Capítulo 46

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Realmente no me apetecía en absoluto que nadie más lo escuchara y aún tenía la esperanza de que todo aquello fuera un malentendido, sobre todo, porque sabía el gran interés de Anabelle en que así lo fuera, pero no podía obviar que Celeste había pasado los últimos días en la compañía de Dietrich, ¿Y si tras marcharme le había pedido que fuera a su habitación?, ¿Y si Anabelle había dicho la verdad? No quería precipitarme en mis conclusiones como ya lo hice cuando confié en madre y creí que estaba embarazada por una absurda creencia. No, esta vez se lo preguntaría directamente y sin rodeos.

Antes de dar un paso siquiera para salir de aquella sala y buscar un sitio lo suficientemente alejado y tranquilo, mis padres se acercaron y por el rostro de mi madre supuse que no presagiaba nada bueno.

-Querido -advirtió observándome y reconocí ese tono ladino y formal que indicaba que algo no le gustaba-. Creí que habíamos dejado claro con quién debías hacer el baile de apertura.

Estaba molesta o más que molestaba diría que enfadada, solo que su autocontrol delante de más personas le permitía no sulfurarse por completo como en cambio lo hacía en palacio.

-Creo que solo usted lo dejó claro, madre -advertí sosteniendo a Celeste por la cintura y manteniéndola junto a mi.

No iba a ceder, tenía muy claro que no pensaba hacerlo y menos después de haberlo dejado claro frente a todos.

Para mi sorpresa no hubo respuesta, pero era consciente del martirio que días después obtendría de ella sobre lo que opinaba de la situación.

«Aunque no podría hacer nada respecto a lo aquí sucedido» pensé siendo ese mi consuelo.

-Ese no es el vestido que elegí para ti -contestó ahora dirigiéndose hacia Celeste e imaginé que el vestido que ella habría elegido sería uno mucho menos ostentoso.

-Es evidente que no -mencionó Celeste y casi sonreí al saber que ella no se mantenía en silencio.

Ver a una mujer que no la alababa o consentía en todo como en cambio hacía Anabelle era sumamente refrescante.

-¿Y de dónde has sacado ese vestido?, ¿Lo has robado de palacio?

En ese momento la exasperación por el trato que le daba, hizo que me enervase la sangre.

-Madre... -advertí solo con aquella palabra indicando que su tono estaba fuera de lugar. Quizá debía ser mi padre el que lo hiciera, pero en vista de que él parecía entretenido con Dietrich, fui yo mismo quien trató de refrenar su ataque.

-¿Esta granjera se cuela en el armario de palacio y tú la defiendes? -exclamó en un tono de voz lo suficientemente bajo para que nadie más de los presentes pudiera oírla, sobre todo para que no se percatasen de su auténtico carácter.

-Que sea la última vez que acusa a mi prometida de algo semejante, porque aunque así fuera, que no es el caso, tiene todo el derecho de hacerlo, ¿O debo recordarle quién es ella? -contesté altivo, sin ningún atisbo de remordimiento o culpa al respecto.

Se trataba de mi esposa, de mi mujer, de mi amante y de la mujer con la que quería pasar el resto de mi vida.

Vi el rostro de madre enrojecerse y supe que iba a encolerizar, de que quizá le daría igual el lugar donde se encontraba y soltaría una ristra de improperios, pero al parecer su autocontrol aún funcionaba y eso sumado al hecho de que padre finalmente se acercó hasta nosotros hizo que guardase por primera vez en mucho tiempo un plausible silencio.

-Gracias.

La dulce voz de Celeste en mi oído fue la calma que necesitaba para la tempestad que emergía en mi fuero interno.

-No tienes que darlas, no tenía derecho a humillarte así y a decir lo que dijo -admití enfadado con la situación y más aún por el hecho de que mi propia madre asumiera tales hechos sin siquiera pararse a pensar en la repercusión de ello.

Entendía que estuviera molesta porque por primera vez no dominaba la situación de lo que ella deseaba, pero me estaba dando cuenta de que quizá era precisamente eso lo que necesitaba, que alguien le hiciera ver que no todo se haría tal y como ella deseaba.

-Aún así preferiste creer en mi, a pesar de no saber siquiera de donde saqué este vestido -advirtió con cierta timidez y aquello derrumbó mis defensas.

Ni tan siquiera se había molestado en que la tratara así, sino que encima me agradecía que la hubiera defendido y creerla.

-Sé perfectamente de dónde has sacado ese vestido Celeste. Yo mismo lo elegí para ti y le pedí a Margarita que te llevara hasta el -confesé haciéndole ver que reconocía perfectamente la falsedad en la acusación de mi madre hacia ella.

-Pues reconozco que tienes muy buen gusto -contestó finalmente tras unos segundos de silencio en los que supuse que estaba analizando mi propia confesión.

¿Buen gusto? La observé detenidamente y me embriagué de nuevo con su belleza, con esos ojos enmarcados por aquellas pestañas tan negras, el sugerente rubor de sus mejillas y aquellos labios carnosos y rosados que clamaban a gritos que los apresara para dejarme arrastrar al pecado.

-Eso no lo dudes -afirmé y noté que mi voz era más ronca de lo normal. No hablaba yo, sino el deseo que ella provocaba en mi ser-. Vámonos de aquí -añadí esperando que nadie más nos cortara el paso hacia la salida y básicamente la arrastré fuera de aquella sala mientras me dirigía hacia la planta superior donde esperaba encontrar alguna habitación vacía.

-¿Dónde vamos? -preguntó cuando apenas habíamos subido media escalera.

Habían sido numerosas las ocasiones en las que había estado en aquel edificio para algunas conferencias y reuniones, así que recordaba qué habitaciones era con toda probabilidad las que ahora se encontrarían desocupadas y esperaba que para mi beneplácito, sin llave.

-A un lugar lo suficientemente alejado y tranquilo donde podamos hablar -contesté estirando de su mano por aquel pasillo lo suficientemente largo y oscuro para que cualquier pareja de enamorados se perdiera.

Debía reconocer que estaba parcialmente nervioso, sobre todo porque no sabía qué iba a responder cuando le hiciera la pregunta, ¿Y si Anabelle había dicho la verdad?, ¿Y si verdaderamente estaba con Dietrich porque realmente le gustaba?

Todo mi ser me decía que no era así, que aunque no podía culparla de ser ese el caso, no podía ser cierto cuando habíamos compartido tanto cada vez que estábamos juntos. ¿Podían ser imaginaciones mías lo que ella me hacía sentir estando a solas?, ¿De verdad podía ser yo el único que lo percibía así?

Abrí la puerta y para mi fortuna no estaba cerrada, por lo que entramos en una sala de dimensiones pequeñas donde había sido mesa de reuniones en alguna que otra ocasión. Dejé que ella entrase y en cuanto lo hizo, me adentré junto a ella y cerré la puerta tras de mi, quedándonos completamente a solas y sintiendo ahora más que nunca la embriaguez de su perfume.

-¿De qué tenemos que hablar? -preguntó cruzándose de brazos y supe que quizá la situación no parecía ser cómoda, al fin y al cabo no le había dado a entender sobre qué asunto era el que quería tratar.

-Quiero saber exactamente qué relación tienes con mi primo Dietrich -afirmé mirándola fijamente, como si de ese modo quisiera estudiar sus movimientos, su nerviosismo o su reacción al contestarme.

-¿Qué relación tengo? -preguntó y supe que había esperado cualquier cosa antes que aquella pregunta-. Me enseñó a bailar, eso es todo -afirmó sin entrar en detalles.

-¿Eso es todo?, ¿No hay nada más? -insistí mientras me acercaba a ella.

Necesitaba saber la verdad, no tener ningún resquicio de duda alguno que después me pesara porque ya había sufrido en dos ocasiones aquella misma tentativa de mi primo hacia mis novias.

-¿A qué viene esto Bohdan? -preguntó sin rodeos-. Porque no entiendo nada.

Veía realmente la confusión en su rostro y no tuve ningún problema en confesarle mis propias conclusiones.

-Viene a que me han llegado ciertos rumores, eso sumado a que anoche llegaste tarde por estar con él, que has estado demasiado distante estos días y que hoy precisamente llegaste a última hora junto a él. No hay que ser muy estúpido para saber lo que significa sabiendo cómo es Dietrich.

El Príncipe Perfecto Where stories live. Discover now