Capítulo Treinta y Ocho.

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En otra vida, yo haré que te quedes - Katy Perry
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Alex.

— Milian por favor despierta — verla en ese estado me aterraba, no deseaba siquiera tocarla por miedo a herirla más. Sabía que no estaba muerta por el pulso y la leve respiración pero no reaccionaba y me estaba desesperando.

No podía enfocarla bien por el golpe que había recibido en la cabeza y las lágrimas acumuladas. Ella nadaba en un charco de sangre que venía de sus piernas y no sabía qué hacer, necesitaba buscar ayuda pero tenía miedo de dejarla sola en medio de la nada.

— No puedes dejarme, amor — supliqué peinando sus cabellos que se pegaban a su rostro por la sangre. Me desgarraba verla así, me sentía culpable.

Me digne a buscar ayuda, no podía quedarme aquí viendo como se desangraba. Moriría si no hacía algo cuanto antes.

Como pude me levanté tambaleando de un lado a otro, me sostuve de un árbol y observé el auto a unos pasos todo destrozado con el conductor muerto. Tomé las fuerzas para empezar a caminar hacia la carretera, el frío era insoportable y hacía que el dolor de mis extremidades dolieran con más intensidad.

Una de mis piernas estaba fracturada y no me dejaba andar con facilidad. Quería gritar, correr, buscar la manera de que alguien nos auxiliara. La oscuridad nos cubría en un ambiente tenebroso, nada nos alumbraba, solo la luna y las estrellas pero muy levemente.

En momentos como este, uno solo suplica porque ocurra un milagro, porque allá arriba en el cielo se apiaden de nosotros y nos ayuden.

No sé cuánto tiempo pasó, no sé si Milian había muerto ya, pero la luz de un auto hizo que la esperanza volviera a mi cuerpo activando todos mis sentidos como electricidad. Caminé hasta quedar en medio de la carretera, no había manera de que perdiera esa oportunidad.

— ¡Ayuda! — grité con todas mis fuerzas mientras batía los brazos de un lado a otro — ¡Por favor, estamos heridos!

El auto se detuvo a unos pasos de mis pies y sonreí esperanzado, todo pasó en automático, era una pareja que venía de turismo al pueblo Villacoral y rápidamente me ayudaron a subir a la parte trasera del auto para luego ir a buscar a Milian. Gracias a Dios seguía respirando aunque muy levemente, no sabía si iba a poder aguantar hasta el hospital, la acostaron en mis piernas completamente inconsciente, estaba pálida y fría.

— Vamos a ayudarlos todo lo que podamos, aguanta muchacho — me dijo la señora que no paraba de echar la vista hacia atrás para cerciorarse de que estuviésemos con vida. Yo no dejaba de tocar el pulso de Milian en su cuello y muñeca ignorando todas mis heridas.

En ese transcurso se repetía en mi mente lo que había pasado minutos atrás, como una pesadilla de esas que no deseas contar para que no se haga realidad. Quería despertar a su lado como aquella última mañana juntos, deseaba que todo fuese una total mentira, un sueño.

Los ojos me pesaban, mi cuerpo pedía descansar pero no podía. No ahora que estamos guindando de un hilo. Los minutos se volvieron horas y todo ocurría en cámara lenta a mi alrededor.

Llegamos al hospital de Villacoral, con ayuda de los enfermeros y una camilla la sacaron del auto colocándole oxígeno al instante. Yo salí como pude y deseaba ir tras ella pero no me lo permitieron. Entre varios me colocaron un sedante aunque luché, caí inconsciente en otra camilla. Todo se volvió negro en segundos y mi último pensamiento fue Milian.

***

11 de Junio 2010


Lentamente una luz se fue colando por mis párpados, los cuales pesaban como dos rocas, me costó abrirlos pero el deseo ansioso de saber el estado de Milian y el bebé me obligaron a hacerlo.

La Maldición de Alicia ©Where stories live. Discover now