Capítulo 50

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En cuanto me despedí del señor y la señora Thaisen supe que al fin podríamos irnos de allí, por lo que fui abriéndome paso entre el salón mientras la retenía a mi lado.

—Ese era el último miembro de la corte —admití en voz baja para que nadie más pudiera escucharnos.

—Menos mal. Me duele la mandíbula de sonreír tanto y no se si mis pies aguantarán un minuto más de pie.

Su sinceridad no era nueva y saber que era tan fiel a sí misma me hacía vibrar de la emoción. Celeste no se dejaba avasallar por el lujo, ni tampoco parecía impresionada con la cantidad de miembros importantes que allí se reunía, sino que tenía las mismas ganas de marcharse que yo.

—Me alegro —contesté sonriente—. Me has dado la excusa perfecta para largarnos de aquí ahora mismo —añadí antes de que pudiera creer que me podría alegrar porque estuviera cansada.

En cuanto crucé las puertas dobles que permanecían abiertas y entraba en el angosto pasillo que hacía de corredor hasta la salida, la elevé entre mis brazos para llevarla entre ellos sabiendo que de ese modo sus pies descansarían.

—¿Qué haces? —preguntó mientras sentía como se agarraba firmemente a mis hombros y el hecho de tenerla más cerca me enloquecía.

—Dijiste que no podrías permanecer un minuto más de pie, ¿Dónde está mi honor si no le doy solución?

¿Cómo decirle a aquella mujer que quería poner el mundo a sus pies?, ¿Cómo fingir que no la apreciaba cuando era evidente que me desvivía por estar a su lado en cada instante?

—¡Pero nos van a ver!, ¡Bájame! —exclamó en un intento de hacer que la soltara mientras miraba a ambos lados de aquel largo pasillo.

Probablemente hablarían si nos vieran y seguramente nos sacarían alguna foto si la oportunidad se ofrecía para salir al día siguiente en la prensa, pero llegados a ese punto no me interesaba otra cosa que no fuera su bienestar y tenerla cerca.

—Que nos vean —contesté sin dejar de mirarla—. No me importa, para todos eres mi prometida y yo cuido de lo que es mío.

Y cuidaría de ella cada uno de mis días si me lo permitiera, aunque comprendía que no todo lo había hecho bien en lo que se refería a ella comenzando por la forma en la que la había atraído hasta aquel lugar y terminando por el modo en que me aproveché de las circunstancias a mi propio favor, pero esperaba y rezaba infinitamente porque todo lo que hiciera después pudiera de algún modo compensar mi propia culpa y expiar mis pecados.

Tal vez fuera un simple ilusionista o quizá pudiera hacer que sus sentimientos hacia mi fueran recíprocos hasta el punto de que en el momento de confesar la verdad pudiera perdonarme, pero fuera como fuera, esperaba que ese día tardara en llegar porque por más que evitaba pensarlo, lo cierto es que tenía auténtico temor porque eso sucediera.

Vislumbré el coche oficial que nos esperaba en la propia puerta del edificio y mi chofer abrió la puerta para que entráramos, así que dejé a Celeste con suma delicadeza mientras yo mismo me dirigí hacia la otra puerta sin esperar a que me abrieran la puerta. Ya tenían indicaciones de la dirección que tenían que tomar y que desde luego no era palacio, porque si algo quería aquella noche, era privacidad. Sabía que en el momento que sus labios probasen los míos no iba a poder parar y aunque podía recordar aquella escena que ahora me parecía lejana en ese mismo coche oficial donde estuve a punto de hacerla mía y si no llega a ser porque ella misma se marchó lo habría hecho sin lugar a duda. A su lado me sentía un completo adolescente con las hormonas a flor de piel porque era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera ese pensamiento de auténtico placer cuando estaba entre mis brazos.

Entrelacé mis dedos en los suyos mientras la observaba y vi que su excitación era casi tan palpable que mi cuerpo permanecía rígido en todo su esplendor. Me llevé aquella mano a mis labios depositando un cálido beso en ella como si de algún modo necesitara apaciguar ese deseo a través de la suavidad de su piel. En cuanto sentí como el vehículo se detenía agradecí que no tuviera que esperar a las debidas gestiones de recepción porque ya tenía a mi disposición la llave de la habitación por lo que me dirigí directamente hacia el ascensor en cuanto entramos por aquellas enormes puertas acristaladas que daban paso al enorme hall del hotel de lujo en el que había reservado la suite real.

Cuando la lucecita se iluminó de color verde y giré la manivela que abría la habitación dejé que ella pasara primero conforme metía la llave en el lugar correspondiente para que éste se iluminara y erré la puerta girando el pestillo para que nadie entrara. Lo que menos me apetecía esa noche es que precisamente alguien entrara para lo que tenía pensado hacer, que no era otra cosa que condenarnos a ambos al más absoluto y efímero placer.

No me contuve más y antes de que pudiera avanzar un paso más rodeé con mis brazos su cintura y la atraje hasta mi, de forma que inspiré su aroma mientras sentía su espalda en mi pecho adaptándose perfectamente a mi cuerpo. Era menuda, no es que tuviera una gran altura a pesar de los zapatos de tacón que llevaba, pero era perfecta así, ni un centímetro más ni menos.

—Me gusta tu perfume —admití rozando con mi nariz su cuello conforme aspiraba su olor dejándome arrastrar cada vez en su aroma—. Es embriagador e incitador al mismo tiempo —confesé preso de aquel embrujo al que me había arrastro y viéndome condenado al delirio de sus deseos porque aquella mujer me tuviera completamente obnubilado.

Mi voz probablemente estaba cargada de absoluto deseo y el más puro instinto de posesión por lo que sin poder evitarlo clavé mis dientes en aquel cuello sin ejercer presión, sino más bien un gesto de excitación ante el placer que sentía.

—¡Oh dios! —La oí exclamar conforme mi lengua se arrastraba desde aquel punto donde había clavado mis dientes y apresé con la boca el lóbulo de su oreja.

Podía notar como se estremecía entre mis brazos y eso solo incitaba mi deseo aun más si es que era posible.

—Voy a demostrarte lo absolutamente loco que estoy por tu cuerpo —rugí siendo consciente de que sería fiel a aquellas palabras porque pensaba besar cada parte de su cuerpo hasta saciarme completamente.

Noté como se giraba rápidamente y sus labios acortaban la distancia que los separaban de los míos, jadeé ante aquel ataque posesivo y mi lengua buscó ávidamente la suya haciendo que aquel baile sensual fuera todo un deleite de sensaciones.

Deshice cada botón de aquel vestido mientras mis labios besaban los suyos de forma implacable, sin tregua, tan absolutamente desafiantes que tenía muy claro que no los abandonaría ni un solo instante, aunque fui consciente de la suavidad de su piel en el momento que mis dedos tocaron aquella delicada carne expuesta y ávidamente me deshice de aquella prenda que impedía tener un acceso completo a ella.

Celeste estaba increíblemente hermosa en aquel vestido, de hecho lucía como una auténtica princesa que es lo que era, pero si me daban a elegir, me quedaba con aquella hermosa piel expuesta, nítida y blanquecina que mis labios se deshacían por probar.

Pude notar como ella intentaba abrir los botones de la camisa que llevaba puesta y casi sonreí en su intento vano por conseguirlo mientras mis manos recorrían su cuerpo ahora desnudo.

—No hay prisa —mencioné alejándome de su boca porque quería deleitarme primero en ella.

Era consciente de que teníamos toda la noche para nosotros solos y pensaba disfrutar cada segundo de cada instante junto a ella.

Estaba absolutamente cegado por lo que aquella mujer me hacía sentir y lo cierto es que en mi fuero interno no dejaba de repetirme que esa sensación tenía que ser recíproca porque así era como ella me lo hacía sentir.

—Quiero tocarte —mencionó segundos después—. Y esto me lo impide —Su voz casi parecía una reprimenda hacia la prenda que llevaba puesta.

Aquellas palabras solo fueron una orden para mi, por lo que aparté las manos de su cuerpo para estirar de la prenda que llevaba puesta importándome muy poco que los botones salieran disparados en todas direcciones, en ese momento nada me importaba más que saciar sus deseos.

—Tócame cuanto quieras... —jadeé antes de volver a apresar esos labios hinchados y enrojecidos que me dejaban sin aliento.

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