9:

117 8 0
                                    

Narra Nau:
Dejo mi mano suavemente descansando sobre la suya, está fría. La acarició suavemente y cuando oigo que alguien se acerca me obligo a mi mismo a levantarme aunque realmente lo que quiero es quedarme a su lado.

-Hola bonita.

Desde donde estoy escondido veo como acaricia ligeramente su mejilla derecha y suspira. Una sensación extraña me recorre.

-Ya sabes que aunque hayas hecho esto Parra intentar huir de mi no lo lograrás.

Tengo que contenerme por el bien de ella, además, si salgo y me delató ya no podré continuar viéndola.

-Que lastima que cuando despiertes ya seas mía.

Le pone el anillo. Cierro los puños y gruño. Sale de la habitación. Me siento a su lado y agarro su mano. Cuando voy a quitarle el anillo veo como abre los ojos. Me mira y yo la miro. Mira nuestras manos y rompe en llanto al ver el anillo. Intento explicarle que no es lo que parece pero no me escucha. Grita, llora y se retuerce en la cama. Alguien entra, los médicos y detrás de ellos, sus padres. Su padre me agarra del cuello de la camiseta y me saca a rastras de la habitación y del hospital.

-¡¿Qué le has hecho a mi hija?!

-Nada.

-¡Se ha vuelto loca en cuanto te ha visto, así que no me digas que nada!

-No grite, está llamando la atención de todos.

-¿Y a mi que?

-¿Ahora le importa su hija? Aquel día en la gasolinera no le importo tanto, casi le da una bofetada.

-¡No te metas en la educación que le doy a mi hija!

-¿Una educación basada en el miedo y en los golpes? Pues vaya mierda de educación.

Su puño impacta contra mi mejilla. El mío contra su barbilla. Me limpio la sangre pero vuelve a arremeter contra mí y yo contra el hasta que alguien nos separa, un policía. Que me obliga a meterme en el coche para después llevarme hasta comisaría.

Narra Sofía:

Bebo de mi café. Veo como se sienta frente a mí y agachó la mirada. No soy capaz de aguantarle la mirada, me intimida.

-Hola-sonríe.

Toqueteo el vaso con mis dedos nerviosa y bebo de este, aún sigo molesta por el desplante de la otra vez y no le pienso hablar.

-Oh vamos mi niña, ¿todavía sigues enfadada?

Asiento. Intenta poner su mano sobre la mía ya que la tengo encima de la mesa pero la apartó rápidamente impidiéndolo. Santi es 4 años mayor que yo, tiene 20 años pero aún se comporta igual que un crío de tres años, incluso yo que tengo 16 años, soy más madura que el. Su último desplante ha sido dejarme plantada para irse con sus amigos de juerga y emborracharse sin ni siquiera cogerme el teléfono.

-Perdóname-pone ojos de cachorrito.

No me puedo resistir nunca a esos ojos que pone cuando sabe que ha hecho algo mal pero quiere que le perdone, pero esta vez no, se pasó siete pueblos.

-Para de hacer eso.

-Pues perdóname-sonríe de lado.

Hay está otra vez, esa sonrisa que me encanta.

-Está bien.

Sonríe, une nuestros labios y después de varios piquitos muerde mi labio y estira de el. Aunque hay algo que no me convence en la decisión de haberle perdonado.

-¿Estás bien?

-Quiero que me prometas una cosa-le miro.

-Lo que tú quieras-sonríe.

-Quiero que cambies y dejes de beber tanto.

Se sienta bien de nuevo, agacha su cabeza.

-¿Qué pasa?

-Es que…

-Dime.

-Tengo problemas con el alcohol-murmura.

Me siento a su lado, le abrazo y acarició su pelo. Dejo un suave beso en sus labios y suspiro.

-Tranquilo, yo sé que es difícil pero te prometo que voy a estar ahí.

Sonríe. Acaricia mi cintura y yo escondo mí cabeza en su pecho. Me encanta, aunque sé que mi familia no lo aprobaría.

Mi dulce tentación.Where stories live. Discover now