es? —Su voz sonó somnolienta y se removió levemente sobre mi cuerpo, haciéndome ser consciente de lo pegada a mi que se encontraba y de su completa desnudez bajo aquellas sábanas.

—Son las once —mencioné dejando el teléfono sobre la mesilla de noche—. Buenos días preciosa —añadí tratando de verla pero noté como escondía su rostro en mi cuello y aquello solo hizo que me estremeciera de infinito placer.

Eran esos pequeños detalles o pequeñeces las que más me apasionaban de una mujer. Sentir su olor, su sedoso tacto, la suavidad o el perfume de su cabello. No era solamente que fuera hermosa, que lo era, o que tuviera unos ojos infinitamente bellos, que los tenía, era el junto de un todo que la hacía ser única y al mismo tiempo tan exquisita como ella sola.

—Será mejor que no te pongas las lentillas hasta que no pase por el taller de chapa y pintura o lo de preciosa se convertirá en cochambrosa.

Me sorprendió el concepto que tenía sobre sí misma, en muchas ocasiones podría haber pensado que una mujer decía aquel tipo de cosas para ser aún más halagada, pero en el caso de Celeste su voz sonaba real, de hecho tenía un concepto de sí misma erróneo. Ante aquello, me abalancé sobre su cuerpo teniendo pleno acceso a él, sintiendo su desnudez ahora bajo mi cuerpo y no sobre él, pero sobre todo vislumbrando aquel rostro hermoso con el que ya no necesitaba soñar, puesto que lo tenía justamente frente a mis ojos.

—No necesito usar lentillas —susurré acercándome a sus labios—. Y te veo perfectamente hermosa así —añadí mirándola fijamente, queriendo que entendiera que para mi no había mujer más bella de lo que lo era ella.

Ante su silencio me acerqué lentamente deseando probar de nuevo sus labios, necesitando aquella pasión que de ellos emanaba y antes de alcanzarlos ella se alzó para encontrarnos a mitad del recorrido y el fuego abrasó de nuevo nuestras lenguas jugando al unísono.

«Ni sé como he sobrevivido tanto tiempo sin esto» medité segundos después y recordando que pronto vendrían a servir el desayuno.

—Van a traer el desayuno en breve —mencioné jadeante ante la idea de tener que rechazar lo que de verdad deseaba hacer en aquellos momentos.

¿Quién podía pensar en comida de verdad teniendo algo así delante?

—A mi me apetece desayunar lo que tengo delante —contestó dejándome atónito, sin palabras y sobre todo sin aliento.

—Y a mi... —susurré acariciándole la cintura y notando como se acercaba a mi cuerpo provocándome un espasmo y maldiciéndome por no haber optado tomar el desayuno en el avión en lugar de en la habitación—,pero ya di la orden.

Ni tan siquiera me dio tiempo a dudar un segundo, a cuestionar enviar todo al diablo y hacer caso omiso a la llamada de la puerta, pero en cuanto mis palabras salieron de mis labios, escuché el sonido del golpeteo llamando a la habitación y chasqueando los dientes por tener que apartarme de aquella mujer, me levanté para abrir la puerta.

Puede que el desayuno nos hubiera interrumpido, pero después... bueno, solo tenía que pensar en la palabra ducha para imaginarme lo que sucedería.

 bueno, solo tenía que pensar en la palabra ducha para imaginarme lo que sucedería

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